Publicado en La Nueva España el 18 de noviembre de 2015
Cuando
llego se está calzando las botas de goma. Un pantalón impermeable y una
chaqueta quirúrgica es su vestimenta de trabajo. El portón de la furgoneta está
abierto. El vehículo solo tiene los dos asientos de delante, el resto está ocupado
por los utensilios necesarios para el trabajo. Echa una última ojeada,
comprobando que esté todo, y nos vamos.
Son
algo más de las nueve y media de la mañana de un sábado. Hoy Alberto atenderá
los avisos recibidos. Nos dirigimos en primer lugar a Villaluz. Nada más llegar
toca la bocina. Sale una mujer. Se saludan. Abre el portón trasero del coche,
coge un bote y un guante largo que le cubrirá todo el brazo. Mientras camina se
lo va poniendo. Vierte un chorro de algo gelatinoso. Entran en la cuadra. Se
acercan a una vaca. La mujer levanta el rabo del animal y en un segundo Alberto
tiene su brazo en el interior del animal. La vaca apenas se inquieta. Sigue hurgando.
Está para inseminar.
A
estas alturas ya está claro que Alberto Fernández Menéndez es veterinario. Su
trabajo se desarrolla en Tineo, concejo ganadero dónde los haya.
Según
datos de SADEI, correspondientes a 2014, Tineo cuenta con 995 explotaciones y
435 titulares de cuota láctea. La producción de leche alcanzó las 114.732
toneladas. El concejo tiene más vacas que personas: 36.761 cabezas de vacuno,
de las cuales 21.759 de leche y 15.002 de carne. En estos momentos el municipio
tiene 10.413 habitantes.
Alberto,
junto con sus socios José Manuel Fernández Rodríguez y José Agüera Menéndez,
son propietarios del Centro Veterinario de Tineo. En la empresa son catorce
veterinarios y tres administrativos. Los tres socios son veterinarios y
trabajan a turnos igual que el resto, incluidas las guardias. No hay
favoritismos.
Alberto
no lo sabe con exactitud, estima que realizan unos 30.000 servicios al año. No
son los únicos que trabajan en el concejo, en total pueden ser unos treinta,
aunque ellos son los que tienen la mayor carga de trabajo.
El
número de trabajadores está en consonancia con el volumen de la tarea. Una
explotación que tenga unas 50 vacas puede necesitar a un veterinario tres veces
por semana.
Alberto
Fernández tiene una gran experiencia en la profesión. Reconoce que su trabajo
ha cambiado mucho: “algunas de las cosas que hacíamos los veterinarios hace
treinta años las hacen hoy los ganaderos”.
La
inseminación es una tarea diaria. Las vacas frisonas, sobre todo las que
producen mucha leche, tienen problemas para preñarse y eso hace que la presencia
de veterinarios sea constante, aunque es cierto que en muchas ganaderías, las
más grandes, sea habitual que la inseminación las realicen los propios
ganaderos.
Después
de Villaluz nos dirigimos a Villajulián. Revisa varias vacas y prescribe lo que
necesitan los animales. Aprovechando su presencia le piden que examine otras.
La ganadería está atendida también por un joven de veintipocos años.
Sigue
gastando guantes, uno o más en cada animal.
Sin
dilación nos vamos un poco más allá, a Pelontre. Allí tiene que ver a un gochu.
La idea no le seduce. Los cerdos dan más lata. Nada más llegar le dan el
diagnóstico: “igual tiene el mal rojo”. Pues sí, lo tenía.
Alberto
intenta ponerle una inyección por las buenas, ni hablar, el bicho no se deja.
Tienen que atarlo y entonces sí. Una vez más confirma que su disgusto por
tratar a estos animales está justificado.
Otra
vez al coche. Esta vez camino de Paniceiros.
El
coche y el teléfono son dos herramientas fundamentales. A lo largo del año hace
unos 50.000 kilómetros y solo tuvo un accidente hace unos veinte años. Cada vez
que llega a una casa coge el teléfono y contesta a una llamada perdida. Su
contacto con las administrativas de la empresa es continua, bien para recibir
nuevos avisos bien para preguntar cómo se está desarrollando la jornada.
Nada
más llegar a Paniceiros pregunta a la ganadera por la fiebre de la vaca. La
respuesta es inmediata. La ausculta y decide proseguir con el tratamiento. La
inyecta. La mujer le sujeta la vaca. Realiza una ecografía y comprueba si otra
vaca está para inseminar.
Más
guantes.
Casi
nadie paga en efectivo el servicio. Todo se anota y se abona a mes vencido. Eso
sí, los recibos los pasan entre el 18 y 20 de cada mes. Los ganaderos cobran la
leche sobre el 15.
Nos
vamos. Villerino del Río nos espera. Pitido. Sale a recibirnos Jenny, una joven
ganadera. Por allí anda su hijo de dos años y al poco llega su marido. Se hace
raro ver una pareja tan joven al frente de una ganadería. El niño no se separa
de Alberto.
Sin
dilación nos dirigimos a Parada. Una xata con neumonía. En la casa están
preocupados por ella: “después de criada da pena perderla”. Alberto les
tranquiliza.
Vuelta
al coche. Hacia Monterizo. A una vaca le mantiene el tratamiento. Deja
preparadas dos jeringas para que se las inyecten por la tarde. Todos son
expertos en estas lides. Aprovechando la visita quieren realizar una
inseminación a otra. Dan el nombre de un semental. Alberto busca en el tanque
de nitrógeno hasta que encuentra lo que busca.
Ya
de regreso me da una lección rápida y
comprensible para mí sobre la inseminación, que ya no es lo que era.
Hace
años los ganaderos demandaban sementales que diesen vacas de mucha producción,
hoy exigen, además, que tengan buenos apoyos o unas ubres firmes para evitar la
mamitis.
En
la actualidad es posible determinar el sexo del animal con el semen sexado. Las
probabilidades de que nazca una hembra llegan al noventa o noventa y cinco por
ciento de éxito. La genética ha evolucionado en los últimos años y hoy se
ofrecen estudios genómicos de los toros.
Gran
parte del semen con el que trabajan procede de toros americanos o canadienses,
que en algunos casos muy especiales pueden a llegar a alcanzar precios muy
elevados, 500 euros por una dosis.
Son
las dos y media, nos vamos a comer. En el trayecto Alberto me cuenta los
esfuerzos y el trabajo de los ganaderos. Como se han reconvertido en
empresarios, lo que han evolucionado y mejorado las explotaciones.
Afirma
con rotundidad que la leche nunca estuvo más controlada. Son los propios
ganaderos quienes se preocupan de enviar leche en magnífico estado para las
centrales o los mataderos. Les interesa y además las leyes les podrían acarrear
muchos problemas. En caso de que no estuviese todo en orden podrían ser
acusados de delitos contra la salud pública.
Él
los conoce muy bien, los estima, los aprecia y los quiere. Su padre fue
ganadero y él lleva toda su vida entre vacas. Está orgulloso de su trabajo y de las personas con las que trata todos los
días.
Una
hora para comer y continua. Estará toda la tarde y además tiene guardia. ¡Menos
mal que es uno de los jefes!
Yo
me voy para mi casa. He visto, por unas horas, el trabajo de un veterinario y
me asombré de los conocimientos de los ganaderos. Mujeres y hombres comparten
trabajo y sacrificio obteniendo un beneficio muy pequeño.
Una vida entre vacas by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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