28 oct 2014

Maestros en mi recuerdo

En la escuela de Vetusta (Oviedo)


Con el paso de los años, me he acordado muchas veces de mis maestros. Los recuerdo, en general, con enorme gratitud y respeto.

Retrocediendo en el tiempo, me viene a la cabeza la primera vez que mi madre me llevó a una escuela. Tendría tres o cuatro años. Era de pago. La cantidad no debía ser muy elevada y era una “escuela particular”.

La “escuela” estaba situada en el “Mercadín” en la parte más alta. Una mañana mi madre me dejó en aquella escuela. Evoco una inmensa llorera. No sé como lo hice, pero me escapé. Corrí hacia casa por los atajos y cuando mi madre estaba abriendo una puerta, yo estaba picando por la de atrás. Vivíamos de alquiler en una casa de planta baja.

No me volvieron a llevar.

Algo más tarde lo intentaron de nuevo en otra “escuela”. No era otra cosa que una habitación en una casa particular. Esta se encontraba en la Avda. Torrelavega, también en Oviedo.

Allí la cosa fue un poco mejor.

La “maestra” era…una mala bestia. Nos pegaba, pero sobre todo a su hijo, que asistía a las “clases”. Aquel pobre desgraciado debió odiar a la hacedora de sus días toda la vida. ¡Menudas hostias le solmenó!

Eso sí, de aquella, alrededor de los cinco años, me aprendí muchos de los ríos de España, cordilleras y no sé qué más. Se me olvidaron, claro. También aprendimos aquello de las “buenas maneras”. Sentados en una mesa, la buena señora traía de la cocina, plato, cubiertos, vaso y servilleta y nos “enseñaba” a comportarnos en la mesa.
Las negligencias se pagaban en hostias.

Mis evocaciones de esa etapa son  borrosas.

No se me olvida, eso sí, que estando en la escuela de la Tenderina Alta, creo que pertenecía a esa zona de Oviedo – la llamábamos la escuela de Vetusta -  y tendría unos seis o siete años, un niño, pequeño y menudo – así lo recuerdo – silbó en el aula. El maestro exigió que el responsable de tal “barbaridad” confesase. No lo hizo.  Nos puso en fila y uno tras otro nos fue abofeteando. Las tortas fueron tan monumentales que no hubo que esperar a una segunda vuelta. El pobre niño confesó. Lo que pasó después el tiempo lo ha borrado, aunque no es difícil imaginarlo.

La vida, o mejor dicho, la carestía de la vida nos obligó a trasladarnos a Gijón.

Allí mi barrio fue El Llano, para más señas el de El Medio. Nuestra casa colindaba con el campo de fútbol de Los Fresnos. Anda, que no habré visto yo veces entrenar al Sporting. Quini, Castro, Lavandera, Churruca, Cundi, Ciriaco, Maceda…

Pertenezco a esa generación que “estrenó” la EGB (Educación General Básica) y el BUP (Bachillerato Unificado Polivalente).

Me correspondía ir a “La Escuelona” - es de sobra conocido que en Gijón todo es grande - pero no había plaza. El sitio más cercano, Contrueces.

En ese barrio periférico en aquel entonces, había una escuela prefabricada: Las Palmeras. Se trataba de unos barracones corridos con una enorme explanada delante, donde hoy hay un parque. Esa fue mi escuela.

Al siguiente año me ofrecieron cambiar para “La Escuelona” y no quise ni a bien ni a mal. Una de las mejores elecciones de mi vida.

Los maestros que allí tuve han sido inolvidables. Sus nombres han quedado postergados, sus enseñanzas no.
Hay uno del que guardo el mayor de los cariños. Don Chus, don Jesús, gallego, nos “daba” ciencias sociales. Creo que él condicionó mi futuro.

Sé que en una ocasión representamos una obra de teatro. En la cual hice de juez, con un pequeño papelito. Obra costumbrista. Me atreví, osado de mí, a hacer un dúo para cantar. Tal fue la vergüenza y el desastre que jamás lo repetí.

En música aprendimos a tocar la flauta, a leer una partitura y una vez nos enseñaron una canción que más tarde supe que era Bella ciao, canción de los partisanos italianos.

Picasso murió el 8 de abril de 1973, yo tenía doce años, nuestro maestro de lengua y literatura nos dijo que ese día lo dedicaríamos a hablar de Picasso. Ninguno sabíamos quién era. Nos habló de aquel pintor malagueño que vivía en Francia y que entre otras cosas había pintado un cuadro muy famoso e importante: el Guernica.

Mientras esas cosas nos enseñaban a nosotros, en otras escuelas, sobre todo en las zonas rurales, seguían cantando el Cara al Sol.

Aquella “escuela prefabricada” desapareció con los años, pero tuvo unos magníficos profesores. Allí estaban, la mayoría, maestros represaliados por su ideología: comunistas y socialistas. ¡Qué suerte tuvimos!

Con catorce años, me tocó el BUP. Me fui al Instituto Jovellanos.

Los hados se conjugaron a mi favor, a nuestro favor.

La mayoría de los profesores sobresalientes. Ya en aquellos años me parecían buenos maestros, con el tiempo me reafirmo.
Me acuerdo de sus caras, pero no de todos sus nombres, lo lamento.

Allí estaba Francisco Vizoso, catedrático de latín. Se decía que una de las personas que más sabia de ese idioma. Fumador empedernido, de aquella fumaban en las aulas, era un excelente profesor, aunque en ocasiones llegase con algunas malas pulgas. Además era un excelente crítico musical y dicen, quienes le escucharon, que buen pianista.

Morillón o Moriyón - no recuerdo – catedrático de griego. Impresionante. Un hombre del Renacimiento. Creo que hablaba cinco o seis idiomas. Sabía de matemáticas, física, química... Deslumbrante. Y para más inri, excelente persona. Era la bondad personificada en el aula.
Recuerdo que en ocasiones venía con unas ojeras terribles, le preguntábamos que le había pasado y él, con toda la naturalidad del mundo, respondía que se había puesto a estudiar un poco y qué cuando se dio cuenta era la hora de ir para el instituto. Genial.
Peor le fue en otra ocasión. Había ido al polideportivo del instituto de El Coto a jugar un partido y cuando llegó a su casa echó en falta algo: se había olvidado a su hijo.
Era así de despistado, pero grandísimo profesor y enorme persona.


En aquel plantel se encontraba Sara Suárez Solís, profesora de lengua y literatura. Lo que sé de lengua a ella se lo debo. Hubo otro aspecto en el que me influyó de forma notable: mi feminismo.
Sara Suárez me hizo ver que las relaciones entre hombres y mujeres tenían que basarse en la igualdad. Sin estridencias, era una feminista convencida. 

Y como voy a olvidarme de José Luis García, profesor de gimnasia y entrenador de voleibol. Él nos introdujo en ese deporte, nos enseñó, nos mimó y nos exigió buenos resultados académicos. Nunca dejó de preocuparse por nuestros estudios. Sin él, probablemente, mi vida hubiese sido otra muy distinta.
Gracias al esfuerzo y el cariño de García algunos no nos “perdimos” por el camino.

Son tantos los buenos momentos que lamento no poder citar a todos y cada uno de esos excelentes maestros y profesores que tuve.

Eran educadores de la escuela pública, no envidio a nadie que fuese a ningún colegio privado. Esa educación pública que permitió qué los hijos de los trabajadores pudiésemos acceder a algo impensable para nuestros padres: la universidad.

A todos ellos, aunque jamás lo lleguen a saber, les quiero decir que guardo un recuerdo imborrable de ellos. Si la cosa no salió mejor conmigo, la culpa fue mía, no suya.
Gracias maestros.

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1 comentario:

  1. Moriyón también fue mi profesor de griego, en 1987-88. Éramos tres en su clase, convertida en un auténtico performance. El hombre más culto y humilde que he conocido en toda mi vida. Inolvidable y querido por todos, junto con Carlos, profesor de Latín, María Elvira, de Literatura y otro profesor de Filosofía cuyo nombre no recuerdo que era otra enciclopedia viviente.

    Esos profesores del Instituto Jovellanos transformaron mi vida y le dieron un sentido a aquellos difíciles años de la adolescencia

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