Qué le vamos hacer, las rutinas
forman parte de nuestra vida. Salimos todos los días a la misma hora con los
bártulos a cuestas, y nunca mejor dicho. Nos situamos en el mismo metro
cuadrado de playa y nuestros vecinos de parcela
siguen pautas similares. Casi hacemos ademán de saludarnos, pero no, todavía no
hay suficiente confianza. Con una tímida sonrisa libramos el trance.
Un día más el sol cumple.
Gracias, bonito. Mis huesos agradecen su presencia. Todo perfecto. Pues no. Hay
algo que me reconcome. No lo puedo evitar,
me falta algo. ¡No hay chiringuito playero! Como lo oyen. No me digan
qué no es una desgracia.
El lento transcurrir de las horas
las cubro con lecturas ligeras, bañitos, paseos y…¡Dios! me faltan las cañas y
la tapita. No lo puedo aguantar. Esto es maltrato al veraneante. ¿Dónde se vio
esto?
Abro la bolsa térmica y le doy un
buen trago a la litrona. ¡Qué
tristeza! En estos momentos me acuerdo de algunos chiringuitos. La boca se me
hace cerveza. Las cañas frías, mejor aún, heladas. La tapita obsequio de la
casa. Perdonen, tengo que darle otra vez a la litrona. Uno, que es bien educado, en esas situaciones pedía otra
cañita y una tapita, de las de pagar. Tortillita de camarones, pescaito frito,
un poquito de jamón. Disculpen nuevamente, tengo que enjuagar las lágrimas en
otro trago. ¡Qué recuerdos más dolorosos!
Para rematarla, de tanto abrir la
bolsa la cerveza se me calentó. Maldita sea.
Me falta algo por M. Santiago Pérez Fernández se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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