Ni
una raya de luz penetra en la habitación. Ningún resquicio en la persiana me
permite vislumbrar la hora. Contengo la respiración. Sí, es cierto. No me cabe
ninguna duda. Oigo un gemido. Cesa. Me quedo inmóvil. Me voy desperezando. El
silencio se prolonga. Doy media vuelta e intento volver a conciliar el sueño.
Mi mente deambula por una playa. Arena blanca, agua cálida. No faltan las
palmeras ni el chiringuito. Los párpados descienden hasta fundirse con la arena.
Una cálida placidez me recorre el cuerpo. Subo la sábana un poco más. Noto algo
de frío. Madrugada. Sopor. Sueño. Gemido. Gemido. Otro gemido aún más intenso.
Los ojos se me ponen como platos. Espabilo. No hay duda. Alguien sufre. Aguzo
el oído. No es una queja continua. Mi cerebro no asimila la información que
recibe. Enciendo la luz. Busco el móvil. Aparto el libro. Ahí está. Las seis de
la mañana. Ella, es una mujer la que gime, lo debe estar pasando mal. Cada vez
son más continuos los lamentos. El ritmo se hace más rápido, más intenso. Se
convierte en casi un alarido. Pobrecita. Cesa. Vuelve la tranquilidad. El dolor debió remitir.
Estoy muy despierto. Leo unas páginas. Apago la luz. Arrecian los suspiros.
Otro ataque, sin duda. Ahora tiene que apretar el mal. ¡Qué pena me da! De vez
en cuando un casi grito. Él se suma a su dolor. Ahora se une al calvario.
Solidariza con ella en quejidos. Al unísono cesan en la agonía espasmódica. El
silencio vuelve. El suplicio acabó. Me pregunto qué pasará. No puedo
acompañarles en su dolor. Su sufrimiento es suyo. Con la llegada del día dicen
que los males se atenúan. Me equivoqué. Ella inicia lo que parece una increíble
agonía. Ya no son suspiros. Son más que gemidos. Ahhhhhh, ahhhhhhhhhhhh. Por
favor, que llamen a un médico. El trance supera lo tolerable. Me dan ganas de
avisar a urgencias. Grita. Ella grita mucho. Él debe estar consolándola en
silencio. Debe estar agonizando entre terribles dolores. Exhala un profundo
alarido y se hace el silencio. Se acabó. No lo pudo soportar. Pobrecita. Miro
el reloj. Las seis y cuarto. Me había parecido una eternidad. No fue así. Mañana
estaremos de duelo en el edificio. Él inicia lo que parece un llanto. Acaba de
comprender lo sucedido. Está asimilando la desgracia. Gime, gime, grita, grita,
gritaaaaaaaaaaaaaaa. Su plañido me lacera los tímpanos. Supera en decibelios a Johnny
Weissmüller. Mucho la debía querer. Dioses, no me permitáis tanto dolor.
Pobres. Ella padeció lo indecible. Él la acompañó, un poco más tarde.

La petite mort o algo parecido by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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