El Ecce Homo de Borja (Zaragoza) se hizo famoso mundialmente tras la
actuación de una vecina que quiso reparar lo que el tiempo deterioró. La obra
original no es que fuese una obra maestra, pero el resultado final de la
intervención de Cecilia, así se llama la «restauradora», causó estupor,
vergüenza y risas. Es justo mencionar al autor de aquel Ecce Homo original, allá por 1930, Elías García Martínez,
catedrático en la Escuela de Arte de Zaragoza.
Seguramente los pueblos de esta
España nuestra atesoran obras de arte que han merecido la atención de vecinos
manitas que deseaban embellecerlas. Esas ingerencias en el trabajo de los
restauradores oficiales acaban siempre en desastre, las más de las veces
ocasionan daños irreversibles.
El concejo de Tineo no ha sido
ajeno a esa moda. El caso más conocido, también a escala nacional, fue el
repintado de tres tallas de los siglos XV y XVI de la capilla de Rañadoiro
(Tineo). Una vecina, con el consentimiento del párroco, adecentó las esculturas. Esta mujer no tuvo reparos en declarar a
los medios de comunicación que estaban horrorosas y que las pintó para
mejorarlas. El resultado final ha sido una aberración estética y un desastre
cultural. A pesar de todo hubo personas que la defendieron e incluso dijeron
que las tallas están más guapas tras el repintado.
La Asociación de
Conservadores-Restauradores de España pusieron el grito en el cielo. No es para
menos.
Nos creímos que el tema acabaría
en el juzgado, pues no. La Audiencia provincial archivó el caso ya que el
recurso presentado por la representación de la perpetradora del desastre fue
aceptado y el asunto quedó sobreseído por prescripción del delito.
Muchos curas dejan en manos de
vecinos las restauraciones de las
obras de arte de sus iglesias, capillas y ermitas y así pasa lo que pasa. A
esas hipotéticas buenas intenciones se une una osadía total. Intentar hacerles
ver que han cometido un delito es imposible, cuentan, además, con el aplauso de
muchos vecinos.
Hay una pintura que ha merecido
la atención de alguien voluntarioso. La Casa de Cultura de Tineo, esconde,
nunca mejor dicho, un retrato de grandes dimensiones de Juan Queipo de Llano
(Santianes (Tineo), 1642-Lima (Perú), 1708). Juan Queipo estudió en Salamanca.
Se le destinó al Tribunal de la Inquisición de Lima y por aquellas tierras
gastó su vida.
El retrato representa a un hombre
todavía joven, con los atributos religiosos que le corresponden. Sobre una mesa,
con un borde retocado, hay una mitra y apoyado en ella una larga cruz de
madera. El retratado lleva una capa y sobre ella una especie de estola o cinta,
no lo tengo claro, decorada con la cruz patada o cruz paté. Por debajo de la
capa sobresale un crucifijo. En su mano izquierda dos anillos y ambas manos
sostienen lo que deberían ser unos guantes. Y digo parecen pues hay que echarle
algo de imaginación. Esos guantes son
lo que primero llaman la atención.
Sí se mira con más atención el
cuadro se aprecian otros desaguisados. El cortinón de la derecha también ha
sufrido algún retoque. La mitra no escapó a la mano rehabilitadora entusiasta. Los bajos de lo que puede ser una
casulla también padecieron algún arreglo. El fondo plano de color marrón es
obra de esa mano reparadora. El escudo de la parte superior izquierda no se
libró. Parece que incluso la tela tenía algún roto, pero nada que un buen
pegote de pintura no pueda tapar.
No tengo ni idea de la fecha del
cuadro, ni quién lo pintó, ni siquiera el estado previo, que no dudo que
estuviese en mal estado, pero el resultado bien
intencionado fue un desastre. La restauración
no es de ahora, se realizó hace varios años. En 2003 los propietarios cedieron
este retrato a la Asociación Cultural Conde de Campomanes y esta a su vez hizo
lo propio al Ayuntamiento de Tineo.
No estaría mal que los entendidos dejasen a los profesionales
el trabajo, las chapuzas que las hagan en sus casas y al patrimonio que se
acerquen para contemplarlo, nada más qué para contemplarlo.
Tineo tiene otro eccehomo.
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