Dublín tiene fama de ser una ciudad en la que
reina la alegría, no sé sí será verdad pero lo parece. Vale, es una
exageración, no es alegría si no diversión, que es otra cosa. Sin duda alguna,
y a tenor de lo visto en cinco días esa animación emana de los infinitos bares
que hay en la ciudad. En Asturias, en España, hay bares para dar y tomar, en
Dublín no es difícil toparte con ellos. La música no falta con actuaciones en
directo. No son discretos, los altavoces son resistentes para aguantar esos
volúmenes. Vimos bares que ya por la mañana estaban animados y desde medio día
mucho más. En el barrio de El Temple se concentran un buen número de bares
musicales, pero no es la única zona. En este barrio destaca el bar del mismo
nombre: Temple Bar. Da igual la hora del día, siempre está lleno. A las cuatro
de la tarde la juerga en él era impresionante, no era el único, pero sí el más
concurrido.
Bar Temple
La cerveza es sagrada. Trasiegan pintas a un
buen ritmo. Al parecer entre los irlandeses está mal visto el no beber. El
whisky no falta. Oigan, en gaélico se dice uisce beath, ¿y saben lo que
significa? «agua de vida», toda una declaración de su importancia. Queda todo
dicho.
Aplacar la sed es fácil, el hambre también
pero… Montones de sitios para comer, en los pubs también. Mucha comida rápida
con algunos platos típicos. Por lo que pudimos ver y comer, no se destacaban
por una gran gastronomía. Probamos el desayuno irlandés con salchichas, huevos,
y morcilla, al que añaden verduras y patatas, frito en mantequilla. Vamos, una
bomba calórica mañanera. La morcilla puede ser negra, con sangre, o blanca, no
la lleva. Esta última lleva carne, grasa, harina de avena y rellenos de pan o
patata. No tuve claro sus ingredientes, pero la blanca me gusto, además estaba
un poco picante. La salchicha blanca también me gustó. Entre sus platos más
típicos se encuentra el estofado irlandés que lleva carne cocida con verduras,
patata, cebolla y en la que no falta la zanahoria, mucha zanahoria. Va con
caldo. La verdad es que no me hizo gracia. También probamos el pan de soda y
bueno... así de aquella manera. No nos faltó el Fish & Chips que también es
muy típico en Irlanda. Lo comí en un restaurante que estaba delicioso. Lo
dicho, mucha comida rápida. Como te despistes coges kilos.
No todo es beber, escuchar música y comer.
Otra de esas visitas obligadas es el Trinity
College. Allí vemos el famoso Libro de Kells, manuscrito iluminado del año 800
aproximadamente. Todos los días pasan una hoja con el fin de que no se
deteriore por las luces. Tuvimos suerte y vimos una totalmente ilustrada. De
ahí pasas a la antigua biblioteca en la que hay unas pocas baldas con libros
antiguos y el resto están vacías ya que están procediendo a su limpieza y
conservación. Para algunos visitantes puede ser un poco decepcionante por este
motivo. La sala tiene 65 metros de largo y fue contruída entre 1712 y 1732.
Tiene capacidad para unos 200 000 libros antiguos. A lo largo de la sala hay
muchos bustos, de mármol, de filósofos, escritores y hombres que apoyaron a la
universidad. Es una sala muy chula que alberga un globo terráqueo como símbolo
de la curiosidad humana. Tras esta visita hay que dirigirse al edificio anexo
para tener una grata experiencia audiovisual. No se lo pierdan, es muy chulo.
Biblioteca del Trinity College
Creo que además de ver y fotografiar lo que
conocemos por las redes sociales es importante callejear por el placer de ver
las ciudades sin ningún objetivo concreto. Patear los lugares da una
perspectiva distinta y utilizar los medios de transporte públicos solo en casos
de necesidad es una consigna que tenemos muy presente, siempre y cuando el
cuerpo lo permite.
Catedral de San Patricio
De esos lugares «obligados» visitamos
algunos. Entramos en las dos catedrales, la de la Santísima Trinidad y la de
San Patricio. Creo que casi todas las catedrales tienen una tiendecita en
alguna sala adyacente para vender recuerdos, la de San Patricio la tiene en la
nave central a sus pies.
Ya
que estábamos en la Catedral de la Santísima Trinidad entramos en Dublinia,
edificio que forma parte de la catedral. Se trata de un museo de recreación
histórica de la ciudad en las etapas vikinga y medieval. Bueno, no está mal.
Incluso se pueden ver algunos personajes reales realizando labores cotidianas
de esas épocas.
Intentamos entrar en la Biblioteca Nacional
de Irlanda pero no fue posible. Nos desquitamos entrando en la Biblioteca
Marsh, muy próxima a la catedral de San Patricio. Es la biblioteca más antigua
de Irlanda. Nos gustó mucho. Merece la pena.
Biblioteca Marsh
La Galería Nacional de Irlanda alberga obras
de algunos de los grandes pintores, además de arte irlandés. Por cierto, la
entrada es gratuita.
Una visita decepcionante, para nosotros, fue
la de Custom House, la aduana para entendernos. El edificio es magnífico en el
exterior, pero en el interior por mucho que cuente la historia del edificio y
repase la historia de Irlanda, que lo hace con unos paneles y un triste vídeo,
es pobre.
El Castillo de Dublín es un edificio
construido entre el siglo XVIII y XIX, el antiguo se quemó. En la actualidad es
utilizado por el Gobierno de Irlanda para eventos estatales. Además de
mobiliario de esas épocas alberga una colección de pinturas.
El edificio del Ayuntamiento aunque dicen que
es visitable nos quedamos con las ganas. Dos veces que pasamos por allí fue
imposible, en una ocasión estaba cerrado, en la otra parecía que iba a ver un
acto oficial y no nos dejaron.
Guinness Storehouse
No, no me olvidé, también fuimos a la
Guinnes, la Guinness Storehouse. Allí se puede ver como se elabora esta famosa
cerveza y la antigua maquinaria que utilizaban. Me llamó mucho la atención la
estructura metálica del edificio y su altura, el almacén fue construido en
1904. El actual edificio tiene siete plantas. La verdad es que está muy bien
montado y aunque la visita no es barata merece la pena. En la última planta
tienen un mirador desde el que se ve toda la ciudad. Allí puedes tomar la
cerveza a la que te «invitan» con la entrada. La cerveza negra no es mi
preferida, pero así y todo allí me la bebí. Por lo que vimos entre las cervezas
la reina es la Guinnes.
Arpa de Brian Boru
Una curiosidad. El símbolo de la empresa
Guinness, registrado en 1876, es un arpa que se basa en la de Brian Boru y que
se exhibe en el Trinity College. En 1922 el Estado Libre Irlandés eligió el
arpa como símbolo nacional, pero como la Guinness tenía registrado el diseño se
vieron obligados a invertirla para
evitar problemas legales.
Hicimos un recorrido, caminando, por el
margen del río Liffey y, como no, allí estaba el inconfundible puente de
Calatrava denominado Samuel Beckett. No faltaron los problemas, en este caso
relacionados con el mecanismo de apertura ya que se trata de un puente
giratorio que permite el paso de los barcos y su mecanismo tuvo fallos,
faltaría más. Los puentes de Calatrava son inconfundibles, variaciones sobre
los mismo. Sus obras están plagadas de problemas constructivos y económicos, ya
que se disparan en el presupuesto.
Es imposible no pasar por delante de la
estatua de Molly Malone, desde luego no le toqué las tetas. Me parece burdo y
sin gracia alguna. Tampoco nos perdimos la de Oscar Wilde.
Oscar Wilde
Disfrutamos la ciudad. La arquitectura
georgiana es llamativa, con sus puertas de colores. Respecto a ese detalle de
color hay varias teorías. Una de ellas dice que cuando murió el príncipe
Alberto, la reina Victoria del Reino Unido quiso hacer participe de su luto a
todos sus súbditos y les pidió que pintaran las puertas de sus casas de negro.
Los dublineses como forma de protesta e insumisión las pintaron de colores.
Otra teoría dice que en las noches los efectos de las pintas de cerveza, y al
ser las casas iguales, con el fin de no meterse en la casa del vecino las
pintaban de colores distintos. No está mal pensado. Una tercera dice que en
Dublín en el siglo XVIII las normas urbanísticas eran muy severeas y ante la
uniformidad de los edificios decidieron rebelarse pintando puertas de colores
diferentes. Está visto que los irlandeses siempre fueron muy protestones.
Bueno, sea cual sea la verdad, da igual que
todas sean mentiras, el caso es que dan un toque de color a los edificios y
estan guapas.
La limpieza de la ciudad depende de las
zonas. En algunas resultaba deficiente. Los transportes públicos, tranvías y
autobuses, son muy abundantes. En algunas calles centrales llegaban a pasar más
de una docena de autobuses seguidos, sin exagerar, los conté.
No es una ciudad que digas que tiene un
encanto especial, pero la disfrutamos y estuvo bien conocerla. Para los
fiesteros es perfecta.