22 jun 2020

Un hermoso y doloroso viaje


  Una sinfonía, a oídos de un ignorante musical como yo, es algo perfecto. Tiene una estructura determinada, unos ingredientes combinados cuyo resultado final suele ser algo hermoso que además provoca placer. Ese término, sinfonía, lo aplicamos, en fin, para destacar la excelencia de algo, en este caso de Una Odisea: un padre, un hijo, una epopeya, libro cuyo autor es Daniel Mendelsohn y traducido por Ramón Buenaventura.

  Una Odisea: un padre, un hijo, una epopeya no es una novela, no es un ensayo, no es una biografía, no es un estudio literario, no es un libro de viajes, y, sin embargo, es todas esas cosas. En ella todo encaja, hasta el título se ajusta a lo que nos encontraremos dentro. Los personajes son reales por lo qué lo narrado adquiere más relevancia y fuerza.

  La recomendación de una persona a la que aprecio me acercó a este libro y estoy encantado por hacerle caso. Gracias Carmen.

  El protagonista es el propio autor, Daniel Mendelsohn. Bueno, él y su padre. Tampoco es así. La Odisea, la de Homero, también es clave. No puedo olvidar a la madre, quien teniendo un papel secundario ejerce de nexo entre padre e hijo. El libro está dedicado a ella.

  A través de la Odisea, y su interpretación, Mendelsohn nos cuenta la relación con su padre, con el que tiene unos vínculos poco afectuosos. La ficción se circunscribe a la obra de Homero. Un seminario, impartido por Daniel, para estudiar el poema épico griego, con la presencia paterna, es el escenario principal que incluye el viaje de ambos a la Grecia homérica. ¿Daniel es Telémaco y Jail, su padre, Odiseo?

  No esperen una historia lacrimógena ni sentimentaloide, para nada.

 El propio autor nos va dando pistas, desde el primer momento, de lo que nos vamos a encontrar. La división por capítulos que realiza es también una declaración de intenciones.
“El protagonista de esta enorme epopeya de viajes [la Odisea] en el dolor, el espacio y el tiempo, es, literalmente, “el hombre del dolor”. Es el hombre que viaja, el hombre que sufre” (página 39).  Y no sólo se refiere a Odiseo. “Este relato, pues, nos habla de esposos y esposas, pero también, quizá en mayor medida, de padres e hijos” (página 39).

  Ya estamos centrados. 

  No se queda ahí. Nos explica la estructura de la Odisea, que es la que aplica a su libro: “Y, por consiguiente, la composición anular, que a primera vista puede parecer una digresión, se nos muestra como un medio eficaz para que un relato abarque el pasado y el presente, e incluso el futuro, a veces –porque algunos “anillos” pueden proyectarse hacia delante, avanzando acontecimientos que ocurren después de la conclusión del relato principal-. De este modo, un relato único puede contener la biografía entera de un personaje” (página 52).

  Esos círculos que Mendelsohn crea nos desplazan con placidez por la historia que narra. No hay sobresaltos. La relación entre padre e hijo se superpone con la Odisea, y al contrario, como en esa sinfonía en la que cada instrumento se incorpora sin notas discordantes hasta formar una melodía que nos embelesa.

  Siendo directo, que no crudo, Daniel Mendelsohn se expone al mundo. Realiza un viaje de reconocimiento personal en el que le acompaña su padre, quién condicionó su vida y a través de este viaje intenta acercarse y, sobre todo, entenderle: “Según fui cumpliendo años, llegué a comprender que todo, para él, formaba parte de un conflicto enorme, casi cósmico” (página 53).  “De modo que durante muchos años le tuve miedo” (página 55). No está pasando factura, expone un hecho. A continuación lo justifica: “Cierto que en aquella época también me escondía de otras muchas cosas: era un adolescente gay, estábamos en los setenta y vivíamos en una zona residencial” (página 55).
 
  Desde el presente va interpretando y asumiendo el pasado: “Mi resentimiento por la dureza de mi padre, por su insistencia en que la dureza era el sello distintivo del mérito, en que todo placer era sospechoso y en que lo bueno era el trabajo duro, ahora me resulta irónico, porque sospecho que estas mismas cualidades fueron lo primero que me pareció atractivo en el estudio de los clásicos” (página 56).

  La senda por la que se va a mover Una Odisea: un padre, un hijo, una epopeya ya está marcada.

  La madre de Mendelsohn, sin ocupar mucho protagonismo en la historia, se intuye como una figura equilibradora de la vida familiar y sobre todo en la de su padre. En las páginas finales tenemos una mayor aproximación a su personalidad, incluso realiza alguna confesión a su hijo: “De manera que estábamos en la cama una noche, tu padre y yo, y empezamos, y yo le cogí la mano y mano y le dije: “Jay, quiero que me coloques la mano aquí. Y tu padre se me quedó mirando y me soltó: “¡No me digas a lo que tengo que hacer!” (página 353).

  Jay se va mostrando a su hijo desde varias perspectivas: “El momento en que mi padre volvió a recostarse en su asiento, tras haber reconocido que la Odisea acertaba en algo, que en las parejas hay secretos que, en última instancia, actúan como fundamento  matrimonio, secretos que ni siquiera los hijos de ese matrimonio conocen…” (página 351).

  Hay otro tema que surge de forma constante: la enseñanza. Su preocupación por la docencia queda patente a lo largo del libro: “En realidad, uno nunca sabe adónde nos llevará la enseñanza; quién la escuchará y, en ciertos casos, quién será el que enseñe” (página 377).

  Vuelve una y otra vez sobre la teoría y la práctica de la enseñanza: “Pero es que la educación, la pedagogía, conducir a un niño al conocimiento, es un proceso delicado e impredecible, un proceso cuyos mecanismos suelen resultar tan misteriosos para el alumno como para el maestro” (página 329).

  El descubrimiento de los recovecos de la Odisea avanza a la par que se nos va desvelando la figura paterna. En las páginas 346-347 se recogen los momentos en los que Jay enferma. La manifestación de la enfermedad y sus efectos iniciales se entremezclan con algo tan prosaico como es la descripción física de la habitación de su padre, y sin embargo, es mucho más que la mera descripción física de una cama, una cómoda o un espejo. Esos objetos y la pérdida de capacidades se convierten en parte de la imagen paterna. Me parecieron dos páginas muy gráficas a la vez qué sentidas.

  La profundización en el descubrimiento del padre intensifica el reconocimiento personal de Daniel Mendelsohn: “Y luego solo sentí tristeza. Tuvo miedo, le faltó seguridad, o ambas cosas. Yo también había tenido miedo, yo también me había sentido inseguro. ¿Había alguna diferencia?” (página 365).

  Y llega el remate final, que cómo en todo estudioso, nos es inmutable si no que queda abierto a incertidumbres: “Pasé revista en la mente a todas las cosas que a lo largo de los años creí mantener ocultas a mi padre y que, sin embargo, él supo siempre. Y ¿por qué no? Él me hizo. Un padre hace a su hijo de su propia carne y de su propia mente, y luego lo moldea según sus ambiciones y sus sueños, sus fallos y sus crueldades también. Pero el hijo, aunque es de su padre, no puede conocer totalmente a su padre, porque este lo precede. Su padre siempre ha vivido ya mucho más que el hijo; tanto, que el hijo nunca puede alcanzarlo, nunca puede saberlo todo. No es extraño que los griegos pensaran que son pocos los hijos capaces de igualar a sus padres; que casi todos se quedan cortos, que muy pocos los superan. No es cuestión de valor, es cuestión de conocimientos. El padre conoce entero al hijo, pero el hijo nunca puede conocer al padre” (página 399).

  Las propias palabras del autor, como pueden ver, dan una idea de lo que es Una Odisea: un padre, un hijo, una epopeya. Me gustó, me ilustró, me emocionó. Está muy bien escrito y es entretenido. No se le puede pedir más. Daniel Mendelsohn creó una obra perfectamente afinada que llega al corazón.

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Un hermoso y doloroso viaje by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.

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