El ser humano se caracteriza,
entre otras cosas, por su capacidad para imaginar. La aptitud para la
abstracción genera arte, pero también desvaríos. Y es por eso que cuando se
produce un hecho de trascendencia nacional o internacional siempre aparecen los
paladines de las conspiraciones. En esta ocasión no podía ser menos. No les
importa, a los conspiranoicos, que se trate de una pandemia que ha causado
cientos de miles de muertos.
En los días en qué los muertos se
contaban por centenares en España, los teóricos de las conspiraciones estaban
calladitos; los antivacunas desaparecidos. Controlada la situación, un poco, ellos
se descontrolaron del todo. Y cómo los tontos los hay de toda clase y condición,
algunos famosos se han apuntado a ese carro que me recuerda a El carro de heno del Bosco, tal vez por
lo esperpéntico y dramático del mismo.
La muerte de Kennedy, la llegada
del hombre a la luna, los ovnis o las armas de destrucción masiva en Irak son
capítulos destacados de ese gran libro de las conspiraciones. Con todos los
honores, y por la puerta grande, ha entrado la COVID-19.
Cómo en las ocasiones anteriores,
hay que reconocer a los conspiranoicos una enorme capacidad para inventarse
historias bien tejidas, algunos deberían dedicarse a la literatura fantástica.
Una de las tramas más brillantes es la de la confabulación
para instalarnos en el cuerpo chips con el fin de monitorizar a la población
mundial. Eso se haría vía vacuna contra la COVID-19 y a ello contribuirían las
redes 5G. ¿Quién está detrás de este perverso plan? Bill Gates.
Por favor, no me digan que no es
muy bueno.
Otra idea muy difundida es que se trata de un arma biológica que se escapó de un laboratorio chino. Hay una
variante que dice que la enfermedad fue diseñada por la CIA para fastidiar a
China.
Oigan, no se les ocurra
argumentar que los investigadores, científicos y médicos, hayan dicho que
descartan que el patógeno fuese creado en un laboratorio. Claro, mienten.
Los más simples, o menos
inspirados, afirman categóricamente que no existe ninguna enfermedad, que todo
es un montaje gubernamental para controlar a los ciudadanos y por eso estuvimos
confinados.
No son las únicas teorías, todas
son por el estilo. Intentar razonar con esta gente es inútil, la razón y la
ciencia se la pasan por el forro.
Hay personas instaladas en el
negacionismo científico, histórico… para ellos todo conocimiento humano carece
de validez, menos el suyo, claro. Desde su superioridad
intelectual ponen en tela de juicio cualquier saber y los más iluminados entre
ellos son los elaboradores de esas tramas conspiranoicas. Con perseverancia y
cerrazón van instalando dudas en aquellos que no se preocupan de contrastar la
veracidad de tales barbaridades.
Los caudillos de las
confabulaciones resultan ser unos déspotas no ilustrados que en muchos casos –
no todos, desde luego – deambulan por la derecha o extrema derecha política. No
se me enfaden, también hay tontos en la izquierda.
Los conspiranoicos coronavíricos,
los conspiranoicos, no admiten que el
conocimiento científico es producto de años de investigación y de permanente
revisión y contrastaste. Las verdades científicas no son inmutables y es ahí
donde los visionarios intrigantes encastillan sus desvaríos. Ahora cuentan con
esos magníficos altavoces que son las redes sociales.
Los conspiranoicos confunden el
espíritu crítico con los despropósitos y disparates.
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