Lo
confieso: me gusta leer. Segunda aclaración: no termino todo lo que empiezo a
leer.
Dicho
lo anterior, con El jilguero de Donna
Tartt no lo cumplí. Llegué hasta el final de las 1.148 páginas y no sé muy bien
cuál fue el motivo.
Me
pareció desmesurado en cuanto a extensión y como novela bastante pobre. Ya, no
se me olvidó aquello de que para gustos…
A
lo largo de todas esas páginas engarza desgracia tras desgracia con el fin de
intentar enganchar al lector. Para mi gusto muchas fatalidades y desastres
juntos.
Según
dice la publicidad de turno, la crítica y el público han acogido esta novela
con fervor.
Pues si ellos lo dicen.
Un
atentando, un cuadro –El jilguero de
Carel Fabritius- un personaje -Theo- que llegó a resultarme cargante y su
adlátere –Boris, mucho más listo- conforman lo esencial de este tocho.
La
autora va entretejiendo lo que a mí me parecieron varias historias. Debió
pensar en los ingredientes que hacen que una novela triunfe, al menos en lo económico,
y ella los integró todos.
Atentado
terrorista, madre muerta, acogida en familia rica con problemas, padre borracho
además de jugador y estafador, drogas, amor imposible…No dejó palo sin tocar.
La
acción transcurre en New York y luego pasa a Las Vegas. Aprovechando la
circunstancia se acerca al mundo del juego y del hampa. Allí hasta los hampones
tienen su corazoncito.
Con
el fin de incrementar la intriga va
dosificando la información. Pasan tal cúmulo de cosas que al final no me
resultaron nada creíbles.
El jilguero
resulta una disculpa intelectualoide para realizar la trama. Abundando en ese
aspecto nos introduce en el mundo de
las antigüedades, su restauración y negocio.
Cuando
creía que ya le había pillado el tranquillo, Donna Tartt pega un viraje y nos
conduce a algo que quiere asemejarse a una novela negra. Para ello nada mejor
que trasladar la acción a la vieja Europa. Ámsterdam es el escenario escogido.
Qué casualidad, Fabritius era holandés y trabajó en esa ciudad.
Los
desvaríos de Theo me llegaron a cansar. Tartt pretende dar profundidad al
personaje con unos delirios y dislates pseudo freudianos.
Al llegar al desenlace, promovido por Boris y no por el protagonista, este, Theo, cae en
una reflexión que acaba de rematar esas más de mil páginas y que me pareció
adecuada al resto: un rollo.
Después
de todo esto, y para quien no conozca el libro, he de decir que ganó el Premio
Pulitzer. Por si esto fuera poco, a su autora hay quien la equipara con Dickens
y otros no dudan en decir que Theo es un Oliver Twist actual.
Visto
lo visto, repito, está claro aquello de que para gustos colores.
Creo
que Donna Tartt confundió peso con calidad.
Al
final sigo sin explicarme cómo es que me tragué este ladrillo.
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