16 jul 2014

Apareció el eslabón perdido




Los vimos. En mi cabeza resonó la melodía del Hombre y la Tierra. El grupo estaba integrado por seis miembros.

Tras una observación más detenida comprobamos que eran tres hembras y tres machos. Comían. Habían ocupado una mesa redonda. Sentados. Todos no. Uno estaba más bien tirado.

El individuo, al que a partir de ahora denominaremos A1, mostraba una actitud indolente y poco comunicativa. El resto del grupo interactuaba y parecían divertirse.

A1, en esa posición más tumbado que sentado, tenía su brazo izquierdo doblado detrás de su cabeza y le servía de apoyo a esta.
Realiza suaves movimientos para contemplar a sus congéneres.

Se incorporó. Estiró su mano derecha y cogió un trozo de fruta, melón por más señas.

Se repantigó.

Izó el brazo, lo dobló y lo puso detrás de la cabeza. En esa posición se fue comiendo la raja de melón.
El resto del grupo no le mira.

Termina.

Estira el brazo izquierdo, a él se le une el derecho, y con ambos levantados se despereza. Baja los brazos y los cruza tras su cabeza, que deja caer como si lo hiciera sobre una almohada.

Parece que va a dormitar. No. Descruza los brazos, se incorpora y coge otro pedazo de fruta, ahora sandía.
El individuo denominado A1 no parece querer ninguna relación con el grupo.

Se despanzurra. Toma la posición ya observada. Empezamos a pensar que es una seña de identidad del sujeto.

Traga la sandia en esa actitud yacente y cuando termina se limpia el morro con el dorso de la mano.

Tras el esfuerzo realizado iza los brazos por encima de su cabeza y se estira todo lo largo que es.

Hay que hacer notar que el macho es joven, de unas dimensiones importantes y, aunque sea prematuro, parece que llegará a ser un ejemplar de enorme peso.

Recoge los brazos tras su cabeza.

Los otros cinco integrantes ya no comen. Siguen interactuando.

A1 muestra un semblante tranquilo, de satisfacción. Prosigue con actitud laxa, apática. Ni las hembras, muy “monas” ellas, despiertan su interés.

Los párpados se le caen. Se incorpora, sin precipitación, y ataca otro pedazo de sandia.
Se desploma en la silla. Engulle. Brazo tras la cabeza. Con la mano derecha se limpia la boca. Se rasca la barriga. Introduce el dedo meñique en la boca y con la uña hurga los dientes.

Ahora sí está feliz.

La banda sonora del Hombre y la Tierra deja de sonar. Las risas de los niños apagan la melodía.

Frente a nosotros tenemos un grupo de seis personas: tres mujeres y tres hombres. Tras muchos años de intensas búsquedas por parte de los prehistoriadores, sin frutos, nosotros nos topamos con el eslabón perdido en el comedor de un hotel.

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Apareció el eslabón perdido by M. Santiago Pérez Fernández is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.

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