17 jul 2014

¿1.148 páginas para qué?


Lo confieso: me gusta leer. Segunda aclaración: no termino todo lo que empiezo a leer.

Dicho lo anterior, con El jilguero de Donna Tartt no lo cumplí. Llegué hasta el final de las 1.148 páginas y no sé muy bien cuál fue el motivo.

Me pareció desmesurado en cuanto a extensión y como novela bastante pobre. Ya, no se me olvidó aquello de que para gustos…

A lo largo de todas esas páginas engarza desgracia tras desgracia con el fin de intentar enganchar al lector. Para mi gusto muchas fatalidades y desastres juntos.

Según dice la publicidad de turno, la crítica y el público han acogido esta novela con fervor.
 Pues si ellos lo dicen.

Un atentando, un cuadro –El jilguero de Carel Fabritius- un personaje -Theo- que llegó a resultarme cargante y su adlátere –Boris, mucho más listo- conforman lo esencial de este tocho.

La autora va entretejiendo lo que a mí me parecieron varias historias. Debió pensar en los ingredientes que hacen que una novela triunfe, al menos en lo económico, y ella los integró todos.
Atentado terrorista, madre muerta, acogida en familia rica con problemas, padre borracho además de jugador y estafador, drogas, amor imposible…No dejó palo sin tocar.

La acción transcurre en New York y luego pasa a Las Vegas. Aprovechando la circunstancia se acerca al mundo del juego y del hampa. Allí hasta los hampones tienen su corazoncito.

Con el fin de incrementar la intriga va dosificando la información. Pasan tal cúmulo de cosas que al final no me resultaron nada creíbles.

El jilguero resulta una disculpa intelectualoide para realizar la trama. Abundando en ese aspecto nos introduce en el mundo de las antigüedades, su restauración y negocio.

Cuando creía que ya le había pillado el tranquillo, Donna Tartt pega un viraje y nos conduce a algo que quiere asemejarse a una novela negra. Para ello nada mejor que trasladar la acción a la vieja Europa. Ámsterdam es el escenario escogido. Qué casualidad, Fabritius era holandés y trabajó en esa ciudad.

Los desvaríos de Theo me llegaron a cansar. Tartt pretende dar profundidad al personaje con unos delirios y dislates pseudo freudianos.

Al  llegar al desenlace, promovido por Boris y no por el protagonista, este, Theo, cae en una reflexión que acaba de rematar esas más de mil páginas y que me pareció adecuada al resto: un rollo.

Después de todo esto, y para quien no conozca el libro, he de decir que ganó el Premio Pulitzer. Por si esto fuera poco, a su autora hay quien la equipara con Dickens y otros no dudan en decir que Theo es un Oliver Twist actual.

Visto lo visto, repito, está claro aquello de que para gustos colores.

Creo que Donna Tartt confundió peso con calidad.

Al final sigo sin explicarme cómo es que me tragué este ladrillo.

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