Ya tengo una edad en la que los
recuerdos se pierden en la lejanía. De chavalete, allá por Gijón, llamábamos
pijos a la gente de dinero o a los que aparentaban tenerlo. Se reunían en la
Plaza del Parchís y en la Plazuela de San Miguel, principalmente. Estaban
cortados por el mismo patrón. Pelo engominado ellos, náuticos, jersey de pico
en los hombros, polos del cocodrilo, Levis. Ya se hacen a la idea. Ellas con
vestiditos, en su defecto también Levis, sandalias muy fashion, mucho rubito de bote, media melenita… Tanto ellas como
ellos con un hablar muy fisno. No les
faltaban litros de colonia cara. A los que no éramos de su clase ni nos
miraban.
Eran gente de orden. Ese tipo de
gente que no te encontrabas en una manifestación. Es más, las repudiaban. Aquellas
algaradas callejeras, tal cosa eran para ellos, suponían la ruptura de un orden
en el que se encontraban muy a gusto.
Los años han pasado, los pijos
siguen siéndolo y sus miradas sólo las reservan para los suyos. Todo sigue
igual. ¿Todo? Pues va a ser que no.
Los pijos se han echado a la
calle. ¡Qué sí! ¡Qué los pijos le han cogido gustillo a las manifestaciones!
Ver para creer.
Están tan ofendiditos con el
Gobierno de Sánchez que no les ha quedado otro remedio que echarse a la calle.
Eso sí, para defenderse de la opresión del gobierno comunistabolivariano.
Gentes del barrio de Salamanca en Madrid, o de otros barrios pijos de España,
han cambiado los aplausos de las ocho por caceroladas. La mayoría debe ser la
primera vez que cogen una en sus manos. Da gusto verlos cacerola en ristre y
bandera a los hombros.
Me han conmovido hasta lo más
profundo de mí ser.
Los pijos no necesitan permiso
para manifestarse, las calles son suyas. El estado de alarma recorta sus
derechos individuales, su protesta es legítima, no necesitan autorización
alguna.
Los pijos subvirtiendo el orden,
¡quién nos lo iba a decir! pero claro, no es el suyo. Cuando menos lo esperemos los veremos en las barricadas.
En otro tiempo se hizo famoso el
Cojo Manteca – miléniales acudir a san Google – hoy tenemos otro símbolo de las
protestas callejeras en ese hombre que golpea una señal con un palo de golf.
Los libros de historia hablarán
de los pijos revolucionarios. Esto es el acabose.
Pijos en la calle by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
Santiiiii... el corazón
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