Hombres buenos de Arturo Pérez-Reverte se lee de un tirón. Uno se
puede acercar al libro como si fuera una novela de aventuras – que lo es -.
Puede leerse como un texto de viajes y postas del siglo XVIII – sin duda -.
Habrá quien la catalogue como una obra encomiástica de la Real Academia
Española y de sus amigos – no estarán equivocados.
Es todo eso y seguro que mucho
más. Eso dependerá de cada lector.
Suelo leer a Pérez-Reverte. Me
entretiene. Sus artículos periodísticos, por el contrario, muchas veces me cargan.
Me parecen, en ocasiones, unas cantadas terribles. En ese sentido no es santo
de mi devoción. Ahí prefiero a su amigo Javier Marías, con diferencia.
A mí, Hombres buenos, me ha parecido un canto de amor al libro y a la
razón. Lo mencionado más arriba también, pero creo que el binomio libro-razón
es el eje principal.
Dos personajes, el almirante -
que no lo fue - don Pedro Zárate y el bibliotecario don Hermógenes Molina,
serán los comisionados por la Real Academia de traer desde París la Encyclopédie
de D´Alembert y Diderot.
Estos dos hombres buenos no dejan
de recordarme a don Quijote (Pedro Zárate) y Sancho Panza (Hermógenes Molina). Uno tan
formal –inicialmente, con posterioridad se van descubriendo otras facetas – el
otro descuidado – en aspecto - y
bonachón. El viaje une a dos personas diferentes, discrepantes en muchas cuestiones, pero a los que la razón y la buena voluntad les irá uniendo.
Nada extraño teniendo en cuenta
lo cervantino y quijotesco que anda Pérez-Reverte.
No deja de ser un trasunto de la
España del siglo XVIII, de las dos Españas
de siempre, aunque en esta ocasión si llegan a aceptarse y a hacer posible la
convivencia. Todo lo contrario que el otro dúo de la novela, Higueruela y Sánchez
Terrón – intentan que la Encyclopédie
no llegue, por distintos motivos, a España- . En estos no es posible el
entendimiento. Ambos son taimados, intolerantes y nada dados a admitir la
opinión del otro.
El viaje para Pedro Zárate y
Hermógenes Molina puede asemejarse a un viaje iniciático. El París de la época les asombra.
No es el Madrid triste y pacato.
El encuentro con Bringas pone el
contrapunto a los protagonistas. El abate es un personaje extremista, radical.
Representa la revolución que está a punto de producirse.
El recorrido por las librerías se
convierte en paseos por el París prerrevolucionario. Desde los barrios más
sórdidos a los contactos con la nobleza y el movimiento ilustrado sirven para
confrontar dos realidades sociales bien distintas: la francesa y la española.
Tengo la impresión de que el
momento histórico en el que se desarrolla la trama sirve de excusa al autor
para soltar algunos de los dardos a los que nos tiene acostumbrados en sus
artículos.
“Nos falta mucho para ser nación civilizada
con espíritu de unidad, como las otras que con justo motivo nos hacen sombra…Creo
que no es el mejor medio recordar siempre, como solemos, la patria de cada
cual. Antes convendría sepultarla en el olvido, y que a ninguna persona de
mérito se la considere otra cosa que española”.
Temas de actualidad:
“- Y las corridas de toros – introduce
el bibliotecario, que es notable aficionado.
En eso tuerce la boca el almirante,
desaprobador.
-Ahí no estoy de acuerdo – responde con
sequedad crítica-. Esa barbarie está bien prohibida.
-Una prohibición que no siempre se
aplica a rajatabla, afortunadamente. Porque a mí me gustan, oiga. El valor de
los toreros, la bravura de los animales…
¿A qué suena esto?:
Sonríe don Pedro al oír aquello.
-Estaría más de acuerdo –objeta- en que
religión y política se soltaran de la mano y no se la volvieran a tomar
jamás…Mal camino es reformar mediante leyes de tufillo eclesiástico.”
¿Mera coincidencia? No creo.
El relato histórico se sazona con
la presencia de personajes del momento: Condorcet, D´Alembert, Franklin…o con
la mención de algún científico patrio como Jorge Juan.
No es de extrañar su inclusión,
la de Jorge Juan, dado el conocimiento que Arturo Pérez-Reverte tiene de todo
lo relacionado con el mar. Ese marino participó en la expedición organizada por
la Academia de las Ciencias Francesa para medir la longitud de un grado de
meridiano terrestre en la proximidad del ecuador con el fin de poner fin al
problema de la forma de la Tierra. Fue marino y científico. Lo mejor de todo es
que Jorge Juan ejerció como espía en Inglaterra y copió el diseño de sus
barcos.
No sería raro que en un futuro
fuese el personaje central de unas de sus novelas.
Un detalle que me llamó la
atención fue el tratamiento, tan diferenciado, que realiza entre las putas que
frecuenta Pascual Raposo y el que realiza con madame Dancenis. Con las primeras
crudo, con la segunda condescendiente e incluso amable.
Meter en la novela explicaciones
sobre sus investigaciones para abordar la trama no resultaron pesadas.
El “personaje” real que más
destaca es el académico Francisco Rico. Esto, al parecer, es una broma entre
Javier Marías, que ya lo incluyó como un “personaje” en Así empieza lo malo,
Pérez-Reverte y el propio Rico.
Repito que no me resultó ni pesado
ni me alejó de la historia. Es más, se convierte en una introducción a lo que
se cuenta a continuación.
Lo que no me gustó fue la conversión final de Raposo. Lee cuatro
líneas y la luz de la sabiduría le ilumina. Me resultó ramplón.
Lo dicho al principio: se lee
fácil. Quien lo desee puede servirle, además, para revisar algunos datos
históricos, de viajes, descubrimientos… Yo consulté algún libro de Historia y
comprobé referencias olvidadas en san
Google.
Dos hombres buenos en busca de la razón by Santiago Pérez Fernández is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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