Tiempos de hielo
no es una novela fría. En absoluto. Es cercana, creíble aunque deje espacio,
reducido, para lo irreal.
Fred
Vargas, alias de Frédérique Audoin-Rouzeau, es arqueozoóloga e historiadora de formación.
En 1986 se editó su primera novela policíaca: Los juegos del amor y de la
muerte, y ya lleva doce publicadas.
Tiempos de hielo es un nuevo caso del
comisario Adamsberg y su equipo de la Brigada Criminal. Islandia parece ser la
clave de unas muertes pero todo cambia y las pesquisas se centran en un club de
admiradores de Robespierre. Muertes antiguas se entremezclan, sin aparente
sentido ni del espacio ni del tiempo, con otras recientes.
La Terreur
(Revolución francesa) se adueña de la novela. Maximilien Robespierre, Danton,
Desmoulins, Fouche o el verdugo Sanson se convierten en parte de la trama.
El terror
revolucionario y el afturganga serán
claves para que Adamsberg resuelva el caso.
No cuento más. Para
más información, léase el libro.
La Brigada Criminal
está integrada por una serie de personajes alejados del estereotipo de
detective al uso. Todos son un poco raritos.
El propio comisario Adamsberg es definido como un “paleador de nubes” –
preciosa definición -. Se abstrae y bucea en su interior para encontrar las
respuestas que necesita: “Adamsberg se interrumpió bruscamente y su mirada,
puesta un segundo antes en Retancourt, ya no veía a nadie. Retancourt
se fijó en esos ojos a la deriva, a los que temía más que nada”. Algo
inculto. Con un toque de indolencia.
Danglard,
es una enciclopedia andante, al que le tienen que parar los pies para que no
les aburra con su sapiencia. Su afición al vino blanco es más que considerable.
Violette Retancour además de cerebro pone fortaleza física. El comisario
siente un aprecio un poco especial por ella. El resto de detectives tienen sus
singularidades: una tiene algo patológico con la comida; otro padece trastornos
del sueño… El comisario equilibra el equipo. Todos los personajes tienen algo
que les caracteriza al tiempo que les diferencia y los hace únicos. Se aceptan
y asumen tal como son.
Si es que hasta el gato es especial: duerme en
un sitio y come en otro, y para que coma el señorito
lo tienen que acompañar. Además se niega a subir escalones.
Lo dicho, rarito
hasta el gato.
Me la leí a gusto. Me
entretuvo y recordé algo de historia. No se puede pedir más.
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