Hoy va de confesiones: soy un
tipo ácido. No es que lo diga yo, que debería ser suficiente, me lo han dicho
con toda la razón.
¿Me tengo qué preocupar? Pues va
a ser que no.
En este mundo de posverdades
apocalípticas, de frases y actitudes constreñidas por la estupidez de lo
políticamente correcto, manifestar pensamientos, creencias, o la ideología -
sí, la ideología, eso que dicen no tener y todo el mundo tiene - de manera irónica e incluso un poco, no
demasiado, ácida supone que te despellejen una parte de los ciudadanos. Eso sí,
siempre que lo hagas en público y en mí caso me lean. Lo harán por turnos,
dependiendo del objeto de la ironía o crítica.
Generalizando hay gentes que piden
explicaciones por todo, pero les importan un pepino. Resulta una pérdida de
tiempo, no las leen o no las escuchan. Da igual la solvencia intelectual o
científica de las pruebas que se muestren, no se bajan del burro. A esa falta
de comprensión, sobre todo lectora, se suma la incapacidad para entender la ironía
como recurso expresivo y la crítica como derecho ciudadano.
Ah, pero a todo esto le falta un
ingrediente: las redes sociales. En ellas hasta el más tonto hace calceta. Nos
encontramos con personal muy inteligente, ameno y pedagógico, con enormes conocimientos
que tienen que soportar a tontos del culo. Algunos con infinita paciencia los
intentan desasnar, no se dejan.
Ahí tenemos los ingredientes
necesarios para que se de la tormenta perfecta. Bulos, populismo,
individualismo extremo, pervierten la vida social y política. Se aprovechan de
ello para convertirnos en peleles y aquellos que no comulgan con carros y
carretas son tipos raros, cargados de vayan ustedes a saber que males o
rencores. ¡Sólo los dioses lo saben!
Y claro, estamos los ácidos, los
críticos. Estos somos malos, pero malos de lo peor. No encajamos. Repartimos
con alegría a unos y a otros, incluso cuando hemos estado enmarcados. No somos
fiables.
Algunos somos de siempre una
mosca cojonera, nada dóciles y dados a decir a la cara lo que pensamos – eso
sí, con silencios clamorosos cuando la buena educación lo exigía y era mejor
guardar silencio - esos somos los peores.
La acidez venía de serie y la
pandemia la alimenta. ¡Madre mía, lo que estamos viendo! Tipos que no hay por
donde cogerlos, negacionistas, rompe huevos descerebrados que se pasan la
ciencia por el forro o se acogen a argumentos tan absurdos que provocan dolor
de estómago. Con esos elementos no se puede perder el tiempo. Las redes
sociales están plagadas de ellos. Lo jodido viene cuando ves entre sus filas a
tus vecinos o conocidos, y no hablemos sí son familiares. Algunos de ellos
pierden esa seguridad cuando discuten cara a cara.
Un inciso aclaratorio. Cuando se
utiliza el término discutir muchos se
llevan las manos a la cabeza y retroceden pensando que la cosa va a acabar a
hostias. Pues no. El diccionario de la RAE lo define como «Dicho de dos o más
personas: examinar atenta y particularmente una materia», eso en su primera
acepción. En la segunda «Contender y alegar razones contra el parecer de
alguien». Aclarado queda. No tengan problema en discutir, pero recuerden que
hay que razonar.
Sigo con otra de las
consecuencias de la pandemia. Ha sido capaz de desarrollar la estupidez hasta
niveles impensables hace dos años. Es otra epidemia súper contagiosa.
Desgraciadamente la capacidad crítica no se ha incrementado a un nivel similar.
De momento estupidez cien, crítica cinco.
Lo tengo jodido, y el problema es
que con el paso de los años la cosa va a más. Afortunadamente no soy único. Hay
muchos y sobre todo más cualificados. Espero seguir aprendiendo de esos.
Les voy a contar un sucedido,
cómo dicen Buenafuente y Romero. Hace una temporadina – vamos, hace poco tiempo
– un político local me recriminó algunas de mis opiniones. Tiene todo el
derecho, faltaría más. Eso sí, se refería a mis críticas hacia su partido. En
cambio cuando me habló de las que hice al alcalde le parecieron suaves. Es más,
me reprendió por no darle más caña.
La equidistancia está mal vista.
Que nadie se equivoque, equidistancia no significa no tener criterio, es no ser
partidista, ya no lo soy desde hace muchos años.
En fin, soy ácido y crítico, no
pido perdón por ello. Saben lo que les digo, pienso seguir siéndolo. A quienes
les parezca mal lo tienen muy fácil, no me lean. Tan fácil. No pierdan el
tiempo en ello.
Ahora si me perdonan, voy a tomar
un Almax y ver si encuentro plaza en algún balneario para relajarme… el cuerpo
que no el espíritu.
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