Cuando abrí y comencé a leer En la cama con el hombre inapropiado de José María Guelbenzu tuve
claro que me encontraba ante una novela ejemplarizante. La primer frase es toda
una declaración de intenciones: “El día que cumplió cuarenta años, María del
Alma decidió echar a perder su vida”.
Pues sí, María del Alma da un
cambio radical a su vida. Se aleja del tipo que tenía por marido y cambia
Villarriba de Abajo, su pueblo, por Madrid. Para ello contará con la ayuda de
su amiga Amalita Muscaria. Y es que María del Alma se lo merece, “la vida,
además de haberla tratado mal, la había aburrido mortalmente” (página 29).
Estamos en 1981, “el año que
terminaba había sido pródigo en acontecimientos: un golpe de Estado en febrero,
afortunadamente resuelto con bien para la democracia, la aprobación de la Ley
de Divorcio en el verano y la aprobación de la entrada de España en la OTAN y
el cambio de escudo y bandera” (página 27).
A partir de su llegada a Madrid
sorprende “[su] capacidad de reunir el desenfreno y la rectitud moral sin
aparente contradicción” (página 252). No nos engañemos, no es una casquivana.
Busca pero no acaba de encontrarse y tampoco se topa con el amor. En ese
periplo nos encontraremos con una variada fauna masculina. Arquetipos que
representan aquella época de los 80 donde poder, dinero, políticos, banqueros e
intelectualillos se mezclaban y hacían de las suyas. Vamos, más o menos cómo
ahora, aunque eso sí, entonces lo hacían con más alegría.
Esperpento, humor e ironía van de
la mano.
María del Alma salta de cama en
cama pero le falta algo, “¡Sí, coño, he disfrutado! ¡Pero también disfruto en
el cine, en las barcas del Retiro y con el circo! ¿Y qué? He disfrutado por lo
natural, no porque haya tenido amor y compañía. Sin amor nada de eso vale un
pimiento” (página 329).
La protagonista, a pesar de todo,
establece diferencias entre unos y otros: “O sea que los intelectuales de nivel
son otra cosa –dijo al fin María. Y joden como cualquiera, todo hay que
decirlo, pero tienen educación y un respeto” (página 124).
Ven, En la cama con el hombre inapropiado es todo ironía y humor. Los
nombres de los personajes contribuyen a mantener el nivel. Así tenemos a un tal
Máximo Último, viejo verde; a Vicente Lucido, motero macarra; Raimundo
Repeinado, banquero chorizo; Augusto Numerario, solterón pervertido; Alejandro
Trémulo, intelectual apocado o Ramiro Bocasucia, portavoz parlamentario del
grupo conservador. A más de uno le pongo cara.
Los 80 fueron años de ilusión, de
incertidumbres y de desenfreno. Todo estaba por hacer y, visto lo visto, no se
hizo muy bien. Claro que tiene su explicación: “Esa misma sangre era la que
todavía corría por las venas del país en el que la canalla patriótica no tardó
en comprender que había que aceptar la democracia y el cambio para seguir con
los privilegios que pudieran salvar a la espera de que diera la vuelta la
tortilla. El cortijo es el cortijo, y quien lo administra, el cortijero”
(página 229).
En fin, María del Alma era una
mujer de su tiempo cómo otras muchas, muchísimas, que estaban buscando su hueco
en la vida. “Desde el principio había hecho lo que le habían enseñado y un día
descubrió que lo que le habían enseñado no tenía nada que ver con la realidad
de la vida” (página 291).
En la cama con el hombre inapropiado tiene dos finales, uno más
irreal, e incluso celestial, y otro más sorprendente pero más real. Yo me quedo
con el segundo. Por cierto, finaliza con “esta historia ejemplar se ha
terminado”. Ya no me cupo duda, es una novela ejemplar.
La novela refleja una época y una
forma de pensar que pasó no hace tanto tiempo en este país y que con humor e
ironía nos la hace más digerible. La realidad fue más cruda aunque ilusionante.
De aquellas esperanzas estas tristezas. Lo pasarán bien leyéndola.
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