Hablar de pederastia sin perder
los papeles me resulta muy difícil. Opinar de la pederastia dentro de la Iglesia Católica me va a suponer un sacrificio de contención.
Cuando una institución como la Iglesia
Católica lleva siglos inmiscuyéndose en la sociedad no pueden quejarse de que
ahora los ciudadanos hablemos de ellos.
Hemos aguantado, estoicamente,
sus injerencias en temas como el aborto, los matrimonios homosexuales, la
eutanasia, el uso de preservativos… pero hasta aquí hemos llegado.
Los casos de pederastia han
sobrepasado cualquier límite. ¡Hablamos de abusos sexuales a menores!
Me repugna la violencia, los
atropellos – como a la mayoría – pero la agresión a niños supera mi capacidad
de asimilación y no lo perdono.
Hay curas que, aprovechándose de
su ascendente “moral” – menuda broma macabra – toquetean, soban, y no quiero
pensar que más, a niños. Siempre son niños varones, no suelen ser niñas, al
menos que yo sepa.
Las mujeres siempre les han dado
miedo y se lo siguen dando, además, ahí está su archidemostrado machismo.
Tal vez dentro de esta religión
se continúen, como un rescoldo, las ancestrales prácticas de homosexualidad,
tanto entre adultos como con jóvenes, y
no quieran reconocerlo.
No hablamos de casos aislados.
Nada de eso. En los últimos años hemos ido conociendo como la pederastia está
instalada entre curas de todos los países y no es cosa de ahora. Baste recordar
el caso de Marcial Maciel.
El tema adquiere unas dimensiones
aún más desorbitadas y repudiables cuando conocemos que arzobispos o los
últimos Papas, excepto Francisco, han ocultado y consentido esta aberración.
La sociedad, la Justicia, tiene
que perseguirlos y juzgarlos. No vale con pedir perdón. Desgraciadamente, las
denuncias llegan con años de retraso. Los adolescentes sufren durante toda su
vida las consecuencias de las agresiones de estos depredadores sexuales y psicológicos.
Los silencios cómplices de otros
curas están lastrando la acción de la justicia. Sí todavía quedan hombres dignos,
que mantienen sus creencias dentro de la iglesia católica, deben denunciar en
los juzgados a sus compañeros pederastas. En caso contrario, que no esperen mi
perdón, ya sé que les importa un pito y solo dan cuenta a su dios, pero yo los
maldeciré.
Como ellos son tan dados a dar
consejos, hoy se los voy a dar yo: cásense y dejen que las mujeres entren en su
iglesia.
Ahora un ruego: en el nombre de
ese dios que adoran, acaben con la pederastia. El Jesús bíblico no les
perdonaría jamás.
Pederastas en el nombre de Dios by Santiago Pérez Fernández is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
Tampoco tienen mi perdón ni deberían de tener el de nadie después de aprovecharse de su condición de " hombres de dios" y arruinarles la vida a los inocentes críos.
ResponderEliminar