El 11 de marzo de 2004, a las 7:37 horas,
explotaba la primera bomba en Madrid. A partir de ahí todo fue muerte,
desolación, dolor y solidaridad.
A media mañana de ese día se me
pide un comunicado para leer a las 12:00 horas. Me puse a ello y lo redacté creyendo
las informaciones de Ángel Acebes, entonces Ministro del Interior con Aznar: fue
ETA.
Poco antes de su lectura lo tuve
que rectificar pues se pone en seria duda la autoría de los etarras.
El texto que transcribo a
continuación es de ese 11 de marzo de 2004.
En noviembre de 2005, el día 19,
se entregó a la Asociación 11 M
Afectados del Terrorismo el Premio a las Libertades “Rafael del Riego” en Tuña. Durante
dos días tuve el placer de conocer a dos integrantes de esa asociación: Marisa
Pacheco y su madre, Ina Colado. Marisa es la mujer de un sobreviviente de esa
masacre que padecía graves secuelas físicas y psíquicas. Su relato me sobrepaso
en más de una ocasión. El dolor que transmitían es indescriptible.
No solo fueron las pérdidas de
sus seres queridos o los destrozos que les hicieron, que ya hubiese sido
suficiente, luego llegó lo que llegó.
Todos creíamos que ya no nos podían hacer llorar más.
Pensábamos que habían llegado al límite de crueldad, pero no, desgraciadamente
no ha sido así.
Nuestros corazones tenían una herida por cada una de las
personas asesinadas, hoy sangra por todos esos ciudadanos a los que les han
quitado la vida de la forma más infame e ignominiosa. Pero este dolor que
sentimos por estos muertos, que son algo nuestro, y por sus familiares, no nos
impedirán reafirmar nuestras convicciones democráticas.
Nuestra enorme pena no nos cegará como a esos desalmados
asesinos y los combatiremos con toda la fuerza y el rigor democrático. Con la
contundencia que marcan las leyes y con la persecución policial, hasta la
extenuación, los pondremos en el sitio que se merecen, la cárcel.
Qué nadie se equivoque, los
terroristas asesinan y según las leyes de este país, a los asesinos se les
persigue, detiene, juzga y se les encierra. No hay más. Sencillamente son
asesinos.
El domingo haremos otra
demostración de que somos más. La razón está de nuestra parte y llevaremos a la
práctica una de las esencias de la democracia: votaremos. Nuestro voto será de
reafirmación democrática y, a pesar del
dolor, lo vamos a hacer porque unos pocos asesinos no van a modificar un ápice
nuestros pensamientos más profundos.
Somos una democracia joven pero
fuerte. La solidaridad entre los españoles, nuestros deseos democráticos, son
más fuertes que las pistolas y bombas. Ellos son pocos y miserables. Como seres
humanos no somos capaces a entender esta barbarie. Ninguna idea justifica en
España el derramamiento de una sola gota de sangre.
La Constitución que hace unos
meses homenajeábamos en su veinticinco aniversario da cabida a cualquier idea.
Esa misma Constitución y el esfuerzo de todos los españoles han hecho de
nosotros un modelo para otros. Tenemos el estado más descentralizado del mundo
y es plenamente aceptado por una mayoría de los ciudadanos de este país. Nadie,
por la fuerza, nos cambiará.
Esos asesinos no van a imponernos
nada. Hoy, más que nunca, defendemos nuestra Constitución, nuestro modelo de
estado y nuestra ideología democrática.
Los derechos humanos están por
encima de cualquier idea. Cuando estos han sido pisoteados de manera tan
despiadada solo se pueden hacer dos cosas: llorar y luego mantener la voluntad
democrática.
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