Quienes creían que los fundamentos de la
democracia eran inamovibles estaban muy equivocados. Nuestro mundo occidental,
de libre mercado y democracia liberal, está sucumbiendo a la ola
ultraconservadora que lo azota lo que supone una merma de derechos que
considerábamos firmes y de consenso. Pues no, no es así.
Las elecciones presidenciales en EEUU nos han
deparado – siempre afectan al resto del mundo - un resultado que muchos no
deseábamos. La creencia extendida de que ese país es el paradigma de democracia
hace mucho que quedó demostrado que no es cierto. El ejemplo más evidente fue
el asalto al Congreso, orquestado por Donald Trump, en 2021. Ya antes tuvimos
otro aviso clamoroso que mostraba al mundo el cambio radical que se estaba
produciendo en Estados Unidos, y no fue otro que la elección de Sarah Palin como
candidata a la vicepresidencia del país en 2008, con el candidato John McCain.
Palin estaba respaldada por el Tea Party y las sectas religiosas ultra
conservadoras.
Los cuatro años de mandato de Trump supusieron un frenazo, seguido de un recorte de derechos, que hizo retroceder las libertades
logradas al tiempo que dividía mucho más al país. Un ejemplo de ello fue la
decisión del Tribunal Supremo de anular la protección del derecho al aborto
vigente desde 1973. Aunque ya no gobernaba Donald Trump, su herencia estaba muy
presente.
No es extraño, Trump nombró al 33 % de los
jueces del Tribunal Supremo de Estados Unidos y al 30 % de los jueces en las
cortes de apelación federales, por supuesto jueces muy conservadores. Estos
nombramientos tienen una enorme relevancia ya que esos puestos son vitalicios.
Donald Trump inició la retirada de la tropas
estadounidenses de Afganistán, continuada posteriormente por Biden, creyéndose
los cuentos de los talibanes. Los resultados de esa salida ya la conocemos.
Si la presidencia de Trump fue convulsa no
menos lo fue su salida cuando se vio sometido a varias investigaciones
judiciales. Fue acusado de retener documentos clasificados de defensa nacional
después de dejar el cargo y de resistencia a devolverlos, así como de intentar
anular las elecciones de 2020 y se le declaró culpable de treinta y cuatro
cargos de falsificación de registros comerciales.
Nada de esto importó a los millones de
votantes que le apoyaron. No les molestó toda la sarta de barbaridades y
mentiras que suelta de forma continuada, en esta ocasión, además, tuvo el
ferviente apoyo de otro tipo de igual ralea, Elon Musk.
Donald Trump anunció que va a rebajar los
impuestos, pero como siempre quienes más se beneficiarán de ello serán los más
ricos. Ahora quiere dejar el impuesto de sociedades en el 15 %, eso sí, para
determinadas empresas – imagino que las suyas estarán entre ellas -.
Otra de las grandes mentiras trumpistas es la
imagen que da de empresario de éxito, pues para nada, en seis ocasiones declaró
en bancarrota alguno de sus negocios. Su fortuna fue heredada y no ha sabido
gestionarla.
Habla de cerrar las fronteras y expulsar a
millones de emigrantes. Impondrá aranceles, sobre todo a los productos chinos,
con lo cual la guerra comercial será más cruenta. ¿Quienes pagarán esta
decisión? Los trabajadores ya que los precios subirán.
Del cambio climático y las medidas que tomará ni hablemos.
No deben ser datos finales, pero Kamala
Harris obtuvo 71251977 votos (47,9%); Donald Trump 74830663 (50,4%). Visto el
reparto de electores, 226 para Kamala y 312 para Trump, parece que la
diferencia en voto popular fue mayor, pero no.
Trump aumentó el número de votantes entre
hombres latinos, negros y jóvenes. El género, la edad y el nivel de estudios
determinaron el ganador. Hombres maduros y con menos estudios fueron el núcleo
principal del voto trumpista. Quienes lo deseen comprobar es muy fácil el
acceso a la información a través de internet.
Kamala Harris se centró en temas que no
importaban a la mayoría. Trump, con sus salidas de tono y mentiras, habló de
economía, a su forma pero lo hizo en mayor medida que su adversaria, para él
enemiga. El lenguaje simplón del candidato y los chistes chabacanos calaron más
que los de la candidata. Kamala es vista como una representante de las élites –
cómo si Trump no lo fuera, por mucho que un día se ponga un mandil para servir
una hamburguesa – que en una sociedad tan conservadora como la estadounidense
no admiten a una mujer como presidenta y para más inri, negra. Mucho de una vez
para ellos.
Los demócratas están fuera de onda. Se
centraron en temas que no importan a la mayoría de los ciudadanos, como el
aborto y otros temas sociales, para ellos siempre es la economía. Se les olvidó
aquello de The economy, stupid (La economía, estúpido) que puso de moda
Bill Clinton en 1992 contra George Bush, padre, luego vendría el hijo que se
ajustaba muy bien al adjetivo.
Es duro decirlo, y pensarlo, pero la realidad
es esa. El dinero importa más que cualquier otra cosa, allí y en toda tierra de
garbanzos.
Los demócratas, al igual que la
socialdemocracia europea, se viene centrando en los últimos años en los
derechos de grupos minoritarios, al tiempo que han dejado de lado los intereses
de la clase trabajadora y media pensando que iban a continuar con su apoyo.
Craso error, a la vista está allí y aquí.
Trump está embalado y resentido lo que le
hace aún más peligroso. Anuló al Partido Republicano y lo sustituyó por el
apoyo ciudadano individualizado entorno a una idea, MAGA (Make America Great
Again) que traducen por «Haz a los Estados Unidos grande otra vez».
Con los antecedentes que tiene nada bueno nos
depara el futuro próximo. La guerra en Ucrania y en Palestina se verán
afectadas y no para bien. Las tensiones entre China y Taiwán se incrementarán y
ya veremos como termina. El comercio mundial tampoco saldrá bien parado. La
expansión de los postulados de la extrema derecha ganarán terreno y adeptos. La
manipulación informativa campeará a sus anchas y las redes sociales se
convertirán en lugares aun más infectos.
No son buenos tiempos para el mundo para
desgracia de todos, el tiempo lo dirá, pero será tarde. Trump no va a sentar
bien al mundo.