1 mar 2023

Crónica de la Asturias reciente, No hay país


    Libros sobre la Asturias reciente hay pocos. Es un terreno en el que no quiere meterse mucha gente.  ¿Por qué será? Este no es el caso de Xuan Cándano, autor de No hay país. Crónica política (y sentimental) de Asturias (1975-2022), con prólogo de Ángeles Caso.
  Cándano es un periodista con amplia experiencia y una trayectoria marcada por el inconformismo y la crítica, cosa que se agradece. Es un asturianista convencido, pero no puedo decir si es un nacionalista al uso o no. Tampoco me importa.
  El autor realiza, en sus 408 páginas, un recorrido por los acontecimientos políticos más relevantes desde 1975 hasta 2022. Pero no es solo una crónica política, el ensayo se anima con cotilleos y anécdotas que a la par de simpáticas dan luz a algunas situaciones y acontecimientos.
  No se trata de un libro de Historia, aunque lo que cuenta está basado en libros, noticias y en la propia memoria del autor, que algunas ocasiones vivió los acontecimientos que narra. Los que tenemos unos cuantos años encima, y seguimos la política y las noticias, recordamos lo narrado, para los más jóvenes puede ser una fuente de información iniciática.
  Cualquiera que lea el libro, se lo recomiendo, apreciará que la opinión del autor es clara y deja constancia de ella. Al no tratarse de un libro de Historia resulta más fácil confrontar con el autor mientras se lee. Les confieso que realice muchos subrayados y comentarios al margen y creo que eso es bueno.
  Xuan Cándano afirma que «Asturias tiene un problema cultural, no económico» (pág. 372). Esa afirmación se entiende desde una óptica nacionalista que pone el foco de todos sus problemas en la identidad y en la falta de «libertad» para expresarla de forma independiente. Es una cuestión de fe, seamos nacionalistas y todo lo demás nos vendrá dado. Pues va a ser que no.
  Cataluña o País Vasco no están más desarrollados por tener un carácter más independentista que Asturias. Esa afirmación es falaz. Lo económico es lo relevante y se utiliza la identidad cultural para remarcar diferencias con el resto y justificar, que no lo logran, mayor aportación económica del gobierno central de turno. En este sentido, no debemos olvidar que los nacionalistas vascos del PNV y catalanes, pujolistas y herederos, son partidos de derechas y ya sabemos que a esa gente les preocupa, fundamentalmente, el dinero. No es necesario explicar los apoyos de Pujol a los gobiernos centrales, al igual que los del PNV con el terrible añadido de ETA.
  En varias ocasiones Cándano contrapone el ejemplo de Galicia y Asturias. El primero está más desarrollado, según el autor, debido a su marcada identidad cultural. Es otra interpretación que tampoco comparto. El PP es heredero del franquismo. Aquella AP (Alianza Popular) fundada por los «siete magníficos», entre los que se encontraba Manuel Fraga, creyó que iba a hacerse con el poder, tras varios fracasos su máximo dirigente, Fraga, se recluyó en sus cuarteles de invierno, Galicia, recluido allí se hizo fuerte y los gobiernos socialistas con tal de mantenerle en aquel feudo le hizo todo tipo de concesiones económicas. Tal vez esto explique mejor lo sucedido que no eso de la identidad cultural.
  Por esa senda discurre el discurso de Xuan Cándano. Así cuando algunos de los personajes son más proclives a esa idea identitaria son tratados con cierta benevolencia. Me atrevo a afirmar esto por lo que dice de Francisco Álvarez Cascos: «Con Emilio Marcos y el equipo que montó en Cultura, Cascos demostró que su jovellanismo no era un recurso ornamental y retórico. Representaban al asturianismo ilustrado, el continuismo de una tradición cultural, liberal y progresista que se remonta al siglo XVIII...» (pág. 325). En absoluto estoy de acuerdo. Cascos fue capaz de eso, y lo que fuera necesario, con el fin de volver a tocar poder. Cuando Cándano escribía esto ya eran públicas las «andanzas» de este personaje.
  En el terreno identitario parecen no ponerse de acuerdo algunos de sus defensores. Por ejemplo Adrián Barbón, reciclado a un cierto nacionalismo, da importancia a Covadonga como símbolo de identidad.
  La «batalla» de Covadonga es moneda de cambio según los intereses de cada cual.  El último en sumarse a opinar sobre ella es el escritor José Ángel Mañas quien afirmó que «Me ofende mucho cuando la gente habla de ‘escaramuza’ para referirse a la Batalla de Covadonga; claro que existió y tuvo una trascendencia absoluta, hasta el punto de que cambió la Historia y abrió un nuevo proceso» Mañas escribió un libro titulado Pelayo y tiene que vender el personaje con un marcado carácter épico, que vende más.
  Por su parte Cándano dice: «O sea, Cuadonga, donde debió de haber una escaramuza, y Pelayo, que pudo ser un líder indígena, no fueron el origen de la España imperial, una, grande y libre del franquismo...» (pág. 186).
   Estas cosas pasan cuando se quiere manipular la Historia y no leen a historiadores serios.
  Dejando de lado estos aspectos «identitarios» el libro recoge los desastres políticos como el «Petromocho», la bronca política en el PP entre Sergio Marqués y Francisco Álvarez Cascos, el despilfarro de Gabino de Lorenzo o el grandonismo de Areces, sin olvidarse de la corrupción de José Ángel Fernández Villa, José Luis Iglesias Riopedre, por citar algunos.
  Otra cuestión que no se deja pasar  en No hay país es la privatización de nuestra Caja de Ahorros de Asturias, ejemplo del desmantelamiento económico que hemos sufrido. Años antes, en época de Aznar, se regaló la antigua ENSIDESA, hoy Arcelor; HUNOSA todos sabemos como terminó.
  En Asturias se desmanteló el tejido industrial en manos del INI (Instituto Nacional de Industria) y económico, recordemos también al Banco Herrero, a cambio de nada, bueno, eso si excluimos las prejubilaciones mineras. Faltaba el desmantelamiento del suroccidente asturiano y ya lo han conseguido.
  En el capítulo titulado Un epílogo nada wagneriano Cándano realiza una reflexión final en la que realiza afirmaciones que comparto. Así por ejemplo dice: «...el socialismo asturiano de la democracia mantuvo las rentas y fue efectivo en la distribución de la riqueza, con un proteccionismo obrero que le dio grandes réditos electorales. Pero falló en la creación de riqueza. Asturias perdió muchos años en una resistencia numantina bajo el ala del Estado de ese viejo modelo del carbón y el acero, desaparecido mucho antes en los países más avanzados de Europa» (pág. 365). Yo añadiría que en esos países más avanzados crearon alternativas al carbón y en Asturias, en España, no. Los fondos mineros se fueron en carreteras, obras de todo tipo y grandonadas, no en la búsqueda de alternativas al carbón.
  No resiste la tentación y casi al final del libro insiste en la que él cree que es la solución: «Y como falta un proyecto de país, entendido el término como lo usaba Jovellanos para referirse a Asturias, lo que prima es el devastador localismo, del que la rivalidad Uviéu-Xixón es exhibición lastimera.» (pág. 372).
  Yo dejaría a Jovino en la Historia y no sé de que nos iba a servir esgrimir esa identidad asturiana ante la gallega, vasca, catalana o el resto de comunidades.
  Mis discrepancias con parte de su argumentario son exclusivamente mías. Ustedes para tener las suyas tendrán que leer el libro. Se lo recomiendo. Es interesante, bien documentado y contribuye a entender la realidad asturiana de hoy.
  Lo dicho, lean No hay país. Crónica política (y sentimental) de Asturias (1975-2022). Lo podrán encontrar en su biblioteca pública o librería preferida.

 


 

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