En más de una ocasión he manifestado
mis deseos de qué se produjeran cambios en nuestra forma de vida. Siempre
matizo e incluso ironizo y acabo viéndolo como una aspiración inalcanzable. Pues
bien, no vamos a cambiar. No lo digo por pesimismo, es por constatación.
Es cierto que la mayoría de la
población ha cumplido las normas del confinamiento, ahora bien, ¿cuántos lo han
hecho por imposición? ¿cuántos lo harían por voluntad propia?
Escuchando a los políticos y a
muchos medios de comunicación parece que hemos sido un ejemplo de prudencia,
solidaridad, civismo y no sé cuántas cosas más. ¡Hasta hemos salido a las
ventanas! Eso sí, copiando a los italianos que por aquí no somos muy dados a
inventar. Ah, también se han confeccionado mascarillas por las casas. Venga,
sí, hay personal que hizo cosas interesantes y guapas.
Miren, la idiocia es una puñetera
enfermedad, luego están los que entrenan para idiotas. De estos últimos hemos
visto un montón. En lo peor del contagio afloraron los desaprensivos y por ahí
siguen. Alrededor de ochocientas mil sanciones han puesto por incumplir el
estado de alarma desde el 14 de marzo. Calculen las infracciones que no se han
detectado.
No somos muy dados a cumplir
normas cívicas. ¡Qué digo! alardeamos de saltarlas. Ni siquiera en esta
ocasión, en la que nos puede ir la vida, algunos son capaces de actuar de forma
educada. ¿Qué piensa esa gente? No lo sé. Soy incapaz de comprender esas
actitudes. No es que no piensen en los demás, ¡no piensan ni en ellos mismos ni
en los suyos!
Son incapaces de utilizar
mascarilla, lavarse las manos de forma regular o mantener la distancia física
necesaria y ¿con ellos queremos cambiar el qué? Asaltaron las calles en tropel,
no hablemos de las terrazas de los bares, se montaron fiestones y no sé cuántas
cosas más, ¡cómo para cambiar nada!
Los cambios sociales necesitan
tiempo – las revoluciones son otra cosa – y sobre todo deseo mayoritario de
cambiar. Tiene que existir una confluencia de intereses comunes que inclinen la
balanza hacia ese lado, que sirva para presionar a los partidos políticos y les obligue a modificar sus prioridades.
Nada de eso se está produciendo.
No hay el más mínimo interés por alterar esta realidad que en teoría gusta a
muy pocos. El personal quiere volver a la situación anterior, como si no
hubiese pasado nada. Pues han cambiado muchas cosas. Lo primero, y más
importante, los muertos. Ha sido terrible y siguen muriendo. En segundo lugar,
hemos comprobado las deficiencias de nuestra forma de vida, en todas sus
facetas. No importa, se comportan como niños con una perreta: ¡quiero volver a
la normalidad! Y lo dicen totalmente convencidos.
Los picaros y los sinvergüenzas
están sacando provecho de la situación. Bueno, esos siempre lo hacen. Los
idiotas eran, son y seguirán siéndolo. Estaban muy a gusto y quieren volver a
aquella vida cuanto antes. Lo quieren ya. Total, son otros los que se mueren.
¡Sálvese quien pueda!
Nada va a cambiar. Pequeñas
transformaciones a lo sumo. Volveremos a las andadas.
Para qué vamos a cambiar by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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