Cada día leo más libros y menos
noticias. La letanía monótona y repetitiva de la corrupción, el alejamiento de
los políticos de los ciudadanos y sus miserias – las de los políticos - me lleva a esa otra realidad más satisfactoria
e inteligente que proporcionan los libros. Entre otras lecturas cuelo novelas
negras, de suspense, policíacas o como quieran llamarlas. Me entretienen un
montón y son perfectas para leer tumbado.
La última ha sido El lagarto negro de Edogawa Rampo. Con
el título y el nombre del autor comienza el misterio para mí.
Rebuscando por Internet me topo
con el nombre escrito de dos formas: Edogawa Rampo y Edogawa Ranpo. Podrán
decir que es una tontería, pero al final no sé como es. Aunque en el fondo sí
que es una tontería. Su nombre no es tal, es la transición fonética al japonés
de Edgar Allan Poe por el cual el autor sentía devoción. Edogawa era también un
entusiasta seguidor de Conan Doyle, Sir Arthur, según dicen. Su nombre
verdadero era Hirai Tarōu (1894-1965).
Lo dicho, una tontería mía.
Segundo misterio: el título. Para
mí El lagarto negro era una novedad
y en las librerías aparecía entre ellas. Fue publicado por primera vez en 1934.
La edición que yo compré es de Salamandra de enero de 2017. ¿Entonces?
Pues que me encontré con que en 2008 la editorial Jaguar había publicado La lagartija negra y por el resumen se
trata de la misma novela. Eso creo.
Nada terrible, desde luego, lo
cuento por curiosidad.
Se le considera uno de los
máximos exponentes del ero-guro-nansensu, algo así como lo erótico grotesco sin
sentido. Pues vale. Oigan, de eso no busquen en El lagarto negro que no lo hay. Con un par de detalles, que me parecieron más
bien infantiles, libra.
No tiene nada de erótico, ni de
grotesco ni de lo otro, tampoco sangre, y eso que aseguran que es un fiera en eso – y
me refiero a lo que cuentan por Internet -. Es lo único que he leído de Rampo o
Ranpo y me pareció inocente. Vamos, un cuentín. Eso sí, el autor previene e
ilustra a los lectores de lo que va a pasar, no vaya a ser que nos despistemos:
“Estimados lectores, en este punto el autor se dispone a cambiar de
escenario y pasará a relatar la extraña aventura de una mujer que hasta ahora
no había salido nunca a escena”.
O bien era un cachondo o pensaba
que sus lectores eran tontitos. Recurre a estas “explicaciones” en varias
ocasiones. Me resultó divertido y casi teatral.
Todo en la novela es previsible,
no hay resquicio para la duda. Hasta la mala malísima resulta ñoña. Da igual que
asesine, sea una exhibicionista o una consumada transformista, no asusta ni
causa rechazo.
El protagonista, Kogoro Akechi,
el primer detective de sus novelas, también resulta un poco tontorrón y es otro
experto en el arte del disfraz.
Otros de sus libros tendrán esos
componentes tan destacables, en este sobresale la candidez de la historia y la
ausencia de intriga. Poe y Conan Doyle son otra cosa. Y no es que me
disgustase, me pareció simple.
Edogawa Rampo creó la Asociación
Japonesa de Escritores de Misterio y sigue siendo toda una institución en su
país. Uno de los premios más importantes de Japón lleva su nombre y está
patrocinado por la editorial Kodansha y la Fuji Televisión y está dotado con
diez millones de yenes.
No sé porqué pero me recordó a
Fantomas, ese personaje creado por Marcel Allain en 1911. Otro malo muy malo
que resulta casi inocente comparándolo con los malos de hoy. ¿No les asustan
más el dúo Trump-Putin?
Háganse su opinión, léanlo.
Disponible en bibliotecas públicas y librerías.
El lagarto negro o La lagartija negra by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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