1 ene 2016

A la sombra de la térmica del Narcea



Publicado en La Nueva España el 31 de diciembre de 2015

Aunque nos lo digan nos cuesta creer que estamos a las puertas del invierno. Sábado, mes de diciembre y se puede salir de casa en mangas de camisa.

Carlos, Roces y Ángel me esperan. Estamos en Tineo y hasta llegar a Soto de la Barca nos quedan unos diez minutos de coche.
Vamos a recorrer la que fue su casa durante muchos años. Aunque siguen pasando a su lado, hace mucho tiempo, incluso años, que no entran en el poblado de la térmica de Soto de la Barca, en el concejo de Tineo.


José Antonio Roces, lleva siete años jubilado de la Central térmica del Narcea. Trabajó en el laboratorio, en el tratamiento de aguas y finalizó su etapa laboral como encargado de combustibles. Vivió 41 años en el poblado.
Ángel Martínez Álvarez, jubilado desde hace diecinueve años, trabajó de conductor. Estuvo viviendo 30 años en los bloques de la empresa.
Carlos Luis Alonso, sigue en activo, es Ingeniero Técnico. Estuvo viviendo dieciocho años en el poblado de la central.

Hoy el poblado de Soto de la Barca es un recuerdo triste de lo que un día fue.

Hablar de este pueblo, así lo podemos denominar, es imposible sin hacerlo de la térmica del Narcea. Su existencia está unida de manera indisoluble.

Es obligado dar unas pequeñas pinceladas históricas.

En la década de los 60 y 70, del siglo pasado, el aprovechamiento de los carbones nacionales requería tener en las proximidades de las explotaciones grupos térmicos diseñados para quemar el carbón de las características de cada cuenca. Los carbones de la cuenca del Narcea tienen un bajo contenido en volátiles y alto contenido en cenizas.

La térmica de Soto de la Barca, o de Soto para abreviar – así se la conoce en Tineo – no es una excepción a esa regla. Tiene tres grupos: el primero, se instaló en 1965; el segundo, en 1969 y el último, en 1984.
Como detalle final, y a modo de curiosidad, las chimeneas de los grupos II y III, aunque individuales, se encuentran dentro de un mismo fuste y tienen una altura aproximada de 200 metros.

Creo que todos podemos imaginar cómo eran las comunicaciones en la década de los 60. Pues bien, ese sería suficiente argumento para comprender que la empresa desease tener cerca a los trabajadores. Aunque no solo.

Cuando se inicia la construcción de la térmica el Plan de Estabilización ya lleva unos años en marcha, desde 1959, y las relaciones laborales han comenzado a cambiar.

No debemos olvidar que la organización social-laboral durante el franquismo era de tipo paternalista, basada en el catolicismo social, cuya función principal era el control de la mano de obra en una estructura empresarial que quería ser autosuficiente.

En este contexto muchas empresas desarrollaron toda una serie de servicios como economatos, viviendas, clínicas, escuelas, servicios médicos, que abarataban los costes salariales a la vez que servían de control social.

No, no me olvido de las huelgas de 1962, pero eso me llevaría por otros derroteros.

La térmica de Soto no fue una excepción.

Los recuerdos comienzan a aflorar entremezclados.

Los tres, Roces, Ángel y Carlos Luis, centran la puesta en marcha del club social allá por el año 1970, aproximadamente; la piscina por el 75. El poblado contó con un cine que llegó a proyectar películas del circuito Arango. Los niños de Soto, en un principio, iban a la escuela al cercano pueblo de Santianes, luego recibieron sus clases en la iglesia, que sirvió también de cine, hasta que habilitaron tanto una escuela como el propio cine. No faltaba el economato, tampoco la cancha de tenis.

No cabe duda: de manual.

Vamos paseando por las desiertas calles y van rememorando - no con nostalgia, sí con cariño - sus muchos años de vivir a la sombra de la térmica.


El poblado está compuesto por 32 chalets, con dos viviendas cada uno y ocho bloques, con ocho viviendas por bloque. En sus mejores momentos llegaron a vivir en él unas 500 personas. La escuela acogió a más de cien niños. Cifras que hoy no iguala ningún pueblo del concejo de Tineo, a excepción de la capital.

El reparto de las viviendas estaba perfectamente establecido: dos casas para ingenieros, otras para administrativos y otras para técnicos. También había dos residencias diferenciadas, una para administrativos y técnicos y la otra para profesionales de oficio. Luego estaban los bloques.

Un orden perfectamente establecido y reglamentado. Todos juntos pero no revueltos.


En la actualidad solo uno de los chalets está habitado, el resto fueron abandonados hace tiempo. A los edificios se les nota la falta de calor humano. Las grietas, las inclemencias del tiempo están causando estragos. Eso sí, las zonas verdes que separan las viviendas están cuidadas, las calles limpias, la empresa se encarga de mantener el entorno.

Vamos paseando y nos acercamos a la antigua vivienda de Carlos Luis. Le pido que pose ante ella y lo hace, pero no se detiene demasiado a observarla. Me imagino que los recuerdos del antiguo esplendor chocan con la realidad de hoy.

Nos acercamos a lo que fue el club social y a través de los cristales vemos unas vitrinas donde yacen antiguos trofeos. Los techos están caídos. Los tres fruncen el ceño y sin demasiados comentarios se alejan. No quieren ser testigos del deterioro.

Las conversaciones entre ellos van de una cosa a otra, de una etapa a otra. Ellos se entienden.

La térmica llegó a tener unos 250 trabajadores, hoy han quedado reducidos a unos 105 de plantilla y entre veinte y treinta trabajadores de contratas. Los modos de producción han cambiado.

Hace años las reparaciones corrían a cuenta de los trabajadores de la plantilla, hoy se contratan empresas externas. Los dicho, otros tiempos, otros modos.

Recuerdan que el récord de producción de la empresa se produjo en 2008. No se olvidan, y lo dicen con pena, que en 2010 la térmica solo funcionó tres o cuatro horas. Han leído bien, tres o cuatro horas en todo el año.

Los miro y los veo un poco tristes. Una gran parte de sus vidas transcurrió en este poblado y confiesan que allí fueron felices. Lo que hoy vuelven a ver les apena. Se les nota.


Antes de marchar nos acercamos hasta la iglesia. En la entrada, en un escalón, aparece la fecha de inauguración: 1968. Por cierto, la inauguración corrió a cargo de Vicente Enrique y Tarancón, Arzobispo de Oviedo entre 1964 y 1969.

Sus vidas en Soto les marcaron. Los tres coinciden en que la convivencia fue buena y hablan con cariño de esa etapa. Ya ni se acuerdan de aquellos humos que irritaban los ojos y gargantas de los pobladores. La térmica les dio casa, además de trabajo, unos servicios inimaginables para el resto de los trabajadores y ellos son gente agradecida. Lo malo, que seguro que lo hubo, quedo relegado a un segundo plano.

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