No
faltaba nadie. Allí estaban todos. El revoltijo era total. Ninguno era extraño.
Todos estaban al disfrute total y no tenían nada que esconder.
Cada
uno era hijo de una madre pero nadie conocía a su padre.
Era
un club selecto. Muy pocos eran los elegidos. Antes de entrar en el círculo
había que pasar un largo período de pruebas. No todos valían.
Lascivia,
impudicia, lujuria, obscenidad o deshonestidad debían constar como méritos incuestionables para aquellos que deseaban
restregarse en ese lodazal carnal. Si alguno mostraba algún resquicio dudoso,
debía aportar, además, un largo expediente de avaro, mezquino y sobre todo de
cara dura.
Cuantos
placeres disfrutaron. En solitario, en compañía, todos juntos.
Nada
les era ajeno. Siempre tenían a su alcance la posibilidad de regodearse. No
existió placer que les fuera prohibido.
Deseaban
y obtenían.
Su
origen no les importaba. Había algo que les unía. ¿Quién se lo iba a decir?
Algo tan simple les colmaba de placeres.
Como
con la heroína, cada vez necesitaban más.
Nadie
podía imaginar que tantos se corrieran esas juergas orgiásticas y nadie se enterase.
Mientras menos estuviesen enterados de sus disfrutes, mejor, más les seguiría tocando a ellos.
Hombres,
casi todos, de formas públicas que parecían “intachables”, cuando llegaba la
hora de la verdad, se convertían en los actores más depravados de película
porno barata. Solo era importante la
cantidad, el disfrute soez, chabacano y obsceno de una orgía asquerosa.
Sus
jugos corporales lo inundaron todo y cada vez el cenagal adquirió mayores
dimensiones.
Nunca
habíamos asistido a una orgía tan obscena. Por primera vez fuimos conscientes
de la mierda que pueden llegar a almacenar algunos.
Lo
cojonudo de todo esto es que estas orgías las hemos pagado todos.
Los
usuarios de las tarjetas “negras” de Caja Madrid son unos actores pornos de lo
más asqueroso y barriobajero.
Mientras
pedían dinero para el rescate del banco, ellos seguían pagando farturas
impresionantes, vacaciones, hoteles y hasta las putas. Los hubo tan miserables
que pagaban con esa tarjeta en sus propios establecimientos y otros muchos fueron
tan rateros que sacaban dinero con ellas para sus gastos de bolsillo.
Nunca
pensé que una orgía pudiese llegar a darme el asco que me ha dado esta.
La más obscena de las orgías by Santiago Pérez Fernández is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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