¡Por fin!: sol y playa.
Tranquilidad. El sol aprieta desde primera hora de la mañana. Toallas, sillas,
sombrilla, lecturas, agua y cerveza. Todo listo. El peregrinaje hasta la playa
se convierte en una diaria trashumancia. La elección del sitio donde asentar el
campamento no es cuestión baladí. Es más, llega a provocar alguna que otra
discusión.
Y como todo llega, acabamos
instalándonos. Es temprano y abundan los claros. Sentado majestuosamente,
aunque más bien parece que estoy tirado, a las cuatro páginas, entre el
calorcito y el arrullo del mar, los párpados se me ponen pesados. Cierro los
ojos y me dejo llevar. La mente inicia su andadura solitaria. Todo es paz,
sosiego.
-¡Pepe! ¡onde vas! ¿Para qué quieres ir más lejos?
- María, Juan ¡no es metáis en el
agua que no habéis hecho la digestión!
Si llegan a medir los decibelios
la meten presa.
Abrí los ojos y estamos cercados.
Sillas, sombrillas, toallas, cubos, paletas, bolsas, flotadores y un variado
surtido de utensilios playeros han convertido nuestro remanso de paz en un
castillo cercado. De pronto el mar deja de oírse. Solo percibo voces, risas,
lloros, chillidos que taladran los tímpanos.
El oído va bien servido y el
olfato no se queda a la zaga. Fragancias dulzonas desbordan la pituitaria.
Gracias a los bronceadores somos capaces de soportar las emanaciones de los
cuerpos sudorosos que nos acosan. El olor llega a ser tan intenso que cuando te
das cuenta ya estas paladeando los efluvios de Nivea, Delial o Loreal.
Las gafas de sol ocultan la
dirección a la que se encaminan mis ojos. No hay duda, somos un país de gordos,
perdón, de obesos. Los michelines nos sitúan, a pesar de Bankia y compañía,
entre los privilegiados de este
mundo. De vez en cuando un cuerpo escultural se moja los pies y entonces todas
las gafas, no solo las mías, convergen en su dirección. Cochina envidia.
Hay momentos en los que el
batiburrillo de charlas, subidas de tono, gritos, lloros, blasfemias y demás
repertorio de nuestro rico lenguaje hacen que nuestro rincón playero se
convierta en una Babel ruidosa e incomprensible.
Vuelvo a cerrar los ojos y me
digo: ¡bendita tranquilidad!
Tranquilidad playera por M. Santiago Pérez Fernández se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
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