12 jun 2024

Mosturito, una comedia dramática

 


    En ocasiones, no muchas, la lectura de una novela me provoca pequeñas descargas eléctricas y cosquilleos en el estómago. Es una sensación muy especial.
  «Me miro al espejo, y me veo la nariz torcida y el labio metío padentro, y también la frente abombada, mosturito, contrahecho, carastrujá. Y pienso lo de siempre, que igual no tendría que haber nacido, que pa qué vine al mundo, que igual esto tan feo que se ve en el espejo es lo que hizo que al final el papa pegara tanto a la mama hasta matarla» (pág. 27).
  Acabo de presentarles a Pedro Gotor Fernández, alias Mosturito, para los amigos Mostu.
  Mosturito es el título de la última novela de Daniel Ruiz. Se lo adelanto, es una novela deliciosa.  Una obra tan tierna que lo duro de la historia se hace soportable. Es imposible no emocionarse con ella. Más de una vez me hubiera gustado abrazar a Mostu y consolarle en sus cuitas.
  Está narrada en primera persona con un triste gracejo y con el lenguaje de la calle de un barrio andaluz. No tengan miedo al detalle del lenguaje callejero andaluz, se entiende todo. Estas dos particularidades da un tono de verosimilitud a la historia. Cuando te adentras en Mosturito escuchas a un narrador, con un punto de mala hostia, contando un cuento largo que te llega muy adentro. 
  Mostu es un chico de la calle que vive con su Tata, «es gorda y tiene dientes grises, de tanto fumeta o de tanto calimocho, yo no sé» (pág. 15) La Tata, hermana de su padre, sufre por él y lo defiende con uñas y dientes. Con ella se siente protegido y querido, es su escudo ante un mundo cruel. En aquellos años, los 80, la vida de los niños todavía transcurría en la calle. En ella se socializaban, con lo que eso supone. Las alegrías, las penas e incluso las peleas formaban parte de la «educación». En la calle se salía del paraguas protector de la familia, era el primer acercamiento a la realidad y a la dureza de la convivencia. En el caso de Mostu la calle, también la escuela, era un campo de batalla.
  Daniel Ruiz nos recuerda como era la vida en un barrio pobre de Andalucía, o de cualquier otro lugar, y como las drogas se adueñaron de ellos. «Sestá pinchando en el brazo, y el Zurdo muerde una goma que laprieta la carne. Nontiendo nada. Qué mierda de novia va a ser esa, que se le clava en la piel. Las agujas son lo peor, no hay nada en el mundo más chungo que pincharte con una aguja» (pág. 211) Mostu dixit. Las descripciones que realiza del mundo de la droga son demoledoras, zarpazos al corazón para quienes vimos los estragos que causó la heroína. Aquí tienen una muestra de esa expresividad: «Hay gente muy fea, dos hombres consumidos hablan entre ellos, o más bien se gritan, pero no sentiende nada de lo que dicen. Uno camina sin camiseta, y mueve en el aire una litrona vacía. De uno a otro lado de la calle hay tendederos con camisas blancas colgadas que son como dentaduras de viejo»(pág. 245). ¿Verdad que lo están viendo? Esta imagen me retrotrae al barrio de Cimadevilla, en Gijón. En cinco líneas concentra imágenes muy potentes.
  Ruiz nos va dando pinceladas de alguna serie de televisión, música, grupos musicales, incluso de anuncios que nos pone en situación, sobre todo a los que vivimos esos años. Nos da un chute de recuerdos que no de nostalgia.
  La amistad es muy cambiante y aunque pudiera parecer imposible Mostu se hace amigo, de los de verdad, del Zurdo un joven que pertenece a otro estrato social. Cuando les vienen mal dadas a uno y a otro no se dejan tirados.
  La Tata es otro personaje que se hace querer. Borrachina, fumadora empedernida vive para Mostu. A pesar de su fortaleza se deja embaucar por un aprovechado que le hará la vida imposible, pero para todo hay un límite. Ese límite podrán saber donde está leyendo la novela.
  Mostu es internado en un centro regentado por curas donde la vida no es más fácil que en la calle, es peor aún. ¿Motivo? Los curas pederastas. Escuchemos a nuestro «héroe» : «El padre Cilleruelo sonríe. Me extiende su mano mientras me mira. Es el último trago, la última mierda antes de conseguir la libertad: tener que tocar la piel de este agarraniños, palpar sus dedos tan malignos, tan culpables, tan acostumbrados a hacer daño» (pág. 180). Está todo dicho. 
  El despertar sexual de Mostu está lleno de incógnitas. La primera vez que ve un sexo femenino es en una revista, así era en aquellos tiempos, y sintió repulsión. A pesar de ello la fijación por el sexo no se apartaba de su cabeza.
  La trama sorprende, o tal vez no, con su final. Hay un momento en el que Mostu pasa de ser el consolado a consolar a Tata: «Me da igual que ella también me estruje y sienta que las costillas y los brazos y todo el cuerpo me va a reventar de dolor. Solo me importa que deje de temblar, y que deje de llorar entre mis brazos, y que no sufra nunca más»(pág. 253) Eso es amor y lo demás cuento.
  Mosturito es una gran novela que no se deberían perder. Se la recomiendo sin dudas, sin peros. La disfruté desde la primera a la última página. No se la pierdan.



 

 

 

 

 

 

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