Publicado en La Nueva España el 31 de diciembre de 2015
Aunque
nos lo digan nos cuesta creer que estamos a las puertas del invierno. Sábado,
mes de diciembre y se puede salir de casa en mangas de camisa.
Carlos,
Roces y Ángel me esperan. Estamos en Tineo y hasta llegar a Soto de la Barca
nos quedan unos diez minutos de coche.
Vamos
a recorrer la que fue su casa durante muchos años. Aunque siguen pasando a su
lado, hace mucho tiempo, incluso años, que no entran en el poblado de la
térmica de Soto de la Barca, en el concejo de Tineo.
José
Antonio Roces, lleva siete años jubilado de la Central térmica del Narcea.
Trabajó en el laboratorio, en el tratamiento de aguas y finalizó su etapa
laboral como encargado de combustibles. Vivió 41 años en el poblado.
Ángel
Martínez Álvarez, jubilado desde hace diecinueve años, trabajó de conductor.
Estuvo viviendo 30 años en los bloques de la empresa.
Carlos
Luis Alonso, sigue en activo, es Ingeniero Técnico. Estuvo viviendo dieciocho
años en el poblado de la central.
Hoy
el poblado de Soto de la Barca es un recuerdo triste de lo que un día fue.
Hablar
de este pueblo, así lo podemos denominar, es imposible sin hacerlo de la
térmica del Narcea. Su existencia está unida de manera indisoluble.
Es
obligado dar unas pequeñas pinceladas históricas.
En
la década de los 60 y 70, del siglo pasado, el aprovechamiento de los carbones
nacionales requería tener en las proximidades de las explotaciones grupos
térmicos diseñados para quemar el carbón de las características de cada cuenca.
Los carbones de la cuenca del Narcea tienen un bajo contenido en volátiles y
alto contenido en cenizas.
La
térmica de Soto de la Barca, o de Soto para abreviar – así se la conoce en
Tineo – no es una excepción a esa regla. Tiene tres grupos: el primero, se
instaló en 1965; el segundo, en 1969 y el último, en 1984.
Como
detalle final, y a modo de curiosidad, las chimeneas de los grupos II y III,
aunque individuales, se encuentran dentro de un mismo fuste y tienen una altura
aproximada de 200 metros .
Creo
que todos podemos imaginar cómo eran las comunicaciones en la década de los 60.
Pues bien, ese sería suficiente argumento para comprender que la empresa
desease tener cerca a los trabajadores. Aunque no solo.
Cuando
se inicia la construcción de la térmica el Plan de Estabilización ya lleva unos
años en marcha, desde 1959, y las relaciones laborales han comenzado a cambiar.
No
debemos olvidar que la organización social-laboral durante el franquismo era de
tipo paternalista, basada en el catolicismo social, cuya función principal era
el control de la mano de obra en una estructura empresarial que quería ser
autosuficiente.
En
este contexto muchas empresas desarrollaron toda una serie de servicios como
economatos, viviendas, clínicas, escuelas, servicios médicos, que abarataban
los costes salariales a la vez que servían de control social.
No,
no me olvido de las huelgas de 1962, pero eso me llevaría por otros derroteros.
La
térmica de Soto no fue una excepción.
Los
recuerdos comienzan a aflorar entremezclados.
Los
tres, Roces, Ángel y Carlos Luis, centran la puesta en marcha del club social
allá por el año 1970, aproximadamente; la piscina por el 75. El poblado contó
con un cine que llegó a proyectar películas del circuito Arango. Los niños de
Soto, en un principio, iban a la escuela al cercano pueblo de Santianes, luego
recibieron sus clases en la iglesia, que sirvió también de cine, hasta que
habilitaron tanto una escuela como el propio cine. No faltaba el economato,
tampoco la cancha de tenis.
No
cabe duda: de manual.
Vamos
paseando por las desiertas calles y van rememorando - no con nostalgia, sí con
cariño - sus muchos años de vivir a la sombra de la térmica.
El
poblado está compuesto por 32 chalets, con dos viviendas cada uno y ocho
bloques, con ocho viviendas por bloque. En sus mejores momentos llegaron a
vivir en él unas 500 personas. La escuela acogió a más de cien niños. Cifras
que hoy no iguala ningún pueblo del concejo de Tineo, a excepción de la
capital.
El
reparto de las viviendas estaba perfectamente establecido: dos casas para
ingenieros, otras para administrativos y otras para técnicos. También había dos
residencias diferenciadas, una para administrativos y técnicos y la otra para
profesionales de oficio. Luego estaban los bloques.
Un
orden perfectamente establecido y reglamentado. Todos juntos pero no revueltos.
En
la actualidad solo uno de los chalets está habitado, el resto fueron
abandonados hace tiempo. A los edificios se les nota la falta de calor humano.
Las grietas, las inclemencias del tiempo están causando estragos. Eso sí, las
zonas verdes que separan las viviendas están cuidadas, las calles limpias, la
empresa se encarga de mantener el entorno.
Vamos
paseando y nos acercamos a la antigua vivienda de Carlos Luis. Le pido que pose
ante ella y lo hace, pero no se detiene demasiado a observarla. Me imagino que
los recuerdos del antiguo esplendor chocan con la realidad de hoy.
Nos
acercamos a lo que fue el club social y a través de los cristales vemos unas
vitrinas donde yacen antiguos trofeos. Los techos están caídos. Los tres
fruncen el ceño y sin demasiados comentarios se alejan. No quieren ser testigos
del deterioro.
Las
conversaciones entre ellos van de una cosa a otra, de una etapa a otra. Ellos
se entienden.
La
térmica llegó a tener unos 250 trabajadores, hoy han quedado reducidos a unos
105 de plantilla y entre veinte y treinta trabajadores de contratas. Los modos
de producción han cambiado.
Hace
años las reparaciones corrían a cuenta de los trabajadores de la plantilla, hoy
se contratan empresas externas. Los dicho, otros tiempos, otros modos.
Recuerdan
que el récord de producción de la empresa se produjo en 2008. No se olvidan, y
lo dicen con pena, que en 2010 la térmica solo funcionó tres o cuatro horas.
Han leído bien, tres o cuatro horas en todo el año.
Los
miro y los veo un poco tristes. Una gran parte de sus vidas transcurrió en este
poblado y confiesan que allí fueron felices. Lo que hoy vuelven a ver les
apena. Se les nota.
Antes
de marchar nos acercamos hasta la iglesia. En la entrada, en un escalón,
aparece la fecha de inauguración: 1968. Por cierto, la inauguración corrió a
cargo de Vicente Enrique y Tarancón, Arzobispo de Oviedo entre 1964 y 1969.
Sus
vidas en Soto les marcaron. Los tres coinciden en que la convivencia fue buena
y hablan con cariño de esa etapa. Ya ni se acuerdan de aquellos humos que
irritaban los ojos y gargantas de los pobladores. La térmica les dio casa,
además de trabajo, unos servicios inimaginables para el resto de los
trabajadores y ellos son gente agradecida. Lo malo, que seguro que lo hubo,
quedo relegado a un segundo plano.
A la sombra de la térmica del Narcea by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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