Al igual que en el
resto del concejo de Tineo, el mes de diciembre es frío en Zardaín. Desde
varias de sus casas se ve como sale humo de las chimeneas. No es para menos,
aunque la mañana del domingo es soleada es necesario atizar la cocina desde
bien temprano. Aún así, allí a lo lejos, se ve como un hombre no deja de arar
sus campos, va y viene a lo largo de la finca en un incesante caminar. En un
pequeño corral, las gallinas no cejan en su interminable búsqueda de comida,
escarban y picotean, picotean y escarban insaciables. Un poco más allá, un
carro del país espera que alguien se acuerde de él: no pierde la esperanza de
volver a ser útil y que su música vuelva a inundar los caminos que tantas veces
recorrió. El hórreo se muestra seguro. La matanza sigue siendo un ritual que
aún no se ha perdido y ¿dónde mejor para curar la chacina que en su interior?
Una mujer
afanosamente amasa la harina y un hombre gira el tambor donde se están asando
las castañas. Olores a pan y castañas se entremezclan y hacen salivar a quien
por allí merodea. De vez en cuando, de una pequeña caseta asoma un perro que no
ladra, pero ahí está.
Pero sí se elabora
comida es porque en este pueblo se trabaja. En un prado podemos ver un
balagar de aquellos que han sido sustituidos por esos prácticos, pero
feísimos y contaminantes plásticos. Alguien ha considerado que es importante
mantener esas tradiciones. Un tornero se esmera en su trabajo y un batán no
deja de golpear rítmicamente poniendo el contrapunto a la sinfonía acuática. El
molino no falta en el pueblo, ni tampoco los herreros, aunque los tractores no
dejen mucho trabajo a los animales.
En el deambular
nos acompaña el susurro del agua. No podía ser de otra manera en esta Asturias
nuestra y aquí, en Zardaín, tampoco. Por donde el río no discurre, una fuente
alegra el oído y la vista del caminante.
Un poco apartado,
en una pequeña loma, un cortín. La miel que en él se produce es fuerte y
dulce como las gentes del lugar.
Las casas
conservan sus fachadas tradicionales de piedra y su cubierta es de pizarra,
como siempre fue. No falta un detalle. Todo parece sacado de un cuento. Sino
fuera porque hay tanto movimiento en él, parecería anclado en el tiempo.
¿Quién nos iba a
decir que este pequeño pueblo estaba tan animado? Estos son algunos de sus
habitantes, pero son más. En un extremo se puede ver una amplia mancha de fina
arena por la que deambulan, como perdidos, tres camellos con sus reyes y
acompañantes. Parecen desorientados aunque estamos seguros que, una vez más,
van a encontrar el camino hacia el Portal de Belén de Zardaín.
Desde 1988, los
más jóvenes de este pueblo tinetense, vienen instalando este Belén sin otra
pretensión que el placer de montarlo y mejorarlo. Todo empezó con la recuperación
de unas figuras encontradas en el desván de la sacristía de la iglesia. Desde
ese momento, todo han sido mejoras, ampliaciones y esfuerzo para dotar a muchas
de las piezas de movimiento.
Nadie parece tener
prisa, año a año, el belén de Zardaín es un poco más grande, tiene algún
detalle más. En años anteriores fue el mecanismo que ilumina y oscurece toda la
escena, los relámpagos y truenos de la tormenta. Este año han incorporado la
estrella que cruza el firmamento.
Los vecinos
participan sin preguntarse unos a otros si es por devoción religiosa o laica,
que más da. Algunos ya llevan a sus hijos para hacerles participes de esta
tradición.
Hasta el 29 de
enero cualquiera que se acerque a Zardaín podrá visitar este magnífico Belén
que ha sido posible gracias a la colaboración de unos y otros.
Un Belén popular en Zardaín por M. Santiago Pérez Fernández se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
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