11 jun 2020

Conspiranoicos coronavíricos

  El ser humano se caracteriza, entre otras cosas, por su capacidad para imaginar. La aptitud para la abstracción genera arte, pero también desvaríos. Y es por eso que cuando se produce un hecho de trascendencia nacional o internacional siempre aparecen los paladines de las conspiraciones. En esta ocasión no podía ser menos. No les importa, a los conspiranoicos, que se trate de una pandemia que ha causado cientos de miles de muertos.

  En los días en qué los muertos se contaban por centenares en España, los teóricos de las conspiraciones estaban calladitos; los antivacunas desaparecidos. Controlada la situación, un poco, ellos se descontrolaron del todo. Y cómo los tontos los hay de toda clase y condición, algunos famosos se han apuntado a ese carro que me recuerda a El carro de heno del Bosco, tal vez por lo esperpéntico y dramático del mismo.

  La muerte de Kennedy, la llegada del hombre a la luna, los ovnis o las armas de destrucción masiva en Irak son capítulos destacados de ese gran libro de las conspiraciones. Con todos los honores, y por la puerta grande, ha entrado la COVID-19.

  Cómo en las ocasiones anteriores, hay que reconocer a los conspiranoicos una enorme capacidad para inventarse historias bien tejidas, algunos deberían dedicarse a la literatura fantástica.

  Una de las tramas más brillantes es la de la confabulación para instalarnos en el cuerpo chips con el fin de monitorizar a la población mundial. Eso se haría vía vacuna contra la COVID-19 y a ello contribuirían las redes 5G. ¿Quién está detrás de este perverso plan? Bill Gates.
  Por favor, no me digan que no es muy bueno.

  Otra idea muy difundida es que se trata de un arma biológica que se escapó de un laboratorio chino. Hay una variante que dice que la enfermedad fue diseñada por la CIA para fastidiar a China.
  Oigan, no se les ocurra argumentar que los investigadores, científicos y médicos, hayan dicho que descartan que el patógeno fuese creado en un laboratorio. Claro, mienten.

  Los más simples, o menos inspirados, afirman categóricamente que no existe ninguna enfermedad, que todo es un montaje gubernamental para controlar a los ciudadanos y por eso estuvimos confinados.

  No son las únicas teorías, todas son por el estilo. Intentar razonar con esta gente es inútil, la razón y la ciencia se la pasan por el forro.

  Hay personas instaladas en el negacionismo científico, histórico… para ellos todo conocimiento humano carece de validez, menos el suyo, claro. Desde su superioridad intelectual ponen en tela de juicio cualquier saber y los más iluminados entre ellos son los elaboradores de esas tramas conspiranoicas. Con perseverancia y cerrazón van instalando dudas en aquellos que no se preocupan de contrastar la veracidad de tales barbaridades.

  Los caudillos de las confabulaciones resultan ser unos déspotas no ilustrados que en muchos casos – no todos, desde luego – deambulan por la derecha o extrema derecha política. No se me enfaden, también hay tontos en la izquierda.

  Los conspiranoicos coronavíricos, los conspiranoicos,  no admiten que el conocimiento científico es producto de años de investigación y de permanente revisión y contrastaste. Las verdades científicas no son inmutables y es ahí donde los visionarios intrigantes encastillan sus desvaríos. Ahora cuentan con esos magníficos altavoces que son las redes sociales.

  Los conspiranoicos confunden el espíritu crítico con los despropósitos y disparates.

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