El dolor de pecho era constante.
Llevaba varios días con él. La presión no cedía. Lo intentó todo: respiraciones
profundas, relajación, emborracharse. Incluso fue al médico.
Tantos años de esfuerzo. Horas y
horas de dedicación. Todo para nada. Nunca pidió más de lo que se merecía.
¡Nadie le dijo que todo lo que hizo no estuviera bien! ¡Tenía todos los
informes del mundo!
Sus últimas palabras,
¡Desagradecidos! ¡Con todo lo que hice por vosotros! quedaron en el más
absoluto de los secretos.
Fue su momento de lucidez. Ahora
entendía lo que le pasaba. Lo habían matado.
Se hizo el silencio.
Dosgayos tampoco se enteraría. Sale del baño de la terminal T4.
Sonríe. No ha estado mal. Rápido, limpio. Estaba muy buena.
Mira el reloj, es casi la hora de
salida del avión. Menuda jodienda. Hacía meses que no pisaba Asturias y ahora le
endiñan ese muerto.
Bajo el brazo lleva varios
periódicos. Comienza a ojearlos en la cola. Necrológicas: “Ataulfo Voraz
Raposo, quien fuera alcalde de Piedragorda durante veinte años, apareció muerto
en su domicilio”. La noticia continúa con lo mismo de siempre. Nada que le
merezca la pena.
Cincuenta minutos después está en
el aeropuerto de Asturias, aún le quedará una hora para llegar a Piedragorda.
Niebla en la lejanía. Hace calor,
para su sorpresa. Coge un taxi y pega la nariz a la ventanilla. Le gusta lo que
ve.
Tras una hora y cuarto llegan al
hotel que le han reservado. Pequeño y coqueto. Nada más entrar por la puerta le reconocieron.
-Me imagino que es usted el
inspector…
-Sí, buenas noches.
Firma, sube a la habitación. Cena
y a dormir. Cierra los ojos con una sonrisa. Se acuerda de la T4.
A las siete de la mañana está
duchado y listo para empezar.
Lo primero ir al cuartel. Frunce
el ceño. No les va a gustar nada de nada. Espera que su jefe haya realizado la
llamada.
Se presenta. El brigada lo recibe
enseguida y le saluda con una sonrisa. No se lo esperaba. Todo amabilidad.
Directo al grano. En un momento está enterado de lo más importante.
-Inspector…
-Dosgayos, llámeme así, es como
me conoce todo el mundo.
-Pues mire, Dosgayos, como le
decía Ataulfo Voraz fue alcalde de este pueblo durante veinte años, las últimas
elecciones se le atragantaron y las urnas se le pusieron en contra.
Han pasado seis meses y no hemos
podido adelantar nada. Sigue siendo la comidilla y nosotros estamos estancados.
-¿Y por qué yo?
-Tiene fama de resolver estos
asuntos.
-Su gente es muy buena.
-No, no. Órdenes de muy arriba.
No nos gustó mucho, pero…bienvenido.
-Ya veo, las penas compartidas
son menos penas.
El brigada esboza una sonrisa.
Dosgayos contiene su semblante y su boca.
Cumplido el deber empieza la
faena.
El recorrido por los bares le
lleva el día. Los vecinos ya saben quien es.
Los días transcurren monótonos.
Dosgayos pregunta, repregunta y todo son opiniones. No hay ni una información
que merezca la pena.
El tiempo le acompaña y disfruta
con el paisaje. Montañas suaves, agua y verde. Lo echaba de menos. El secarral
de Madrid le produce angustia. Menos mal que vive en el centro y solo ve
asfalto.
Los paisanos son muy hablantes.
Lo tiene claro, ese Ataulfo Voraz Raposo era una buena pieza. ¡Joder, menudo
nombre!
El alcalde no dejaba indiferente
a nadie. Generaba pasiones y odios profundos.
Le debió fastidiar dejar el
puesto. Un buen sueldo. Coche oficial. Comilonas, viajes. Un alcaldón en toda
regla.
Era hora de ver los informes
oficiales. Tras dos horas de atenta lectura llegó a una única conclusión: murió
envenenado. Una mezcla de matarratas y fertilizante.
Hacia años que se había separado
y vivía solo. En el último mes había ido dos veces al médico del pueblo y le
había recetado protectores estomacales, nada de alcohol o comidas fuertes. No
le dio tiempo a hacer las pruebas previstas. Los putos recortes.
Tras quince días Dosgayos seguía igual.
Comprobó las denuncias municipales, las expropiaciones que realizó, los líos de
faldas. Nada. Voraz Raposo había sido un depredador sexual en toda regla.
Era uno u otro. Problemas en el
ayuntamiento o mujeres.
Al cabo de otros quince días su
jefe le había llamado cuatro veces.
-Hostia, Dosgayos, me están
pateando los huevos. ¿Cuándo lo vas a pillar?
-Jefe, no hay forma. He hablado
con todo dios. Me han dado pisotones varias mujeres. Más de un hombre empieza a
mirarme mal.
-Déjate de disculpas. Mueve el
culo y acaba que cualquier día de estos me llama hasta el presidente.
-Qué más quisiera, jefe.
-¡Dosgayos, no me jodas que te
voy a hostiar!
No hubo más.
Una semana de lluvia y empieza a
ponerse de mala leche. El verde cada día es más verde.
Tras dos meses en Piedragorda le
reclaman en Madrid. Se despidió del brigada. Ahora sonríe aún más el muy
cabrón. Se va con el rabo entre las piernas. No siempre triunfa la justicia.
Dosgayos se ríe ante la gilipollez.
Recoge la maleta. Dice adiós a sus
anfitriones. Manolo y Marta son una magnífica pareja. Atienden el hotel y el
bar. Ella es buena cocinera.
Cuando llega a la T4 Dosgayos la
busca. ¡Mira que estaba buena! No le importaría darle otro repaso.
En Piedragorda, esa noche, Manolo
y Marta se abrazan en la cama.
-No lo debiste hacer, Marta.
-Era un hijodeputa. Yo me
equivoqué una vez y el no quería parar. No te podía seguir haciendo eso.
-Calla. Ya está. Te quiero, Marta.
-Yo también, Manuel. No me
arrepiento. Se lo merecía.
Se lo merecía by Santiago Pérez Fernández is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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