6 dic 2022

Un río que sabemos donde termina

 

 

  Un ictus lleva al protagonista de El río de las cenizas, de Rafael Reig, a una residencia de ancianos de lujo. Desde ella reflexionará sobre su vida, la vejez y las relaciones paternofiliales.
  No es una novela poscovid, pero hay una pandemia tratada con humor e ironía. Se narra los avances de la enfermedad que se contagia por los oídos y los gorriones son los transmisores. La gente combustiona por las calles. El portavoz gubernamental nos recuerda a Fernando Simón, que quedará en la memoria de quienes padecimos la pandemia de la COVID-19. No es una novela de la pandemia, pero la pandemia está en ella:«esta peste sólo mata a los viejos y a los pobres, los que no tenemos utilidad» (pág. 185). Veamos otro ejemplo que creo que nos suena a todos: «La situación es mucho peor de lo que creíamos. Según nuestros datos hemos sobrepasado la cifra de setecientos muertos diarios. El sistema sanitario está sobrepasado. No sabemos casi nada de la enfermedad ni de su tratamiento. Uno de cada veinte hospitalizados sobrevive, pero todavía no hemos podido determinar por qué. En fin, en vista de lo visto, nadie lo vimos venir» (pág. 197).
  La novela está narrada en primera persona por el protagonista que nos cuenta como son algunos de sus compañeros de residencia. Así conocemos a una mujer que dirige una orquesta sin orquesta, a un falso arquitecto u otra mujer que todos los días saca la maleta al pasillo esperando por su marido muerto. Los personajes, muy reales, son tratados con ternura. Todo el libro rezuma ternura con dosis de humor e ironía, que no faltan en las obras de Reig y que resaltan esas características. Vean un ejemplo de ese humor del escritor asturiano: «Apareció entonces un hombre ventripotente –pero de culo escurrido y piernas como palillos, como suelen ser en mi país los fanfarrones borrachos-, con la cara enrojecida, vestido con vaqueros, botas, ancho cinturón y una camisa de cuadros que le quedaba estrecha…».
  El dinero, que muchos, hipócritamente, dicen que no es tan importante tiene su relevancia en tanto permite al protagonista pasar los últimos tiempos de su vida en un lugar confortable y darse los caprichos que le apetecen. Nunca le faltan provisiones de comidas que le apetece y sobre todo de bebidas. Siente predilección por la ginebra. Lo deja claro cuando dice: «Ahora estoy cómodo, es una residencia privada, nada barata. Casi parece un hotel, y nadie estamos en un estado penoso, porque sólo permanecemos aquí mientras no lleguemos a una grave incapacidad física o mental: luego nos despachan a lugares que espero no conocer nunca» (pág. 15).
  La vejez no es un tema en el que se prodiguen los escritores. No es extraño ya que en la sociedad tampoco se hace. El paso del tiempo, la degeneración del cuerpo y la muerte son temas sobre los que se pasa de puntillas o simplemente no se tocan. No se deja que los niños contemplen esa realidad de la vida que se termina. Se les preserva, o mejor dicho se les engaña acerca de ella y así nos va.
  Hay otra cuestión sobre la que se habla aún menos, la sexualidad en la vejez. Llegados a cierta edad los más jóvenes piensan que nos desprendemos del apetito sexual e incluso que no practicamos sexo o peor aún, creen que es algo sucio que dos cuerpos con achaques, arrugas y manchas puedan disfrutar. ¡No saben lo equivocados que están!
  Aunque no hay que negar que una cosa son los apetitos carnales y otra la realidad que no siempre acompaña. Veamos:«… me proporcioné un placer trabajosos, fugas y descorazonador. ¿Habrá algo más triste, más frustrante, que hacerse una paja sin estar empalmado? También somos así las personas mayores» (pág. 37).
  Rafael Reig toca estos temas tabú, para muchos, en una sociedad cada vez más apijotada.
  La literatura es importante para nuestro protagonista. Se compra libros de segunda mano que le sirven para examinar la vida. Por las páginas de El río de las cenizas nos encontraremos con Muerte en Venecia, de Thomas Mann, o Elogio de Helena y la Defensa de Palamedes, de Gorgias, entre otros, lo que indica que es un hombre culto.
  De vez en cuando aparece una breve disertación no muy alejada de la realidad, por no decir que se ajusta a ella. Vean: «Ahora los nacionalismos son poco menos que la antesala de una dictadura fascista. No tengo confianza en mis ideas, siento decirlo –siempre he sido capaz de cambiarlas sin reparo por las de mi interlocutor-, menos aún en lo que llaman opiniones o puntos de vista, que se los doy de barato a quienes lo hayan menester» (pág. 66).
  Las 254 páginas del libro dan para más, sin olvidar que lo importante es la relación, o la falta de ella, entre padre e hijo. El padre no quiere irse sin dejarle claro a su hijo que le quiere a pesar de sus ausencias. El hijo, en la cincuentena, anda bastante perdido y la presencia del padre le sirve de apoyo.
  La vejez es la etapa de la vida en la cual las personas nos liberamos de aquello que nos constriñe, el miedo. «La vejez nos quita muchas cosas valiosas, la dentadura, la memoria, la autonomía, las erecciones, los dientes, el oído y el pelo, entre otras cosas, pero por fortuna también nos quita el miedo. Nosotros, ¿de qué vamos ya a tener miedo? Y así nos hace por fin libres» (pág. 143). Por si no nos quedó claro sigue: «Lo que nos impide ser libres es el miedo. Miedo a la muerte, al dolor, a los dioses que hemos inventado, a los poderosos contra los que no nos rebelamos, y sobre todo miedo a la libertad (por eso nos procuramos tantos otros miedos» (pág. 144).
  El río de las cenizas es un libro entretenido, con humor e ironía que además, sí a los lectores les apetece, nos da para pensar.
  Lo podrán encontrar en su biblioteca pública o librería preferida.




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