Su indignación era justa. Tantos años de atropellos tenían que tener su recompensa. No se puede estar toda la vida mirando hacia arriba.
El llamamiento tuvo éxito. En las
calles las miradas de complicidad eran continuas. La convocatoria, publicitada
con tanta antelación, fue calentando el ambiente. Llegado el día, todo eran
nervios. En esta ocasión sí. Era el momento de hacer frente a la adversidad.
Los mayores recordaban viejas
hazañas, antiguas luchas. Los más jóvenes querían experimentar en su cuerpo la
sensación de sentirse ganadores. No todo puede ser oprobio. Hacía mucho que no
existía esa complicidad entre generaciones.
La ciudad despertó avanzada la
mañana. Tensa calma. La jornada iba a ser larga y había que conservar todas las
energías. Era necesario que se produjese una confluencia cósmica y la unión de
todas las voluntades les empujaría hacia el triunfo.
Al grito de “Nos lo merecemos”
las calles se fueron llenando de color. En algunas esquinas coches de policía
observaban la creciente marea. La tensión se olía.
Unas calles más abajo gritos de
ánimo. En otras estridentes pitidos. Voces aquí y allí.
Familias enteras se movilizaron.
Su determinación era total. Estaban dispuestos a todo.
El Ayuntamiento se puso del lado
de ciudadanos. Pocas veces un objetivo había movilizado tanto a los ediles.
¡Ahora sí! ¡Años de paciencia y
sacrificio serán redimidos hoy!
Los ciudadanos han tomado las
calles. La revolución incruenta está en marcha.
La victoria está cerca, muy
cerca. Noventa minutos de sufrimiento agónico y el anhelo de miles y miles de
ciudadanos se verá cumplido. Su equipo, sí el suyo, por fin va a ascender de
categoría.
Lo han mamado desde niños. Es el
equipo, de fútbol faltaría más, de sus padres ¿qué digo? de sus abuelos y eso
marca. Los hay que el mismo día de nacer ya tienen su carné. Eso es afición.
Los colores que se sientan desde el primer momento.
De pronto la ciudad es un clamor.
Gritos, voces, pitidos, coches enarbolando banderas del amado equipo. Cánticos
y abrazos se entremezclan.
Por fin.
Los aficionados se desplazan de
un lado a otro. Los coches circulan sin importar el precio de la gasolina. El
motivo merece el derroche.
Las fuentes se ven desbordadas
por una ingente cantidad de forofos que se empeñan en quedar como patos. Nada
de frío, nada de miedo a la gripe. Todo sea por nuestro equipo.
¡Oeee oe oe oeee!
Los fotógrafos, las televisiones
van de grupo en grupo buscando los abrazos, las lágrimas de satisfacción.
Entrevistan a los hosteleros que están desbordantes de satisfacción: ¡esto es
una gran noticia para la ciudad! Los dirigentes del club, ufanos, sacan pecho. Su sonrisa es toda una
declaración de intenciones. Son constructores, empresarios, gentes de mucho,
mucho dinero. Eso sí, agradecen a la afición el esfuerzo realizado. Insinúan
una subida de la cuota anual: es lo que tiene ascender de categoría. No se
olvidan de mencionar al ayuntamiento, del cual esperan que adecue su apoyo a la
nueva realidad pues ello redundará en beneficio de toda la ciudad.
En la lejanía se oyen voladores.
El entusiasmo es contagioso.
Al día siguiente hay que trabajar
y se celebrará la bienvenida oficial al equipo. El Ayuntamiento y la ciudadanía
les acogerán como a los héroes que son.
Al llegar a casa algunos
aficionados se pondrán delante del televisor para comprobar si alguna cámara
les ha pillado celebrándolo. No hubo suerte.
Las noticias transcurren una tras
otra, anodinas, repetitivas: paro, corrupción, emigración forzosa, desahucios…
El aficionado abre la boca, apaga el televisor y se va feliz a la cama.
Pasiones que nos mueven by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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