1 nov 2016

Madrid es una cola

En ocasiones,  cómo cuando quieren desprestigiar a un dictadorzuelo, nos muestran imágenes de personas haciendo cola. Da igual para lo que sea, el caso es que veamos que ese país, con ese personaje déspota, es un desastre.

Luego están esas otras colas. Oigan y para eso Madrid. ¡Madre mía!
Los provincianos las contemplamos con asombro. Los autóctonos ni se inmutan. Esperan pacientemente y luego, eso sí, salen a la carrera.

Las gentes de provincias nos acercamos a la capital, siempre que sea por ocio, en fines de semana o puentes. Los madrileños abandonan la ciudad y la ocupamos los foráneos. Y ahí tenemos la primera de las colas.

Sí somos tan atrevidos de ir en coche – ya saben, no estamos acostumbrados a tanto vehículo, tanto carril y además conducimos fatal – vemos las inmensas colas de coches que inundan las vías de salida de la urbe. Kilómetros y kilómetros de automóviles que en ocasiones están parados. ¡Nos quedamos maravillados!
Cuando dejamos la tartana en el parking respiramos – al pagar la estancia nos quedamos sin respiración -.

Tras hacernos con un plano – recuerdo que somos de provincias – empezamos el callejeo. ¡También se hacen colas por las aceras! En la zona centro es tal la cantidad de gente que instintivamente se van formando colas para poder caminar. ¿Qué exagero? Para nada. Ir, por ejemplo, desde la plaza del Callao a Sol por Preciados es toda una aventura. Y sí, se va en cola. ¿E ir desde Sol, por la calle del Arenal, hasta el Teatro Real? ¡Una odisea! ¿Calle de Carretas? Colas, colas, por las aceras.

Bueno, ya lo sé, hay otras calles menos transitadas pero les recuerdo que somos de provincias y queremos empaparnos del Madrid.

Deseamos que la villa y corte nos deslumbre y, desde luego, hay que entrar al Palacio Real. Muy bien, pero antes hagamos cola. Visitaremos lo visitable en cola. Haremos las fotos en la escalinata de acceso por riguroso orden de cola. Pasaremos por el servicio y… ¡Qué bonito! ¡Qué grande! ¡Qué trabajo más pesado ese de ser rey!

Callejeando, callejeando, a uno le entran ganas de tomar algo ¿qué tal unos churros? ¿Hacemos cola o seguimos? Seguimos.


Las navidades ya se intuyen y no queda otro remedio: vamos a comprar lotería a Doña Manolita. ¿Se imaginan lo que nos pasó? Pues sí, una inmensa cola. Es tan grande que los provincianos vemos con asombro como necesitan guardias de seguridad para controlar al gentío. ¿Y si toca? Si hay que hacer cola se hace.

Ya de estar ahí ¿una cerveza y un frito de bacalao en el Labra? Magnífico. Ingenuos. Cola, hay que hacer cola. Están buenos y tiene historia. En esta taberna se fundó, allá por 1879, el Partido Socialista Obrero Español.

Aunque ustedes no se lo crean – se lo prometo, se lo prometo que es cierto – he visto como los autóctonos hacen cola en los cajeros. ¡De verdad! No dos, tres, cuatro o cinco, un montón.

Ahora caigo. Ya entiendo lo de su tranquilidad en la espera: el móvil. Hay que declarar a este aparato como un bien para la humanidad pues tranquiliza el ánimo.
Digresión. ¿Y sí los reparten masivamente en zonas de conflicto armado?

Atardece. Nos hemos ilustrado y queremos ver el templo de Debod. Acceso con cola. Para poder hacer unas fotografías esperamos a que otros terminen. Cola. Nos acercamos a contemplar las vistas que desde allí se contemplan y sin prisas aguardamos nuestra vez. La luz otoñal inspira a más de uno.

La noche y el cansancio nos encaminan al hotel. Mañana será otro día.
Madrugamos. Hay mucho que recorrer, contemplar y con lo que asombrarnos.

Pasito a pasito nos hacemos la Gran Vía. Nada nos resulta extraño. La televisión lo acerca todo.


Cruzar una calle es siempre interesante. ¿Me dará tiempo? Las caras de los conductores no son muy amigables. Pues sí, en los semáforos también se hace cola. Se acumula tanta gente que parece una manifestación. No puedo dejar de asombrarme. ¿No lo entienden? Pues es bien fácil, en mi pueblo no hay semáforos. Bueno, ni gente. Ves más gente en un cruce de calles en Madrid que en mi pueblo en todo el día.

Miramos extasiados la fuente donde se bañan los merengues. Tranquis, luego le tocará a la de los colchoneros.

¡Qué pedazo de ayuntamiento! Todo a lo grande, sí señor, que se note que es la capital. Por cierto, no se les ocurra decir a un madrileño que su ciudad es un pueblo grande o similar tontería. Les puede caer una morrocotuda.
Pensamos que desde la terraza del Palacio de Cibeles, que tal se denomina al edificio del consistorio - también Palacio de Comunicaciones o Palacio de Telecomunicaciones - habría una magnífica panorámica. Pues nada, hagamos cola.

Es domingo, el sol aprieta y pateamos el Paseo del Prado. Literal, vamos por medio de la calle. El séptimo día cierran la vía al tráfico.


Quiero ver el Jardín de las delicias, las Pinturas negras y las cosas de Velázquez. La cola para entrar al Prado es descomunal. Se oyen idiomas varios. Todos desconocidos.

Seguimos.

En el Thyssen  hay que ver a Renoir. Antes paradita a tomar una cerveza en las Terrazas del Thyssen – vamos, en la cafetería del museo-. Cola para entrar. Ya dentro ¿saben lo que hago? pues nada, cola en cada de uno de los cuadros. No me importa. Es más, doy dos vueltas a la exposición.

A la calle.

Una pequeña subidita y de pronto me paro, alguien me observa, levanto la vista y me encuentro con ella y ahí está, ahí está, ahí esta…
No puede faltar la foto. Pues nada, a esperar. Los buenos ángulos – la plaza es circular – están tomados por guiris. Otra colita.

Atravesamos la verja y se agradece la temperatura del Retiro. De frente hacia el Monumento a Alfonso XII. Las calles del parque están a tope. Llegamos al estanque. Foto. Hay que esperar que quede un hueco. Foto. Otros se ponen detrás, a esperar. Otra foto. Alguien bufa. Nos apartamos.

Tanto paseo, tantas emociones, nos dan hambre. Buscamos donde saciar el cuerpo, el espíritu ya lo está después de tantas maravillas. ¡En formación! Sacamos el móvil. Todo llega.

El día continúa. Madrid nos asombra, nos deslumbra, nos da un poco de miedo. Ya saben, somos de provincias. Hacemos cola y somos un poco madrileños. No lo podemos evitar, Madrid nos gusta.

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