15 dic 2025

El vestido no tiene edad

 

  La vestimenta tuvo, inicialmente, una función práctica: proteger el cuerpo de las inclemencias meteorológicas. Ya en la Antigüedad la ropa marcaba el estatus social y de ahí en adelante esa distinción adquirió mayor relevancia.
  En el siglo XIX la burguesía hizo de la moda su símbolo distintivo. Charles Frederick Worth creó prendas exclusivas para las élites, lo que supuso la aparición de la alta costura. A principios del XX Coco Chanel revolucionó la moda femenina. Tras ella, a partir de los años cuarenta, del siglo pasado, Christian Dior expandió el lujo en la moda.
  En España la alta costura tuvo su epicentro en Barcelona. Allí Pedro Rodríguez organizó desfiles inspirándose en el modelo parisino. El máximo esplendor lo alcanzó entre 1950-60 con Manuel Pertegaz y Elio Berhanyer. En esos años de posguerra pocas personas podían permitirse esos lujos. La pobreza, más bien la miseria, reinante imposibilitó su expansión.
  En aquella España gris, triste, de moral pacata impuesta por la iglesia católica no se permitía o estaba muy mal visto el colorido, la alegría en el vestir, también en el vivir. Los tonos oscuros, o el negro, eran los colores dominantes en la dictadura.
  Llegados a este punto habrá quien diga que ya desde pequeñita o pequeñito sus papás los vestían de colores alegres. Igual se les olvida a las mujeres, especialmente ellas, vestidas de negro, con pañuelo a la cabeza y en la iglesia con mantilla.
  En 1966 la modista inglesa Mary Quant ideó la minifalda. Esa moda subió los decibelios de los españolitos, me incluyo, aunque tardó en llegar al solar patrio. Otro tanto pasó con el bikini que las primeras turistas lucían en las costas españolas provocando las iras de la curia católica; en las mujeres españolas asombro, rechazo y en algunas envidia al mismo tiempo. Eso sí, para los hombres, muy machos ellos, fue una auténtica delicia. Estos últimos fueron los precursores de los mirones de playa, que aún pululan por los areneros.
  En los años 70, del siglo pasado, pocas se veían, fue después de la muerte del dictador Franco cuando hicieron acto de presencia. Poco a poco se fueron implantando en las grandes ciudades, a «provincias» y zonas rurales llegaron más tarde. Los comentarios de las féminas, hombres en general, aunque babearan con ellas, y curas eran demoledores. Dicho en plata, las trataban de putas. No exagero, fui testigo en demasiadas ocasiones.
  Será a partir de la década de los 80, del XX, cuando se convierta en moda. Con la llegada de la democracia se produjo una apertura mental y la cada vez mayor afluencia de turistas contribuyó a ello, no solo aportaban divisas, tan necesarias,  trajeron además sus modas y gustos.
  Por las redes sociales, faltaría más, aparece alguna foto de un grupo de chicas con minifaldas, no ponen el año en que se tomó, al menos en las que vi. Con ellas va un texto en el que se dice que las mujeres eran muy libres de vestir como querían, salir a la discoteca, trasnochar, beber güisqui y no sé qué más. En los comentarios, de mujeres en su mayoría, hay quienes lo confirman y afirman que ellas las usaron, me refiero a la minifalda. Esas mismas mujeres afirman que en los años 70, incluso en los 60, ya se las ponían. No sé, debimos vivir en mundos paralelos. Eso era impensable en las zonas rurales. Tras la muerte de Franco se empezaron a ver, pocas, no se generalizó hasta la década de los 80. La memoria es selectiva y de lo particular hicieron algo general. No fue así. Quienes tal cosa afirman igual pertenecían a la jet y eran unas chicas yeye, pero en los pueblos en la década de los 70 ni se les ocurría en su inmensa mayoría.
  Oigan, que vi, y tengo fotos familiares de finales de los 60, en las que aparecen niñas con faldita corta, pero mujeres adultas nanai del Paraguay. Les recuerdo, por si lo olvidaron, que en los años 60 del siglo pasado muchas mujeres se casaban de negro y con mantilla. Así fue mi madre y mi tía a su boda. Eso ya no lo recuerdan los nostálgicos.
  Cuando veo comentarios que me llaman la atención suelo mirar quien es el autor o autora, será casualidad pero en este caso lo que veo, mayoritariamente, son gentes escoradas a la derecha política, algunas hacia la más casposa. Algunas de esas personas defienden que en el franquismo se vivía sin peligro, se ganaba para vivir y comprar casa, coche y salir de juerga. Vamos, que son quienes blanquean la dictadura. Miren, quienes añoran aquellos años del desarrollismo salvaje son aquellos que vivían bien, los menos, y que eran afines al «régimen», como ellos decían. Es decir, eran más franquistas que Franco. Esa visión bonachona y paternalista no se corresponde con la realidad de la miseria, el abandono del campo por hambre, la emigración por hambre y la represión política. No hablemos de la marginación que sufrían las mujeres. Perdón, no era marginación, era sumisión al machito de turno. Socialmente no pintaban absolutamente nada y me parece asombroso que exista alguna mujer que apoya a las ultraderechas montaraces de este país.
  El contexto histórico y social hasta la muerte de Franco fue el de la opresión absoluta de los españoles, exceptuando a los dirigentes franquistas, donde las mujeres eran un cero a la izquierda. No es una opinión, es una constatación. Quienes tengan dudas puede comprobar la legislación existente y el papel femenino en ella.
  Ya está bien. Voy a lo que quería contar.
  Estos días ando por Gijón, por razones que no vienen al caso, y me encontré con personas que me llamaron la atención por su vestimenta. Fue curioso ya que sucedió en un trayecto muy corto en el entorno del Paseo de Begoña. Casualmente fueron dos mujeres y dos hombres. Tres de ellos rondaban los setenta, otra era más joven, pero los sesenta no los cumplía. Iban vestidos de forma muy juvenil, impensable hace cuarenta años, sin ir más lejos. Oigan, me parece genial.
  A una de las mujeres la he visto en varias ocasiones. Siempre va muy conjuntada, muy arreglada y maquillada. En ese día, las diez de la mañana, ya estaba maqueada. Abrigo, pantalón y gorra, todo ello de color naranja, «butanito». El maquillaje a juego. Estilizada, delgada, con buen aspecto. Siempre miro para ella cuando la veo, lo hago con admiración por lo preparada que anda. Me vio y me miró. Lo hizo de forma natural, pero en el fondo debía estar diciéndome: si no te gusta no mires. Me parece bien. Pues me gusta como anda por la vida. ¡Olé por ella!
  No mucho después me encontré con un hombre, los sesenta los dejó atrás. Miren, la estimación de la edad la hago mirándome al espejo. Buen aspecto. Cuerpo fino. Pantalones vaqueros, camisa de cuadros y cazadora de piel tipo aviador. Tenía muy buena pinta. Visto por detrás se le confundía con un treintañero. Iba chulo.
  No les miento, me tope con ellos.
  En un paso de peatones, para cruzar hacia el Paseo de Begoña, en la acera de enfrente, miro hacia una pareja. El digamos que cumplía con los cánones estilísticos de una persona de unos sesenta. Bueno, tampoco me fijé demasiado. Atrajo mi mirada la mujer. Iba guapa, con una falda amplia años cincuenta que me recordó a la película Grease. La verdad es que molaba un montón.
  Un poco más allá aquel hombre tenía pinta jipi. Por la apariencia parecía el mayor de todos los vistos. Barba rala. Cabeza tocada con un gorro de lana. Chupa de cuero, motera. Camiseta heavy metal. Pantalón vaquero muy descolorido, no sabría decir si fue negro o gris al principio. Las perneras tenían unos buenos tajos por los que se entreveían unas canillas muy delgadas. Todo el era fino, pasaba de delgado. Gafas de pasta, por supuesto. A su paso dejó un fuerte olor que no era corporal, los efluvios balsámicos llegan desde el «cigarrillo» que lleva en la mano. Me resultó  anacrónico, pero qué narices importa lo que yo opine de él.
  Pienso en mis padres, tíos y conocidos de esas edades y sería imposible verlos vestidos así. Son hombres y mujeres de la posguerra terrible que no pudieron, o supieron, evolucionar hacia el color y el libre albedrío. Demasiados años de obediencia, silencios forzosos y adoctrinamientos religiosos y políticos hicieron de ellos lo que son. Quienes se apartaban del dogma se les corregía severamente, sí eran necesarias dos hostias las recibían.
  La democracia permite algo tan elemental, ahora ya no parece tal, como que cualquiera, independiente de su edad y sexo, pueda vestir como le de la gana sin tener que dar explicaciones a nadie. En aquellos tiempos del franquismo ni eso se podía hacer. De criticar al dictador no hablamos ¿verdad? Nadie tenía cojones para llamar en público perro a Franco.
  El vestido dice mucho de los momentos históricos. En la actualidad la variedad, el color es lo normal, cada uno el que quiera, pero no siempre lo fue. La democracia es luz y color, el autoritarismo y las dictaduras son las sombras tenebrosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario