Hay quienes peregrinan por
devoción o por ocio y quienes lo hacen, eso dicen, para encontrarse a sí
mimomos. En Peregrinas, de Joaquín
Berges, se entremezclan un intento de saldar una cuenta pendiente y una huída.
Al final resulta que también es la búsqueda de un futuro mejor.
Tres mujeres y un hombre se
embarcan en un viaje que les llevará más allá de lo que esperaban.
Una de ellas, Dorita, convence a
las otras para realizar esa «peregrinación». Carmen sabe conducir. Fina es Fina,
se «marcha al pasado» y es la propietaria del Volvo. Forman un grupo al que une
el maltrato de la vida. Tienen un pasado que les marca la existencia. Las
acompaña Julio que también arrastra una historia dura que le une a una de
ellas.
No lo he dicho. No son unas
jovenzuelas, son octogenarias que viven en una residencia.
Todo empezó con una idea clara,
pero sin saberlo inician un viaje que las llevará quién sabe dónde.
Fina es víctima de la
confabulación y el engaño de los demás. La hacen creer que van a realizar el
Camino de Santiago, ese camino que hizo su abuelo y que ella le contó a su
hijo, cuando en realidad se dirigen a Tarragona.
La novela tiene un tono
humorístico, agridulce, que se acentúa con los intentos por engañar a Fina.
Crean paralelismos, forzados desde luego, en el trayecto a Tarragona y las
existentes en el Camino Francés.
A la par que las vicisitudes del
viaje vamos conociendo la vida de estos «peregrinos». Sus trayectorias vitales
les ha convertido en personas desconfiadas lo cual provoca ficciones entre
ellos, es el preámbulo para crear unos lazos afectivos profundos.
La trama se sitúa en los momentos
posteriores al levantamiento de las restricciones de movilidad por la pandemia.
Por cierto, Berges aprovechó bien el tiempo y le cundió tanto que escribió Peregrinas.
Sin ensañarse ni perder el tono
agridulce, critica la vida dentro de las residencias de ancianos y su
reglamentarismo. Pareja a esa reprobación está el abandono familiar. Al hilo de
esto último tenemos que reconocer lo hipócritas que somos. Nadie abandona a los
viejos – palabra maldita hoy en día – en una residencia, se les interna por su
bien.
Joaquín Berges trata a los
personajes con cariño y comprensión. En ningún momento carga las tintas con el
fin de dramatizar, no es necesario, especialmente con Fina.
Sin forzar demasiado podríamos
decir que se trata de un viaje iniciático. Partieron con la idea de que Dorita
saldase una cuenta pendiente y acabó siendo el inicio de una nueva etapa cuando
les queda poco recorrido.
Acabo con un topicazo «nunca es
tarde si la dicha es buena».
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