Si hay algo que caracteriza a Rafael Reig es
el humor, aunque no se trata de un humor de risotada, sí de sonrisa. La ironía
tiene una gran presencia en su obra y a Cualquier cosa pequeña, su
última novela, no le falta. Refleja muy bien el humor y socarronería asturiana,
Reig es asturiano de Cangas de Onís.
Bien pensado, no podía ser de otra forma, la
temática de Cualquier cosa pequeña son los espías y los paraísos
fiscales, cuestiones sumidas en un profundo secretismo por parte de los
gobiernos y que da pie al autor para contar una historia absurda, o no tanto,
con fino humor e ironía.
La trama se desarrolla en una ficticia isla
en el Atlántico, por más señas antigua colonia británica, que se llama la
Dragonera que aunque ficticia el autor nos va desgranando detalles que nos
recuerdan a lugares más que conocidos, unos cuantos asturianos. Es un paraíso
fiscal y con eso está todo dicho. Viven de los beneficios de los chanchullos
que se producen en el resto del mundo. Empezando por el Gobierno y la policía,
todos están encantados con los beneficios que obtienen por tan lucrativo negocio.
Por cierto, esto de un paraíso fiscal,
antigua colonia británica ¿les suena de algo? Sin ninguna intención por mi
parte me vienen a la cabeza las Bermudas, las islas Vírgenes Británicas, las
islas Caimán, Gibraltar, Hong Kong, Singapur… nada mera casualidad.
Ese tranquilo país tiene, como no, un centro
de inteligencia nacional. Ya les aviso, eso de «inteligencia» pónganlo entre
muchas comillas. Está dirigido por Ginés Loyola, un tipo que la fastidió en su
momento, que cuenta con equipo de cuatro personas, digamos que peculiares. Este
centro es tan discreto que nadie le hace caso, pero no hay bien que dure mucho.
Un asesino recalará en la Dragonera, con aviesas intenciones, y tan aviesas,
como que asesina a un político local y los intrépidos espiás harán un descubrimiento
más importante. Por aparecer aparece hasta la KGB.
Bueno, hasta aquí llego. Ya saben, para
completar la información lean Cualquier cosa pequeña, creo que lo
pasarán bien.
Rafael Reig no dispara a lo tonto, tiene
siempre una diana. Vean un ejemplo: «En España la policía era peligrosa, había
trabajado para una dictadura militar y todavía conservaba el sentimiento de
omnipotencia y la placentera convicción de que podían actuar de forma
arbitraria con impunidad» (pág. 41). Sin comentarios, bueno, uno sí. Imagino
que recordarán a esa «policía patriótica». Seguro. Les doy una pista, la
utilizó un ministro que tenía un ángel de la guarda llamado Marcelo. Ahora
claro que se acuerdan.
Abierto el melón de España, permítanme que
les traslade un resumen de nuestra historia por boca de un personaje de la
novela: «España es un país fallido o quizá innecesario desde la guerra
peninsular, ellos la llaman guerra de Independencia, que de inmediato
consiguieron convertir en una guerra civil. ¿Independencia? Fue su rey el que
le vendió el país a Napoleón. Continuaron durante todo el siglo XIX, dale que
te pego, con guerras entre ellos, a las que llamaban carlistas. Luego
reanudaron su afición favorita con un guerra civil, seguida de cuarenta años de
dictadura. No tienen arreglo, ellos lo saben» (pág. 126).
Por favor, que nadie se enfade. Vuelvan a
leerlo con objetividad y rigor y verán que no dice ni una sola mentira.
Aceptémoslo.
Ya metidos en harina se mancha las manos con
algo muy, pero que muy serio, el amor y el sexo. Pasen y vean: «El sexo es una
realidad material, mientras que el amor es una construcción ideológica, que
sirve a nuestros intereses, y para justificarnos, y en definitiva para tener
razón, que es lo único que de verdad nos importa. El sexo ni tiene razón ni
deja de tenerla, no necesita dar explicaciones» (pág. 152).
Ante esto, solo me queda decir ¡olé!
Cristalino.
Déjenme que les de la última pincelada muy
asturiana: «Al tercer chispazo Tyllett tenía los ojos vidriosos, entramados y
con un brillo hostil. El iris relucía como el cuarzo, bajo el feldespato gris
de la esclerótica; y las pupilas eran incrustaciones de mica» ¿A que les parece
una descripción bonita, casi poética? Ahora remata la faena: «En fin, que sus
ojos eran piedras de granito sobre las que se hubieran derramado gotas de
sangre» (pág. 154).
Total. Una descripción perfecta.
Cualquier cosa pequeña me gustó y por
eso se la recomiendo. Probablemente la tendrán en su biblioteca pública, si los
presupuestos lo permiten y los gobernantes dejan de racanear.
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