La vestimenta tuvo, inicialmente, una función
práctica: proteger el cuerpo de las inclemencias meteorológicas. Ya en la
Antigüedad la ropa marcaba el estatus social y de ahí en adelante esa
distinción adquirió mayor relevancia.
En el siglo XIX la burguesía hizo de la moda
su símbolo distintivo. Charles Frederick Worth creó prendas exclusivas para las
élites, lo que supuso la aparición de la alta costura. A principios del XX Coco
Chanel revolucionó la moda femenina. Tras ella, a partir de los años cuarenta,
del siglo pasado, Christian Dior expandió el lujo en la moda.
En España la alta costura tuvo su epicentro
en Barcelona. Allí Pedro Rodríguez organizó desfiles inspirándose en el modelo
parisino. El máximo esplendor lo alcanzó entre 1950-60 con Manuel Pertegaz y
Elio Berhanyer. En esos años de posguerra pocas personas podían permitirse esos
lujos. La pobreza, más bien la miseria, reinante imposibilitó su expansión.
En aquella España gris, triste, de moral
pacata impuesta por la iglesia católica no se permitía o estaba muy mal visto
el colorido, la alegría en el vestir, también en el vivir. Los tonos oscuros, o
el negro, eran los colores dominantes en la dictadura.
Llegados a este punto habrá quien diga que ya
desde pequeñita o pequeñito sus papás los vestían de colores alegres. Igual se
les olvida a las mujeres, especialmente ellas, vestidas de negro, con pañuelo a
la cabeza y en la iglesia con mantilla.
En 1966 la modista inglesa Mary Quant ideó la
minifalda. Esa moda subió los decibelios de los españolitos, me incluyo, aunque
tardó en llegar al solar patrio. Otro tanto pasó con el bikini que las primeras
turistas lucían en las costas españolas provocando las iras de la curia
católica; en las mujeres españolas asombro, rechazo y en algunas envidia al
mismo tiempo. Eso sí, para los hombres, muy machos ellos, fue una auténtica
delicia. Estos últimos fueron los precursores de los mirones de playa, que aún
pululan por los areneros.
En los años 70, del siglo pasado, pocas se
veían, fue después de la muerte del dictador Franco cuando hicieron acto de
presencia. Poco a poco se fueron implantando en las grandes ciudades, a
«provincias» y zonas rurales llegaron más tarde. Los comentarios de las
féminas, hombres en general, aunque babearan con ellas, y curas eran
demoledores. Dicho en plata, las trataban de putas. No exagero, fui testigo en
demasiadas ocasiones.
Será a partir de la década de los 80, del XX,
cuando se convierta en moda. Con la llegada de la democracia se produjo una
apertura mental y la cada vez mayor afluencia de turistas contribuyó a ello, no
solo aportaban divisas, tan necesarias,
trajeron además sus modas y gustos.
Por las redes sociales, faltaría más, aparece
alguna foto de un grupo de chicas con minifaldas, no ponen el año en que se
tomó, al menos en las que vi. Con ellas va un texto en el que se dice que las
mujeres eran muy libres de vestir como querían, salir a la discoteca,
trasnochar, beber güisqui y no sé qué más. En los comentarios, de mujeres en su
mayoría, hay quienes lo confirman y afirman que ellas las usaron, me refiero a
la minifalda. Esas mismas mujeres afirman que en los años 70, incluso en
los 60, ya se las ponían. No sé, debimos vivir en mundos paralelos. Eso era
impensable en las zonas rurales. Tras la muerte de Franco se empezaron a ver,
pocas, no se generalizó hasta la década de los 80. La memoria es selectiva y de
lo particular hicieron algo general. No fue así. Quienes tal cosa afirman igual
pertenecían a la jet y eran unas chicas yeye, pero en los pueblos en la década
de los 70 ni se les ocurría en su inmensa mayoría.
Oigan, que vi, y tengo fotos familiares de
finales de los 60, en las que aparecen niñas con faldita corta, pero mujeres
adultas nanai del Paraguay. Les recuerdo, por si lo olvidaron, que en los años
60 del siglo pasado muchas mujeres se casaban de negro y con mantilla. Así fue
mi madre y mi tía a su boda. Eso ya no lo recuerdan los nostálgicos.
Cuando veo comentarios que me llaman la
atención suelo mirar quien es el autor o autora, será casualidad pero en este
caso lo que veo, mayoritariamente, son gentes escoradas a la derecha política,
algunas hacia la más casposa. Algunas de esas personas defienden que en el
franquismo se vivía sin peligro, se ganaba para vivir y comprar casa, coche y
salir de juerga. Vamos, que son quienes blanquean la dictadura. Miren, quienes
añoran aquellos años del desarrollismo salvaje son aquellos que vivían bien,
los menos, y que eran afines al «régimen», como ellos decían. Es decir, eran
más franquistas que Franco. Esa visión bonachona y paternalista no se
corresponde con la realidad de la miseria, el abandono del campo por hambre, la
emigración por hambre y la represión política. No hablemos de la marginación
que sufrían las mujeres. Perdón, no era marginación, era sumisión al machito de
turno. Socialmente no pintaban absolutamente nada y me parece asombroso que
exista alguna mujer que apoya a las ultraderechas montaraces de este país.
El contexto histórico y social hasta la
muerte de Franco fue el de la opresión absoluta de los españoles, exceptuando a
los dirigentes franquistas, donde las mujeres eran un cero a la izquierda. No
es una opinión, es una constatación. Quienes tengan dudas puede comprobar la
legislación existente y el papel femenino en ella.
Ya está bien. Voy a lo que quería contar.
Estos días ando por Gijón, por razones que no
vienen al caso, y me encontré con personas que me llamaron la atención por su
vestimenta. Fue curioso ya que sucedió en un trayecto muy corto en el entorno
del Paseo de Begoña. Casualmente fueron dos mujeres y dos hombres. Tres de
ellos rondaban los setenta, otra era más joven, pero los sesenta no los
cumplía. Iban vestidos de forma muy juvenil, impensable hace cuarenta años, sin
ir más lejos. Oigan, me parece genial.
A una de las mujeres la he visto en varias
ocasiones. Siempre va muy conjuntada, muy arreglada y maquillada. En ese día,
las diez de la mañana, ya estaba maqueada. Abrigo, pantalón y gorra, todo ello
de color naranja, «butanito». El maquillaje a juego. Estilizada, delgada, con
buen aspecto. Siempre miro para ella cuando la veo, lo hago con admiración por
lo preparada que anda. Me vio y me miró. Lo hizo de forma natural, pero en el
fondo debía estar diciéndome: si no te gusta no mires. Me parece bien. Pues me
gusta como anda por la vida. ¡Olé por ella!
No mucho después me encontré con un hombre,
los sesenta los dejó atrás. Miren, la estimación de la edad la hago mirándome
al espejo. Buen aspecto. Cuerpo fino. Pantalones vaqueros, camisa de cuadros y
cazadora de piel tipo aviador. Tenía muy buena pinta. Visto por detrás se le
confundía con un treintañero. Iba chulo.
No les miento, me tope con ellos.
En un paso de peatones, para cruzar hacia el
Paseo de Begoña, en la acera de enfrente, miro hacia una pareja. El digamos que
cumplía con los cánones estilísticos de una persona de unos sesenta. Bueno,
tampoco me fijé demasiado. Atrajo mi mirada la mujer. Iba guapa, con una falda
amplia años cincuenta que me recordó a la película Grease. La verdad es
que molaba un montón.
Un poco más allá aquel hombre tenía pinta
jipi. Por la apariencia parecía el mayor de todos los vistos. Barba rala.
Cabeza tocada con un gorro de lana. Chupa de cuero, motera. Camiseta heavy
metal. Pantalón vaquero muy descolorido, no sabría decir si fue negro o gris al
principio. Las perneras tenían unos buenos tajos por los que se entreveían unas
canillas muy delgadas. Todo el era fino, pasaba de delgado. Gafas de pasta, por
supuesto. A su paso dejó un fuerte olor que no era corporal, los efluvios balsámicos
llegan desde el «cigarrillo» que lleva en la mano. Me resultó anacrónico, pero qué narices importa lo que
yo opine de él.
Pienso en mis padres, tíos y conocidos de
esas edades y sería imposible verlos vestidos así. Son hombres y mujeres de la
posguerra terrible que no pudieron, o supieron, evolucionar hacia el color y el
libre albedrío. Demasiados años de obediencia, silencios forzosos y
adoctrinamientos religiosos y políticos hicieron de ellos lo que son. Quienes
se apartaban del dogma se les corregía severamente, sí eran necesarias dos
hostias las recibían.
La democracia permite algo tan elemental,
ahora ya no parece tal, como que cualquiera, independiente de su edad y sexo,
pueda vestir como le de la gana sin tener que dar explicaciones a nadie. En
aquellos tiempos del franquismo ni eso se podía hacer. De criticar al dictador
no hablamos ¿verdad? Nadie tenía cojones para llamar en público perro a Franco.
El vestido dice mucho de los momentos
históricos. En la actualidad la variedad, el color es lo normal, cada uno el
que quiera, pero no siempre lo fue. La democracia es luz y color, el
autoritarismo y las dictaduras son las sombras tenebrosas.
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