El presidente de Asturias, Adrián
Barbón, escora hacia posturas nacionalistas difíciles de asimilar a su
«ideología» que dice ser socialista.
Al principio fue el tema de la
oficialidad del asturiano, que hasta que él llegó a la secretaria general de la
FSA (Federación Socialista Asturiana) y a la presidencia de Asturias era
rechazado por los socialistas asturianos. Su antecesor en el partido, Javier
Fernández, no quería oír hablar del tema. No era el único.
Desde el empeño en la oficialidad
ha tomado una deriva claramente nacionalista. En un artículo publicado en El Comercio, el 10 de junio de 2022,
deja constancia de cuales son, actualmente, sus planteamientos.
El presidente Barbón reivindica
con «orgullo» el Reino de Asturias «para dar un paso más en la recuperación de
nuestra identidad». ¿Cuándo la perdimos? No deja de asombrarme tal afirmación.
Siendo, cómo dice ser socialistas, sentirse orgulloso de un reino es cuando
menos curioso. Desde luego la Historia fue la que fue. No se trata de renegar
de esa realidad histórica, pero de ahí a ese sentimiento de orgullo identitario
hay un trecho. Es más, pensar o creer que es importante para recuperar la
identidad me parece una boutade,
diciéndolo de forma suave.
Me viene a la cabeza eso del
nacionalismo identitario de un sector de los catalanes y vascos. Este discurso
de Adrián Barbón no se diferencia en nada.
Ven, ya tenemos dos de los
pilares nacionalistas. Por un lado una lengua que, a pesar de los pesares, quiere
convertir en oficial y por otro, la «invención» de una identidad apelando a un
historicismo alejado de la Historia.
Falta una tercera pata que
sustenta el nacionalismo, la religión. Barbón no tiene empacho alguno en
utilizarla como herramienta política en su discurso. Vean si no y luego piensen
en La Moreneta y los viajes «espirituales» que realizaba al Monasterio de
Monserrat Jordi Pujol.
Lo dicho, pasen y vean. Adrián
Barbón manifestó en esa entrevista que Covadonga tiene una parte espiritual «importantísima
para los que podamos ser cristianos, porque Covadonga tiene una
representatividad: la identidad de un pueblo está representada allí». No se
queda ahí, no está de acuerdo con que Covadonga sea un espacio apropiado para
mítines políticos al ser un lugar sacro. Y ahora llega la traca final, «Que un
creyente haga un mitin en un lugar sagrado me resulta ofensivo, hay espacios
que no se deben ofender con la política».
Es decir, según el presidente
Barbón la política es ofensiva. Vaya.
Aunque me parezca increíble hay
que recordarle al presidente asturiano que lo que ofende son los políticos
chapuceros, mentirosos, corruptos… ¿Socialista? Cada día tengo más dudas.
Señor presidente, lea a
historiadores rigurosos y comprobará que la «batalla» de Covadonga fue una
pequeña escaramuza. No existe ninguna relación entre aquel Reino de Asturias y
la Asturias de hoy. El devenir histórico fue el que fue, pero apelar a él para
explicar o justificar la realidad es maniqueo y carece de rigor.
Aquellas gentes, que tirando unos
pedruscos hicieron huir a unos pocos musulmanes, no pretendían restaurar el
reino de los godos, querían ocupar el territorio y sobre todo recuperar su
estatus. Entre ellos había nobles y eclesiásticos huidos que no estaban
dispuestos a perder los privilegios de los que gozaron. Más tarde proseguirían
anexionando territorio y nada mejor para motivar al personal que inventarse lo
del sepulcro de Santiago. Siguiendo la argumentación «barbónica», y qué curioso, aquel reino astur desapareció
en beneficio del reino leonés. ¿Dónde quedó esa identidad asturiana? En ningún
lado, no existía.
Señor Barbón, no se sume usted al
historicismo manipulador.
Tengo la sensación de que este
viraje de ciento ochenta grados viene motivado por el temor a qué Asturias se quede
descolgada. No se preocupe, presidente, ya lo está.
En la Transición resurgieron los
nacionalismos vasco y catalán, el gallegismo lo hizo más pausado,
posteriormente valencianos, baleares y ahora los andaluces con Adelante
Andalucía resaltan lo que les diferencia para acercarse a posturas
nacionalistas. Todas las autonomías, en mayor o menor medida, o de forma más
historicista o folclórica resaltan las diferencias de su comunidad. El caso más
festero es el de Revilla, el presidente de Cantabria.
Quién no tenga claro que España
es plural creo que comete un error muy grave y no será capaz de encontrar
soluciones que satisfagan al conjunto de la sociedad. Dicho esto una cosa es
reconocer esas diferencias y otra bien distinta es caer en el nacionalismo identitario
que es insolidario ya que tiene que reforzar su identidad frente a los demás y
ello les lleva a mirarse el ombligo.
Del estado de las autonomías
hemos pasado a un estado federal, aunque no esté reconocido como tal, y ahora
vamos encaminados, a la chita callando, hacia un estado confederal.
Ningún presidente quiere quedarse
rezagado en el reparto de los dineros del Estado. Cómo a vascos y catalanes les
va bien con su estrategia nacionalista e independentista los demás, sin llegar
a eso, se apuntan. Pero sí hasta el Madrid de Ayuso va por ese caminito, aunque
como IDA es muy grandona su nacionalismo es, además, el más español de todos.
Madrid es España. Barbón le respondería vale, pero Asturias es España y lo
demás tierra conquistada. En fin.
Señor Barbón, señor presidente,
su abatimiento hacia posturas nacionalistas le aleja del aquel socialismo
internacionalista, no sé sí usted alguna vez fue tal cosa, y le acerca a la
derecha. No me extrañaría que en breve usted se reúna con los suyos en
Covadonga al igual que lo hacia CDC (Convergencia Democrática de Cataluña).
¿Qué pensará Javier Fernández? No
lo llegaremos a saber. Los afiliados de la FSA callan, los candidatos o futuros
candidatos ni se les ocurre hablar. ¿Y los ciudadanos? Pues hay de todo, en principio
les da igual, pero eso sí, no les hables del nacionalismo catalán o vasco.
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