26 abr 2019

La democracia necesita votos que la apoyen

Achacar todos los males de España a los inmigrantes es, cuando menos, un error de tal envergadura que me provoca desasosiego. No hay forma de establecer un diálogo sosegado y basado en datos contrastables con quienes piensan así. Sencillamente se encienden.

Hasta el advenimiento de la crisis nadie se preocupaba por los millones de inmigrantes que contribuían al desarrollo del país. A partir del 2010 todo cambia, cuando la crisis inducida por el sistema financiero estadounidense, y expandida a casi todo el mundo, nos revienta en la cara. Desde la derecha se busca un culpable ¿quién mejor que los emigrantes? Nada nuevo. Los de fuera son los culpables de nuestros males.
Todo el mundo puede acceder a informaciones fiables. No lo harán, es más fácil quedarse con los bulos.

España ha sido tierra de salvadores, hoy han vuelto quienes quieren salvarnos aunque sea a nuestro pesar. Transmiten mensajes simples, que apelan a las tripas y que convierten en cuestiones de fe. Así no hay remedio, no se puede hablar con ellos.
Para comprender esta influencia quien quiera puede acercarse a los marcos mentales de George Lakoff y entenderá este fenómeno de apoyo a los populismos, nacionalismos y a la extremaderecha.

Intentar explicar la situación que padecemos desde criterios económicos es tiempo perdido. Hablar de capitalismo financiero, globalización, desregularización,  injusticia fiscal, necesidad de impuestos directos progresivos sobre las rentas y no cargar sobre los impuestos indirectos, preponderancia de lo público sobre lo privado con el dinero de los Presupuestos Generales del Estado, etc. etc. es tiempo perdido. No quieren escuchar nada de eso o en su defecto te acusan de podemita. En fin.

Los consensos sociales, que tanto costó lograr, quieren hacerlos saltar por los aires. Aborto, violencia de género, pensiones, matrimonios entre personas del mismo sexo, autonomías, educación y sanidad pública, laicidad estatal – nunca lograda del todo – y un larguísimo etcétera de avances sociales están siendo puestos en la picota y los quieren reventar. De todo esto tampoco es posible hablar con quienes, sin argumentos racionales, desean volver a posiciones que tienen más de cincuenta años.

Con los más jóvenes, los que apoyan esas posturas trasnochadas y ultrarreaccionarias, es más de lo mismo. En la mayoría de los casos su ignorancia histórica les hace presa fácil de extremistas poco instruidos y carpetovetónicos radicales.

Hay quienes quieren volver al frentismo y al garrote. No les bastó con tres guerras civiles en el siglo XIX y una en el XX. La sangre les pone.

Estos son unos brevísimos apuntes de los derroteros por los que se mueven quienes no aceptan opiniones contrarias, creencias diferentes, acentos variados, variedad de color de piel…

Ahora quieren arribar al Parlamento y desde allí imponer sus viejas y rancias propuestas. Usan la democracia para transformarla en otra cosa. Estaría bien que quienes apoyan a esta gente leyesen sobre Alternativa para Alemania, el Partido de los Verdaderos Finlandeses, el Partido Popular de Dinamarca o sobre Viktor Orbán, Marine Le Pen, Salvini o Jaroslaw Kaczynski y tal vez se enterasen que los de aquí, estos tan patriotas no lo son tanto. Forman parte de una corriente internacional de extremaderecha que quieren regresar a una Europa fragmentada, xenófoba, repleta de fronteras para las ideas y las personas y donde la sociedad del bienestar sea algo del pasado.

En las elecciones del día 28 voy a ir a votar. Lo haré con dolor pero también con un espíritu democrático reforzado. Votaré con más consciencia que nunca. Los demócratas no podemos quedarnos en casa para que quienes nos quieren llevar a la oscuridad, al pasado de los enfrentamientos nos desgracien la vida. Estas elecciones son tan importantes que si la dejadez y apatía democrática alcanza un porcentaje elevado vamos a lamentarlo.

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