Los
vimos. En mi cabeza resonó la melodía del Hombre y la Tierra. El grupo estaba integrado por
seis miembros.
Tras
una observación más detenida comprobamos que eran tres hembras y tres machos. Comían.
Habían ocupado una mesa redonda. Sentados. Todos no. Uno estaba más bien tirado.
El
individuo, al que a partir de ahora denominaremos A1, mostraba una actitud indolente
y poco comunicativa. El resto del grupo interactuaba y parecían divertirse.
A1,
en esa posición más tumbado que sentado, tenía su brazo izquierdo doblado
detrás de su cabeza y le servía de apoyo a esta.
Realiza
suaves movimientos para contemplar a sus congéneres.
Se
incorporó. Estiró su mano derecha y cogió un trozo de fruta, melón por más
señas.
Se
repantigó.
Izó
el brazo, lo dobló y lo puso detrás de la cabeza. En esa posición se fue
comiendo la raja de melón.
El
resto del grupo no le mira.
Termina.
Estira
el brazo izquierdo, a él se le une el derecho, y con ambos levantados se
despereza. Baja
los brazos y los cruza tras su cabeza, que deja caer como si lo hiciera sobre
una almohada.
Parece
que va a dormitar. No. Descruza los brazos, se incorpora y coge otro pedazo de
fruta, ahora sandía.
El
individuo denominado A1 no parece querer ninguna relación con el grupo.
Se
despanzurra. Toma la posición ya observada. Empezamos a pensar que es una seña
de identidad del sujeto.
Traga
la sandia en esa actitud yacente y cuando termina se limpia el morro con el
dorso de la mano.
Tras
el esfuerzo realizado iza los brazos por encima de su cabeza y se estira todo
lo largo que es.
Hay
que hacer notar que el macho es joven, de unas dimensiones importantes y, aunque
sea prematuro, parece que llegará a ser un ejemplar de enorme peso.
Recoge
los brazos tras su cabeza.
Los
otros cinco integrantes ya no comen. Siguen interactuando.
A1
muestra un semblante tranquilo, de satisfacción. Prosigue con actitud laxa,
apática. Ni las hembras, muy “monas” ellas, despiertan su interés.
Los
párpados se le caen. Se incorpora, sin precipitación, y ataca otro pedazo de
sandia.
Se
desploma en la silla. Engulle. Brazo tras la cabeza. Con la mano derecha se
limpia la boca. Se rasca la barriga. Introduce el dedo meñique en la boca y con
la uña hurga los dientes.
Ahora
sí está feliz.
La
banda sonora del Hombre y la Tierra deja de sonar. Las risas de los niños
apagan la melodía.
Frente
a nosotros tenemos un grupo de seis personas: tres mujeres y tres hombres. Tras
muchos años de intensas búsquedas por parte de los prehistoriadores, sin
frutos, nosotros nos topamos con el eslabón perdido en el comedor de un hotel.
Apareció el eslabón perdido by M. Santiago Pérez Fernández is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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