El último ajusticiamiento público en
Asturias, vamos, ejecución pública, se produjo el 27 de junio de 1899 en Tineo.
Mataron, por garrote vil, a Rafael González Gancedo por asesinar a su mujer y a
su hijo recién nacido.
Antón García, nacido en Tuña (Tineo) es el
autor de la novela que recoge lo acontecido en su novela Crónica de la luz y
de la sombra en el pueblo de La Zorera, no muy lejos de Tuña, situado en un
terreno agreste. Esta novela gano el premio Xosefa Xovellanos en 2014.
Publicada inicialmente en asturiano tuvo escasa repercusión.
La primera edición en castellano, a cargo de
la editorial Pez de Plata, es de febrero de 2025 y está traducida por Marta
López Fernández, también tinetense, profesora y escritora.
El asesinato de la mujer de Gancedo y su bebé
pasó inicialmente desapercibido ya que eran frecuentes las muertes de la
parturienta y su hijo, las condiciones higiénicas y la falta de atención médica
propiciaba el fatal desenlace. Hay que tener en cuenta, además, el aislamiento
del pueblo de La Zorera. Será el hermano de Rafael el que denuncie su muerte
como un asesinato. Se puede desprender de lo narrado que debía sentir algo por
su cuñada. Hay otro factor determinante para que la denuncia fuese tomada en
consideración, la asesinada, digámoslo así, era hermana del cura de Xinestaza,
pueblo cercano a La Zorera, que a su vez era representante de la familia Riego.
La novela se divide en cuatro partes. La
primera se centra junio de 1897 cuando se produce el nacimiento del bebé y la
muerte de ambos, madre y niño. En esta parte conocemos a los protagonistas,
pero sin entrar en muchos detalles. La segunda abarca julio de 1897, se centra
en las instrucción del caso y los interrogatorios. En este momento conocemos
las motivaciones del crimen.
Motivaciones que no les diré. Sí quieren saberlo todo, ya saben, tienen
que leer la novela.
Las declaraciones sirven para acercarnos a la
vida de los vecinos. La descripción es bastante gráfica. En sus cuerpos llevan
las señales que les deja el hambre y el trabajo físico en un terreno difícil de
domeñar. Enfermedades mal curadas o sin curar dejan sus huellas en sus ya
maltrechos cuerpos. Miseria, enfermedades, analfabetismo puede ser el resumen
apresurado de sus vidas, no muy diferentes a la de la mayoría de los vecinos
del concejo, extensible a Asturias y a España.
La tercera parte, junio de 1898, nos acerca
al juicio, celebrado en Oviedo. El periodista Ramón Torre, de El Carbayón,
se convertirá en nuestro narrador, que no solo contará el desarrollo del
juicio, si no que aporta opiniones personales. Así nos dice que «le gustaría
otro tipo de periodismo más al servicio de la noticia que de los intereses
materiales y morales de su periódico, El Carbayón» (pág. 120). Se
plantea, Torre, cuestiones que trascienden al asesinato, pero que son muy
relevantes como es el del divorcio. Claro que eso queda para sus soliloquios.
Así dice: «¿Pero cómo hablar de un tema así, el de la rigidez de las leyes de
matrimoniales en España, desde las páginas de un periódico conservador,
portavoz de la religión católica? Tampoco le iban a permitir hablar claro de
las condiciones de vida que se dan en el monte asturiano, donde el caciquismo
es la ley poderosa que señala el camino de lo que está bien y lo que está mal»
(pág. 120).
Nos enteramos que el abogado que defiende a
Gancedo es muy joven e inexperto. No parece una buena señal para el reo.
Gancedo niega ante el juez que hubiese
asesinado a su mujer e hijo, que la confesión se la sacaron con «malas artes»
(pág. 126).
Según avanza el juicio, Torre, el periodista,
ve más contradicciones: «el informe de los médicos forenses: no aclaraba nada
sobre los cadáveres; al mismo tiempo, los testimonios de los vecinos resultaban
ser simples suposiciones bien o mal intencionadas según fuera de cordial la
relación de convivencia» (pág. 131). Lo cual hace que al lector también le
entren dudas a tenor de los que sabemos hasta este momento.
La presencia de los vecinos de La Zorera ante
el juez le sirve a Antón García para insistir en las condiciones físicas de los
testigos: «… la gente de cuarenta, desdentados, las manos nudosas y que ya
padecían reuma, parecían viejos… la mayoría cojeaba, señal evidente de que las
roturas de huesos o las torceduras, o se arreglaban solas o se arreglaban en
manos de curanderos y curiosos… Algunos se presentaban en el estrado con las
orejas completamente comidas por los sabañones e incluso uno de ellos también
la nariz…» (pág. 136) la descripción es más prolija, pero ya se hacen una idea.
El periodista establece más dudas ya que «en
aquella sala, además del crimen de Tinéu, también se dilucidaban otras
querellas vecinales, quién sabe si antiguos desplantes amorosos, cierres de
fincas que se movían adelante o atrás, asuntos referidos al turno de regar o a
la psicología siempre compleja del alma, tan difícil de estudiar en su
intimidad» (pág. 141). Estos temas siguen presentes en las disputas de los
pueblos, no hemos evolucionado mucho.
El caso había levantado gran expectación y
era seguido con ansiedad por los ciudadanos, de ahí la presencia constante de
la prensa.
Se cierra esa tercera parte conociendo la
sentencia a pena de muerte de Gancedo, al que además se impuso una multa de
cinco mil pesetas de indemnización para los herederos de la difunta. Desde
luego esa cantidad de dinero era una cifra inalcanzable para el reo.
En la cuarta parte, junio de 1899, somos
testigos de la repercusión de la condena. Así podemos leer el artículo «Al
garrote» firmado por Alfredo García que utilizaba el seudónimo de Adeflor.
Esto es rigurosamente cierto, se publicó en el periódico El Noroeste. La
novela recoge mucho de lo acontecido pasado por el tamiz de la literatura.
Hubo intentos de que se anulase la pena
capital, que sería ejecutada, nada más y nada menos que a garrote vil, muerte
cruel donde las haya.
En esta última parte conoceremos al verdugo,
Gregorio Mayoral, que allí por donde pasa siente el rechazo.
Gancedo es conducido desde Oviedo hasta Tineo
donde finalmente fue ejecutado, en la Plaza de Las Campas. Realizaremos con él
su último viaje. Bueno, probablemente tampoco habría hecho ninguno. El martes,
27 de junio de 1899, la sentencia se cumplió con una plaza abarrotada de
público que asistió a la última ejecución pública celebrada en Asturias.
El lector, al menos yo, queda con la duda de
la responsabilidad de Gancedo y en su caso si no hubo más implicadas que le
indujeron al crimen. Nunca lo sabremos.
Crónica de la luz y de la sombra es
una novela entretenida que recoge un acontecimiento real. Al tiempo nos da una
visión de la vida en una pequeña aldea casi aislada del concejo de Tineo. Su
reedición en castellano le está yendo muy bien. Les animo a su lectura.
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