Cariño

  

¡Cariño! Mira, caballos.

Gafas de sol que casi le tapan la cara. Camisa, nada de camiseta. Pantalón corto. Blanco. Princesitas con ribetes dorados. Muy mona ella. Toda de punta en blanco.

¡Cariño! Tengo sueño.

Cariño, cariño. Cuando se sentaban juntos el sonsonete iba acompañado de algún tocamiento. Si estaban separados elevaba el tono y seguíamos enterándonos de todo.

El ¡cariño! era cursi, ñoño. Déjenme decirlo: de niña tonta. Solo que la niña no cumplía los cuarenta.

No había forma de quitárselo del oído y menos de la cabeza. Llegó a convertirse en el latiguillo del grupo.

Él se dejaba querer y además lo justificó: “me trata así porque pago yo” Lo dijo y se quedó tan contento.

 Un pequeño detalle sobre él: tenía un punto macarra. Bueno, la verdad es que bastante macarra.

Él, vídeo en ristre, lo grababa todo. Eso sí, acompañaba las imágenes con comentarios ilustrativos: “unas monedas la hostia de antiguas” Su capacidad de síntesis me asombró. No se podía decir más con menos y además de forma tan expresiva.

¡Cariño! ¿qué árboles son esos?

A la primera oportunidad se cambiaban de modelito. Siempre muy conjuntaditos. Daba gusto verlos. Al oírlos…las sonrisas afloraban.

Las maletas -grandes, bonitas y conjuntadas, claro- cubrían sobradamente las necesidades de ambos. La verdad es que también satisfarían las exigencias de un batallón.

“¡Cariño! sácatela que vamos a comparar”

Cuando nos dejaron, tras varios días de convivencia, nos desatamos. Las carcajadas aún resuenan en el autocar y creo que los siguientes viajeros aún escuchan, de vez en cuando, algún ¡Cariño!

Hay cariños y ¡Cariño! Hemos de reconocer que nos reímos de ellos.

Dedicado a los buenos compañeros de viaje. Especialmente a José Antonio, María Isabel, Alejandro y Sandra, Eduardo y señora.

Cariño por M. Santiago Pérez Fernández se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.