Achacar todos los males de España
a los inmigrantes es, cuando menos, un error de tal envergadura que me provoca
desasosiego. No hay forma de establecer un diálogo sosegado y basado en datos
contrastables con quienes piensan así. Sencillamente se encienden.
Hasta el advenimiento de la
crisis nadie se preocupaba por los millones de inmigrantes que contribuían al
desarrollo del país. A partir del 2010 todo cambia, cuando la crisis inducida
por el sistema financiero estadounidense, y expandida a casi todo el mundo, nos
revienta en la cara. Desde la derecha se busca un culpable ¿quién mejor que los
emigrantes? Nada nuevo. Los de fuera son los culpables de nuestros males.
Todo el mundo puede acceder a
informaciones fiables. No lo harán, es más fácil quedarse con los bulos.
España ha sido tierra de
salvadores, hoy han vuelto quienes quieren salvarnos aunque sea a nuestro
pesar. Transmiten mensajes simples, que apelan a las tripas y que convierten en
cuestiones de fe. Así no hay remedio, no se puede hablar con ellos.
Para comprender esta influencia
quien quiera puede acercarse a los marcos mentales de George Lakoff y entenderá
este fenómeno de apoyo a los populismos, nacionalismos y a la extremaderecha.
Intentar explicar la situación
que padecemos desde criterios económicos es tiempo perdido. Hablar de
capitalismo financiero, globalización, desregularización, injusticia fiscal, necesidad de impuestos
directos progresivos sobre las rentas y no cargar sobre los impuestos indirectos,
preponderancia de lo público sobre lo privado con el dinero de los Presupuestos
Generales del Estado, etc. etc. es tiempo perdido. No quieren escuchar nada de
eso o en su defecto te acusan de podemita. En fin.
Los consensos sociales, que tanto
costó lograr, quieren hacerlos saltar por los aires. Aborto, violencia de
género, pensiones, matrimonios entre personas del mismo sexo, autonomías,
educación y sanidad pública, laicidad estatal – nunca lograda del todo – y un
larguísimo etcétera de avances sociales están siendo puestos en la picota y los
quieren reventar. De todo esto tampoco es posible hablar con quienes, sin
argumentos racionales, desean volver a posiciones que tienen más de cincuenta
años.
Con los más jóvenes, los que
apoyan esas posturas trasnochadas y ultrarreaccionarias, es más de lo mismo. En
la mayoría de los casos su ignorancia histórica les hace presa fácil de
extremistas poco instruidos y carpetovetónicos radicales.
Hay quienes quieren volver al
frentismo y al garrote. No les bastó con tres guerras civiles en el siglo XIX y
una en el XX. La sangre les pone.
Estos son unos brevísimos apuntes
de los derroteros por los que se mueven quienes no aceptan opiniones
contrarias, creencias diferentes, acentos variados, variedad de color de piel…
Ahora quieren arribar al
Parlamento y desde allí imponer sus viejas y rancias propuestas. Usan la
democracia para transformarla en otra cosa. Estaría bien que quienes apoyan a
esta gente leyesen sobre Alternativa para Alemania, el Partido de los Verdaderos
Finlandeses, el Partido Popular de Dinamarca o sobre Viktor Orbán, Marine Le
Pen, Salvini o Jaroslaw Kaczynski y tal vez se enterasen que los de aquí, estos
tan patriotas no lo son tanto. Forman parte de una corriente internacional de
extremaderecha que quieren regresar a una Europa fragmentada, xenófoba, repleta
de fronteras para las ideas y las personas y donde la sociedad del bienestar
sea algo del pasado.
En las elecciones del día 28 voy
a ir a votar. Lo haré con dolor pero también con un espíritu democrático
reforzado. Votaré con más consciencia que nunca. Los demócratas no podemos
quedarnos en casa para que quienes nos quieren llevar a la oscuridad, al pasado
de los enfrentamientos nos desgracien la vida. Estas elecciones son tan
importantes que si la dejadez y apatía democrática alcanza un porcentaje
elevado vamos a lamentarlo.
La democracia necesita votos que la apoyen by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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