Publicado en La Nueva España el 6 de abril de 2017
El
nacionalismo es un sentimiento. Razón y sentimientos deambulan por sendas
paralelas aunque al parecer Descartes dijo que pensar y sentir no son dos modos
antagónicos de la razón. Pues
lo dijera Descartes, Agamenón o su porquero, el nacionalismo solo tiene cabida
en tanto que su justificación se realiza desde las tripas, no aguanta una
pasada por el juicio de la razón.
Da
igual que hablemos de España, Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Cataluña o
País Vasco. El nacionalismo de todos ellos tiene sentido en tanto se enfrentan,
o comparan, con otra nacionalidad. Desde un lado y otro se remarcan las
diferencias, se esgrimen agravios – reales o imaginados – y al final el
enfrentamiento dialéctico, verbal y legal relega el diálogo y la intención de
llegar a acuerdos.
Derecho
a decidir, emancipación de los pueblos, falta de democracia o de libertad,
agravios, trato injusto, reparto desigual, incomprensión, derechos históricos,
unidad, soberanía, independencia o hecho diferencial se convierten en armas
arrojadizas que esconden y enmarañan el verdadero debate.
El
ímpetu nacionalista resurge en épocas de crisis económica con enorme
virulencia. No es para menos. Esas crisis, provocadas desde los poderes
económicos y financieros con la aquiescencia de los gobiernos, llevan parejas
descontentos sociales provocados por el aumento del paro, las rebajas
salariales, el endeudamiento público y privado y todos los males que hoy
conocemos. Que conste que en otras épocas no fue diferente.
No
voy a hablar de Donald Trump y su ultraconservador nacionalismo, que se
encuentra en la extrema derecha política y que en lo económico se disfraza de
neoliberal. Mejor lo dejo.
Me
voy a una nacionalista más cercana a nosotros: Theresa May, primera ministra de
Reino Unido.
En
un artículo del 30 de marzo, titulado Una
relación especial, la señora May nos da su parecer sobre la salida de su país de la Unión
Europea, el Brexit, y sobre cuáles
son sus deseos para el futuro.
La
primera ministra británica hace una declaración de intenciones: “Vamos a dejar
la UE, pero no vamos a dejar Europa, y queremos seguir siendo socios implicados
y aliados de España y de nuestros demás amigos en el continente”.
Va
un poco más allá y dice que “aspiramos a tener el mayor acceso posible al
mercado único mediante un acuerdo de libre comercio audaz y ambicioso”.
Oiga,
señora May, ¿entonces para qué se van? Se largan pero quieren un trato
preferencial. Uyyy, eso es trampa. Eso es querer estar a las maduras pero no a
las duras.
¡Anda
que no nos salieron listos estos del Brexit!
Más
tarde entra en materia: “La relación comercial entre Reino Unido y España
asciende a 46.000 millones de euros anuales. Reino Unido es el principal
destino de las inversiones españolas en Europa, mientras que hay 700 empresas
británicas invirtiendo en España”.
Esto
sueña a aquello de no nos vamos a hacer
daño, ¿verdad, doctor?
Cómo
tiene dudas de que el mensaje no se haya entendido, insiste: “Todos saldríamos
perjudicados si se levantaran barreras comerciales innecesarias”.
No
cabe duda, es una amenaza en toda regla. Da igual como la disfracen, es un
aviso a navegantes.
¿Se
imaginan al presidente Rajoy sorteando esta tormenta? Por su cabeza, la de
nuestro presidente, estarán pasando el número de turistas ingleses en España,
los emigrantes españoles en Reino Unido, Gibraltar… y las llamadas telefónicas
de presidentes de… yo que sé… Movistar, Banco Santander, BBVA, ALSA…
aconsejándole. Tiene que ser un sinvivir lo suyo.
Démosle
un voto de confianza, se lo merece, ya ven como está arreglando lo de Cataluña.
El
presidente Rajoy pidió “sentido común” y a continuación dice que va a invertir
en obra pública en Cataluña 4,200 millones, en esta legislatura.
¡Ya
está! ¡Se acabó! Los independentistas catalanes cejan en su empeño y abrazan la
idea de una España unida. ¡Qué descanso!
Saco
mi cartera. Busco el DNI. No hay duda: me nacieron en Asturias. Vivo en
Asturias. Concreto más: vivo en el Suroccidente de Asturias. Estoy jodido.
Ahora
vengan y háblenme de nacionalismo y dejen esas zarandajas de equidad,
solidaridad interregional o igualdad entre todos. No hablaremos de paro,
envejecimiento de la población, tasas de crecimiento negativas, desindustrialización.
Tampoco de vías de comunicación, ni del Musel, ni de la regasificadora, ni de
la variante de Pajares, ni de… háblenme de nacionalismo.
¿El nacionalismo es lo importante? by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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