16 may 2012

Un extraño o mi otro yo



Su caminar absorto no le impedía esquivar los obstáculos de la calle. Su mirada, perdida, le hacía parecer un autómata. Seguro que se encontraba en otro espacio y tiempo, pero ni yo le iba a preguntar en cuál ni él me lo diría. Dos extraños nos cruzamos y ahí se acabó todo.

Su pelo negro, largo y un poco rizado, se notaba que hacia tiempo que no había sido visitado nada más que por el agua de lluvia. La barba –poblada sin llegar a ser larga- denotaba un descuido de muchas semanas. Cubierto con una cazadora de color indefinido,  a juego con unos pantalones de la misma gama cromática, deambula de un lado a otro. No parecía tener destino, ese lo eligen sus pies y su estómago.

Es la segunda vez que lo veo. La primera estaba tumbado en un portal de una casa en ruinas. A su lado, los restos de unos papeles quemados le sirvieron de alivio temporal. No hay vestigios de comida. Tampoco ninguna botella vacía. Dormía a la entrada de la casa, tal perro guardián, aunque no había nada que proteger.

No tengo ni idea de su edad. ¿Cuarenta, cuarenta y cinco? No lo sabré nunca. No le hablaré. Si me lo vuelvo a cruzar en la calle me apartaré, no vaya a ser…Luego sentiré lástima y al cabo de cinco minutos seguiré viviendo mi vida. Él la suya la debió dar por perdida.

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Un extraño o mi otro yo por M. Santiago Pérez Fernández se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

1 comentario:

  1. Nuestro otro yo, ahí está y ahí va a seguir, puede que no sea el mismo, será otro; será habitual y lo peor es que cada día serán más, hombres y mujeres, con los que nos cruzaremos, miramos y seguimos. Pensabamos que esto sólo se ve en las grandes ciudades, pero a pesar de que no existimos, ellos si no escuentran. Por el mismo motivo que los hacemos invisibles, también nosotros somos invisibles para el resto del mundo

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