Publicado en La Nueva España el 16 de febrero de 2017
El
derecho al trabajo se ha convertido en una quimera. Unos años atrás nos creímos
que la sociedad del bienestar - para entendernos - era inamovible y que las
condiciones laborales mejorarían para todos - y no me refiero únicamente a los
países desarrollados con una democracia parlamentaria -.
Con
el auge del neoliberalismo llegó la globalización y todo se vino abajo. La
derecha política-económica viró aún más a la derecha; la socialdemocracia se
perdió por eso que denominó centro y acabó en la derecha; los más a la
izquierda llegaron hasta Vistalegre 2.
El
trabajo hoy es precario, mal pagado y con horarios interminables. Hablo de
España, no de un país del tercer mundo, que ya deben andar por el cuarto o
quinto.
No
hay nada duradero. Eso que han denominado flexiguridad no es más que la
consagración de la inestabilidad. Con esa inseguridad los trabajadores están
sometidos a rebajas salariales, peores condiciones sociales y sobre todo a la
incertidumbre sobre su futuro más inmediato.
Si
a todo esto le añadimos un salario mínimo interprofesional de los más bajos de
Europa, una reforma laboral que lapidó las mejoras logradas con muchos años de
esfuerzo – incluidas muertes – el resultado es que quien tiene un trabajo se da
con un canto en los dientes, a pesar de todo.
No
importa que las cifras de paro sean exageradas, que el conjunto de la sociedad
española esté pagando los desaguisados de la banca y los políticos cutres, que familias enteras estén sobreviviendo de las
escasas ayudas; nada de eso importa. Las administraciones siguen mirando para
otro lado.
En
este paisaje desolador surgen iniciativas que se “venden” como paliativos a
esta cruel realidad. Uno de esos parches son los Planes Locales de Empleo.
Las
administraciones, autonómica y locales, consideran que estos Planes son una
medida orientada a la inserción laboral de los parados de larga duración. Es
más, justifican su existencia en base a la magnitud de la crisis.
Podríamos
dar por buena esta explicación, aunque hay un problema: antes de la crisis ya
existían este tipo de programas, no son su consecuencia. Siempre con una
característica: servían – y sirven - para ocupar puestos de trabajo
estructurales dentro de los ayuntamientos.
Cada
año se renuevan y los consistorios consiguen mano de obra barata. Tal cual.
En
la actualidad un ayuntamiento contrata oficiales, por ejemplo, por 707 euros al
mes. Un titulado superior por 910,30 euros. Estoy hablando de salario bruto. En
el caso de que un ayuntamiento desee un titulado superior con contrato en
prácticas, pagará 728,24 euros al mes – en bruto -. Una persona con formación
profesional de grado medio cobrará 732,25 euros – brutos -. Con grado superior
llegaría a los 755,48 euros – siempre en bruto -. Ninguno sobrepasaría los
1.000 euros brutos.
¿Hablamos
ahora de trabajo digno? No puede ser un trabajo digno sino tiene un salario
digno.
No
hacen funciones distintas. Trabajan codo con codo con otros trabajadores
municipales que cobran más que ellos por desarrollar las mismas funciones.
¿Se
puede denominar a esto equidad? ¿No se asemeja a la explotación laboral?
El
contratador es una administración: los ayuntamientos. Los planes son acordados
por el gobierno autonómico y sindicatos.
Comprendo
que quienes están en el paro se agarren a un clavo ardiendo, lo que me resulta
incomprensible es que el clavo se lo ponga la administración.
No
voy a entrar en eso de la reinserción laboral. Se puede comprobar si en los
años que llevan desarrollándose se repiten nombres. Tampoco voy a hablar de los
recursos judiciales y las indemnizaciones que han tenido que pagar los
ayuntamientos. ¿Cómo se justifica esa negligencia y ese gasto por sentencias
judiciales?
Señores,
paguen salarios decentes. Den ejemplo y no se aprovechen de las necesidades de
los más débiles.
Mano de obra municipal barata by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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