Hemos pasado la fiebre del buen
rollito del fin de año y la realidad sigue siendo la misma: putipénica. Bueno, también más cara.
Este año me negué a escuchar o
leer los discursos de nuestros presidentes y de Su Majestad. Total, lo único
que iba a conseguir es cabrearme y no me dio la gana. Y les tengo que confesar
que por eso no me siento ni más vacío, ni menos informado o más inculto.
Sobrevivimos, nunca mejor dicho,
a ese annus horribilis que fue el
2012. No voy a recordarles nada. Y, sin embargo, si lo pensamos un poco, al
final no salimos tan mal librados. El gran Armagedón
era el rescate y este no se produjo. ¡Qué más podemos desear!
Nos lo dijeron muchas veces y
aunque lo intenté olvidar muchas más no lo conseguí: hoy me creo que todo lo que
nos hacen es por nuestro bien. Estoy encantado.
Nuestra sociedad, tan compleja,
tan costosamente construida tiene unos pilares sobre los que se asienta y sin
los cuales se iría al traste: los bancos. Nuestros esfuerzos, nuestros dineros,
están bien empleados en esa magna obra que es el salvar a las entidades
financieras. Entre todos lo estamos consiguiendo.
En estos momentos me estoy
enjuagando las lágrimas. Somos una sociedad heroica. De donde había poco
estamos sacando mucho para que unos pocos sigan adelante. Por favor, tengo un
charco a mis pies. Lo nuestro no tiene nombre. Si ya éramos alabados por la
transición, ahora lo seremos por nuestra abnegación.
Al final no fue tan malo el 2012.
Hubo momentos tensos, zozobras, disgustillos,
pero hacer lo que había que hacer nos ha traído hasta aquí y bien contentos que
estamos. Me lo dice la TVE, me lo dice RNE
y yo… me lo creo.
Y hoy me acabé de convencer:
somos la hostia. La clasificación Bloomberg de grandes patrimonios del mundo
nos ha dicho que Amancio Ortega, nuestro Amancio, fue el millonario que más
incrementó su fortuna el año pasado. Un 62 por ciento, oigan. Ahí es nada. Eso,
en dinerito, supuso 16.800 millones. Han leído bien:
dieciseismilochocientosmillonesdeeuros. Se ha convertido en el tercero más
ricacho del mundo. Y todo sin darse un pijo de importancia. Ven ¿somos o no la
hostia?
Nada podrá con nosotros. Con
estos mimbres ya verán que cestos nos hacemos.
No todo son malas noticias by M. Santiago Pérez Fernández is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
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