Venga, digamos la verdad, en
muchas ocasiones nos quejamos para dar penita o de vicio. Pues va a ser que sí.
Con esto de la pandemia sí que
damos pena. Por uno u otro o estamos ofendidos o nos quejamos o lloramos o lo
hacemos todo a la vez. ¡Joder, menudas plañideras! Últimamente el foco lo hemos
centrado en los jóvenes y su falta de civismo. Los bandos parecen
irreconciliables. Por un lado están los padres, y los que se suman, defensores
a ultranza de los vástagos y los que los ponen a parir. Lucha estéril.
¿Qué me dicen de los
negacionistas? ¿Y de los anarcoliberales? ¿Los queer? ¿Los individualistas? ¿Ultraconservadores?
¿Meapilas varios?... Y así podía seguir ad
infinitum.
Muchos son los frentes donde se confronta
con verbo aguerrido y calificativos cargados de mala hostia. Los campos de
batalla son las redes sociales, el más sangriento es Twitter, tanto que al
abrir la aplicación chorrea malos humores.
Ya no conversamos, agredimos a
los otros. El medio, una pantalla, nos convierte en seres intransigentes.
Escribimos verdades absolutas y las defendemos con insultos, en demasiadas
ocasiones. En una charla, mirándonos a la cara, sería muy difícil sostener lo
que se dice por las redes. Matizar o ser irónico conduce a malentendidos
imposibles de aclarar. Con los intentos de clarificar sólo se consigue liarla
más.
Los ofendiditos muerden. Quieren,
a toda costa, que todo sea del color que lo pintan. No son críticos, exigen
pensamiento único, el suyo.
Los negacionistas son… me cuesta
encontrar el término que los defina. Son una mezcla de ignorantes, sabiondos de
revista y programas televisivos cutres, atrevidos a más no poder, simples y
necios. Ello no quita para que algunos sean buenos profesionales en su ámbito.
Esta gente suelen ser conspiranóicos. Se apuntan a todas las tramas.
Unos que me provocan una sonrisa
triste son esos defensores a ultranza del individualismo que a la primera de
cambio exigen que el Estado se encargue de solucionar sus problemas. Son esos guerreros
anti impuestos que utilizan los servicios públicos y, si pueden, los explotan
al máximo, y no dejan de quejarse de su mal funcionamiento. Estos en las redes
son muy activos y logran el apoyo entre los más desfavorecidos.
Los terraplanistas, antivacunas y
negacionistas del cambio climático están cargados de argumentos tan
disparatados que son irrebatibles. Basan sus tesis en cuestiones acientíficas o
que sitúan en un futuro tan lejano que es imposible de contrarrestar. Contra
opiniones absurdas no hay ciencia que valga.
A toda esta variopinta fauna se
suman los intoxicadores profesionales. Son aquellos que o bien se ganan la vida
magníficamente propalando teorías absurdas o los que generan bulos con fines
políticos, en su mayoría situados en la extrema derecha. Los últimos son muy
peligrosos ya que enfrentan a amplios sectores de la sociedad.
La propagación descontrolada de
estos especímenes tiene su caldo de cultivo en las redes sociales, sin ellas no
tendrían posibilidad de reproducirse y extenderse con tanta rapidez.
Los integrantes de esos
grupúsculos son cómo aquellos propagandistas católicos que se introducían en
los barrios obreros para combatir las ideas marxistas o anarquistas. Estos de
ahora no tienen pudor ni vergüenza en discutir con científicos apoyándose en opiniones
absurdas. Llegan a negar realidades biológicas indiscutibles, incluido el sexo.
Cada día surgen nuevos grupos que
quieren hacerse un hueco y alcanzar notoriedad, para ello mientras más
disparatadas sean sus iniciativas mejor. Los medios de comunicación
tradicionales entran al trapo y se hacen eco de ellos, bueno, lo hace hasta el
BOE (Boletín Oficial del Estado), y no es broma. Vean si no. El Ministerio del
Interior inició, el 7 de junio, un procedimiento para inscribir en el Registro
Nacional de Asociaciones a la Asociación de Abducidos por los Alienígenas
España. Tal cual. No pudo ser ya que no pudieron ponerse en contacto con la
susodicha asociación. ¿Quién intenta tener una conversación razonada y
razonable con esta gente? Pues eso.
Todos queremos tener razón ¿o no?
pero de ahí a dejar de lado la ciencia hay un abismo.
Al siglo XVIII lo hemos
denominado el siglo de las luces y la razón, en el XXI sombras y fanatismo
enturbian la mente de muchos ciudadanos. A su pesar el pensamiento científico y
racional proseguirá su camino y esos mastuerzos seguirán aprovechándose de él
aunque lo nieguen.
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