22 sept 2022

La espalda se va cargando y ellos siempre están ahí


  Los años no pesan, dicen. ¡Vaya si pesan! Dejan huellas profundas en el cuerpo y en la mente y hay que aprender a convivir con ellas.
  Hace… que más da cuántos, me parieron. Lo hicieron en una familia pobre. No me vengan con la historia de pobres pero honrados, que lo eran. Ser pobre es una putada.
  Me criaron mis padres. Bueno, mejor dicho mi madre, mi padre tenía bastante con trabajar diez, doce horas diarias, o las que cuadrasen. Libraba los domingos por la tarde. Así durante muchos años.
  Me socialicé en la calle. Sí, antes era así. En ella, en la calle, espabilabas o espabilabas. ¿Cruel? Según los estándares de hoy desde luego. Había unas reglas no escritas, unas normas de convivencia que aceptabas o sencillamente te dejaban de lado. Eras alguien en cuanto miembro del grupo. Eso de la exaltación del individuo llegó más tarde.
  Hace tanto tiempo de aquellos primeros mis años que los jóvenes de hoy no saben que las familias se reunían, no cómo algo obligado si no que era lo natural. Se asistía a fiestas y entierros y los niños dábamos el último adiós a los nuestros. El velatorio era en las casas y en ellas se lloraba y reía con las cosas del muerto. Hoy los niños están vetados en los velatorios.
  Nos besábamos para saludarnos, entre los hombres también. A los abuelos se les servía los primeros en la mesa, los niños éramos los últimos, pero siempre recibíamos las mejores tajadas.
  La escuela, para los de mi generación, era un lugar de aprendizaje dónde la letra ya no entraba con sangre. ¡Hasta hacíamos deporte! La muerte del dictador nos pilló en el instituto. La Transición nos motivó, a algunos, políticamente.
  Las hormonas estaban desmadradas y nos volvíamos locos por ver películas de destape, cosa complicada entrar en los cines si no tenías más de dieciocho. Ahora Internet chorrea porno. Leíamos El Papus y las revistas pornográficas eran rara avis.
  La del instituto fue una buena época. Era el Jovellanos de Gijón. Allí empecé a formarme. Hice buenos amigos y el voleibol formó parte de mi vida. José Luis García era más que un entrenador.
  Y llegó la Universidad. Las becas casi no existían. Los hijos de trabajadores se contaban fácilmente. Nos agrupábamos para protegernos. Éramos pocos y nos creíamos menos. Con el tiempo nos fuimos curando. La Universidad sí fue un ascensor social para nosotros, pero fue un camino largo y muy trabajado.
  El acceso al mundo laboral no era fácil. La imagen contraria es un espejismo. Los hijos de papá siempre han gozado de muchas más oportunidades, los de los curritos nos lo ganamos.
  Los años siguieron pasando. El trabajo, la política y la actividad sindical formaban parte de mi vida. Conocí a personas muy interesantes y a verdaderos cabrones. Fueron tiempos intensos y de aprendizaje constante. Ser bibliotecario fue todo un placer, disfrute siéndolo. Ha sido muy gratificante a pesar de tener que bregar con los alcaldes de turno.
  Eso se acabó hace tiempo y con ello hubo gentes que desparecieron de mi órbita. La vida dicen que es así. Seguro que también soy culpable.
  No tengo nostalgia. ¿Arrepentimientos? Sí, pero desde luego me los guardo.
  La vida se fue llevando… ¡qué leches! la muerte se fue llevando a familiares, amigos, conocidos. El cuerpo cada vez pesaba más y llegó lo que no ni quería ni esperaba. Me jodió bien, casi no lo cuento. Los destrozos me acompañarán hasta el último momento, así que ajo y agua. En ese tiempo comprobé lo hijo putas que pueden llegar a ser algunos.
  No tengo que justificarme y en su caso, cuando consideré oportuno, ya lo hice en persona. Esto es simplemente un ejercicio de memoria en el que realmente no digo nada. Situaciones, nombres, sentimientos, desengaños, tristezas y alegrías están en mi memoria y esas son sólo para mí.
  En este ya dilatado tiempo hubo, y hay, algunas personas muy importantes que siempre han estado y están, las otras han sido encuentros que han durado lo que tenían que durar. Es lo que tiene esto de vivir.
  En todo este deambular hay quien no me ha defraudado jamás. Han sido amigos fieles, comprensivos, a veces callados y otras parlanchines. Me han dado alegrías, incontables, y he llorado con ellos. Les seré siempre fiel, nunca los traicionaré mientras me quede algo de sentido; ellos nunca me fallaron ni fallarán. Siempre estarán al alcance de mi mano, son mis queridos y amados libros.


 

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