Me meto en la cama. Leo un rato.
Los ojos se me cierran. Apago la luz. Al cabo de un momento empiezo a dar vueltas.
Me siento intranquilo. No sé que me pasa. Enciendo la luz. Me pongo a leer.
Diez minutos más tarde el sopor es total. Ahora sí, seguro que duermo. Apago.
Doy media vuelta y…los ojos como platos. Me falta algo. Escucho y no oigo nada.
Ni un solo ruido. Allá, a lo lejos, la esquila de una vaca. Un mugido aún más
lejano. Nada más. Silencio absoluto.
Eso es, no hay ruido alguno.
Estoy en Villanueva, en El Valledor (Pola de Allande).
Estamos tan acostumbrados a la
contaminación acústica que cuando no existe la echamos de menos. ¡Manda
narices!
Vilanova (Villanueva) pertenece a
la parroquia de San Salvador. Desde el pueblo se ve Fonteta, San Salvador y
Villalaín. En la actualidad solo hay tres casas habitadas. En una de ellas vive
dos hermanos solteros, en otra una familia con sus hijos y en la tercera, un
matrimonio de jubilados que no la habitan de continuo. No hay nadie más. Bueno,
vacas y cabras.
Las casas del Valledor son
hermosas, grandes, útiles: piedra, pizarra, pequeñas puertas y ventanas. No les
falta un hórreo o panera. Todo ello aprovechando los materiales del entorno y
adaptándose al terreno y a las necesidades de quienes las habitaron.
No soportan la soledad y muchas
se están desmoronando. Ni la pequeña capilla de Villanueva superó el abandono y
hoy es un amasijo de piedras. Los hombres la han desamparado ¿y Dios?
La parroquia de San Salvador del
Valledor está integrada por San Salvador, Barras, Bustarel, Collada, Fonteta,
San Salvador, Trabaces, Villalaín y Villanueva. Entre todos, según el informe
de Sadei de 2014, llegan a los 63 habitantes. Eduardo, de Fonteta, hace
recuento y de ellos solo le salen siete jóvenes.
Son pueblos habitados por viejos,
los más, y por fantasmas.
La vejez y el despoblamiento son
males del campo asturiano, en este valle son una pandemia.
El valle es recorrido por el río
del Oro y su afluente el Valledor. Las truchas son casi un vago recuerdo.
Los jabalíes campan a sus anchas
por estas tierras y también, dicen, los osos. Estos últimos tienen en el
interior de los cortinos una enorme
tentación: la miel. Oscura, densa, viscosa gracias al brezo. Muy sabrosa.
El valle está poblado de robles, de
castaños y no faltan los pinos. En estas fechas las carreteras y caminos están
cubiertos por castañas y sus erizos así como por bellotas. Aunque se recogen
las castañas, su aprovechamiento se queda reducido prácticamente al ámbito
familiar.
Pero no todo es tan bucólico. Un
azote recorre este territorio cada cierto tiempo. Un demente, o unos dementes,
se encargan de prenderle fuego. Así y todo acaba por recobrarse y el matorral
vuelve a ocupar su espacio, el arbolado tardará aún muchos años.
Se puede acceder al Valledor
desde el Pozo de las Mujeres Muertas, nombre evocador de mil historias, o desde
Berducedo. Carreteras estrechas, muy estrechas, desde los que asomarse a
precipicios que meten miedo. El paisaje es precioso y bien merece ese pequeño
nudo en el estómago.
Los pueblos, las tierras de
cultivo y los pastos se encuentran en las laderas del valle. Nada es fácil. La
vida aquí es dura y sacarle rendimiento no está al alcance de cualquiera.
El Valledor merece una visita. No
tengan prisa. El recorrido no es muy largo pero sí intenso. De vez en cuando
paren el coche, bájense, escuchen y disfruten. El silencio les colmará. La tranquilidad
se adueñará de ustedes, pero no se asusten, es normal. Es un efecto secundario
benéfico de este lugar casi encantado. Volverán al ruido con las pilas
cargadas.
El Valledor, un remanso de tranquilidad by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional License.
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