Cuando en la segunda página del
libro me tope con una afirmación tan rotunda, como la que sigue a continuación,
me dije que tenía que estar sustentada sobre unos pilares muy robustos:
"Sus edificios pueden ser formalmente
espectaculares. Pero también arquitectónicamente caprichosos, ingenierilmente
redundantes y, además económicamente ruinosos".
No está hablando de cualquiera, se
refiere a Santiago Calatrava, el arquitecto. Quién lo escribe es Llátzer Moix
en su libro Queríamos un Calatrava:
Viajes arquitectónicos por la seducción y el repudio.
Llátzer Moix no es un recién
llegado al periodismo. Durante casi veinte años ha sido responsable de la
información cultural de La Vanguardia, en el que ahora ejerce como subdirector,
editorialista, columnista y crítico de arquitectura.
Hace unos años leí otro de sus
libros: Arquitectura
milagrosa: hazañas de los arquitectos estrella en la España del Guggenheim. Ninguno me defraudó.
Queríamos un Calatrava es un recorrido por algunas de las
obras de este arquitecto y la forma en que las afronta. Uno y otras no salen bien parados. Todo lo que se cuenta
está amparado por las opiniones de colaboradores de Santiago Calatrava,
clientes, políticos y resultados de sus construcciones.
El autor y sus interlocutores reconocen al arquitecto muchas
cualidades pero todas ellas quedan oscurecidas por su megalomanía, avaricia e
incluso despotismo.
Página tras página el personaje se vuelve más antipático. Al
menos para mí. Los comentarios de quienes trataron con Calatrava hablan de un
encantador que tras conseguir un contrato se convierte en un
arquitecto-personaje caprichoso, voluble y desmesurado en todos los aspectos.
Conocí sus obras por medio de fotografías, no me disgustaban.
Todo cambió cuando entré en algunos de sus edificios. Su monumentalidad en la
cercanía apabulla. La Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia me pareció
fría; el centollu de Oviedo asusta y su interior me parece deplorable. Tengo
que reconocer que sus puentes me gustan desde la lejanía: el de Bilbao,
Sevilla, Mérida o Buenos Aires.
Llátzer Moix detalla muchos pormenores. Queda claro el
descomunal desvío económico de las obras, la improvisación e incluso los
errores estructurales de los proyectos calatraveños.
Se lee muy bien. Me resultó, además de clarificador,
entretenido. Lo recomiendo.
En todos los desbarajustes de Calatrava hay, casi siempre,
unos cómplices: los políticos.
Miren lo que dice Moix del complejo de Buenavista en Oviedo, en
este caso contubernio político-empresarial:
“En el currículum de Calatrava, como en el de cualquier
arquitecto, hay obras más afortunadas que otras. Y, entre las menos
afortunadas, algunas optan al título de peor obra del autor. El complejo de
Buenavista en Oviedo – integrado por un Palacio de Congresos con aforo para
2.150 personas, un hotel de cuatro estrellas con 150 habitaciones, un centro
comercial de tres plantas, las sedes de dos de las consejerías del Principado
de Asturias y 1.800 plazas de aparcamiento subterráneo – es un serio aspirante
a dicho título. Lo es porque sus promotores concibieron la operación prestando
no menos atención a su interés particular que al colectivo, pese a la
trascendencia que tenía para Oviedo. Y los es porque Calatrava le dio una
escala desmesurada, que se impone a codazos en la trama urbana preexistente y
la desfigura”.
Los actores de este despilfarro son los mismos que
arremetieron contra la parcela del Vasco.
Es resultado ha sido un chasco, un desastre para Oviedo y los
asturianos.
Colaboradores necesarios, responsables primeros y últimos,
los políticos que tomaron las decisiones sobre estos desaguisados. El entonces
alcalde, Gabino de Lorenzo, se lleva la palma.
Don Gabino tras las críticas recibidas por la adjudicación
del proyecto del Auditorio-Palacio de Congresos Príncipe Felipe, en Oviedo, a
Rafael Beca tenía que sacarse esa espina. Creo recordar que entre los proyectos
presentados había uno de Moneo que fue desechado. Entre otras cosas se habló de
la amistad entre Gabino de Lorenzo y Beca.
El caso es que Gabino de Lorenzo tenía que hacer algo sonado
y lo hizo: él también quería un Calatrava. Y lo tuvo.
En estas cosas del urbanismo don Gabino estuvo acompañado,
una temporada, por Alberto Mortera exconcejal socialista.
Otro actor imprescindible fue Vicente Álvarez Areces,
presidente de Asturias. El Gobierno asturiano adquirió los dos brazos del
edificio de Buenavista para ubicar allí las consejerías de Cultura y Sanidad.
Alguien tendría que haber explicado la justificación para embargarse en tamaña
empresa.
Es un libro que no leerán los cargos públicos – bueno, la
mayoría ni este ni otros - pero no estaría mal que por una vez lo hicieran. Tal
vez, aunque lo dudo, aprenderían a no ser tan grandones con el dinero público.
Llátzer Moix resume muy bien lo sucedido:
“Como ya se indicó en las primeras páginas de este libro,
existe una responsabilidad de los clientes en determinados excesos de
Calatrava. Es más, sin ellos no hubiera podido hacer lo que ha hecho. Y, sobre
todo, existe una responsabilidad capital entre los clientes públicos que han
preferido redactar sus planes estratégicos de infraestructuras atendiendo a
criterios más políticos que racionales, con el consiguiente resultado de
estructuras hipertrofiadas que han favorecido la edificación de marca a costes
insensatos”.
Háganse su opinión leyéndolo. Lo tendrán disponible en
bibliotecas públicas y librerías.
Viaje por la arquitectura de Calatrava by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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