19 sept 2022

La última de espías de Le Carré

 

 


  Los escritores de renombre, los que venden miles o millones de libros suelen escribir, o al menos publicar, hasta el último aliento. Lo cual no quiere decir que sigan manteniendo un nivel literario excelso, aunque desde luego eso no resta relevancia a su obra anterior.
  No podemos olvidar que la edición de libros es un negocio y cómo tal quieren exprimir hasta el último euro que pueda producir un escritor. No hay nada que objetar. Los escritores comen y pagan facturas como todo hijo de vecino, pero más allá de esto las  editoriales son tan voraces como cualquier otra industria.
  Cuando se publican libros con afán recaudatorio tampoco es que me parezca mal, allá cada cual con su prestigio. Siempre nos queda la opción de no compararlos. Lo que sí me molesta son los elogios sin ton ni son. Tengo la sensación de que los realizan sin haber leído el libro. Bueno, allá ellos.
  La última decepción, en este sentido, es la que me provocó Proyecto Silverview, obra póstuma de John Le Carré, traducido por Ramón Buenaventura.
  Es de sobra conocido que Le Carré es el escritor de la Guerra Fría y del espionaje británico, en esta ocasión siguió en su línea. A las pocas páginas tuve la sensación de que a la historia le pasaba algo. No le dí importancia, pero según avanzaba la cosa no mejoraba. Podía ser cosa mía, en ocasiones me cuesta entrar en la narración. Me fijé más y empecé a ver no sé sí erratas de traducción o sencillamente expresiones que no se utilizan en el castellano. Les pongo algunos ejemplos: «…cantaban las mismas canciones y se agarraban la trompa con los mismos matarratas» (pág. 149). «En las paredes de su hija…» (pág. 165). «Julian entró en contacto con la muerte de Deborah…» (pág. 206). «Florian no ha emergido de su casa…» (pág. 270).  Y así unas cuántas más. Pero no fueron sólo estos errores, la historia me pareció inconclusa. Pensé que era problema mío.
  En ocasiones parecidas busco críticas y las que leí ponen el libro por las nubes. Todas dicen más o menos lo mismo. Divagan sobre la obra en general y el autor, pero poco aportan sobre Proyecto Silverview.
  A lo largo de toda la lectura, que es rápida, 296 páginas con un tamaño de letra muy adecuada para no cansar la vista, estuve preocupado ya que la sensación de que algo no cuadraba no desaparecía. Me sentí culpable de no sé qué.
  Y llegué a la página 291, al epílogo de Nick Cornwell, hijo de John Le Carré cuyo verdadero nombre era David Cornwell, y ahí se disipó mi culpabilidad y quedó aclarado el misterio.
  Nick Cornwell explica que prometió a su padre terminar los relatos que encontrase incompletos y este es el caso de Proyecto Silverview, cuya existencia él conocía. Esto entra en contradicción con lo que manifiestan por ahí algunos que dicen que el texto apareció de forma inesperada, lo cual demuestra que no se leyeron el libro, cosa muy habitual, por cierto.
  Nick dice que el libro es tremendamente bueno y añade: «Había gazapos habituales en un manuscrito: palabras repetidas, deslices técnicos, algún raro párrafo confuso» (pág. 293). Continúa dando explicaciones: «La versión que el lector tiene ahora en sus manos es resultado de un proceso de revisión que vino a ser más bien un cepillado clandestino que ninguna otra cosa. Resulta desde cualquier punto de vista razonable, puro Le Carré, aunque el lector es libre de achacarme a mí todo lo más desafortunado» (pág. 294). Ese es mi caso. Creo que han publicado un libro al que le hacen falta más cepillados, y lo digo siendo quien es el autor.
  La novela trata, cómo no, de espías del servicio secreto británico y una fuga de información y la búsqueda de la filtración. El servicio secreto aparece como un organismo plagado de facciones alejadas del patriotismo que se le debía suponer. Los detalles de la sociedad británica tampoco son nada buenos. Hay que tener en cuenta que Le Carré estaba enfadado con sus conciudadanos por la situación política y el Brexit, hasta tal punto que pidió y obtuvo la nacionalidad irlandesa como muestra de su apoyo a la Unión Europea.
  Esta es la opinión de un lector, tan buena o mala como la de cualquiera. Para tener la suya tendrán que leer el libro. Lo podrán encontrar en su biblioteca pública o librería preferida.

 

 

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