Llueve. El gris del cielo se
salpica con brochazos negros. Otro zurriagazo de agua. Para. Un pequeño claro.
La gama de grises contrasta con la de verdes. No hay más colores.
Las caras se asemejan a ese cielo
impasible. Los cuerpos chirrían. Las conversaciones se han reducido al tiempo y
a los dolores corporales.
Gris y verde, verde y gris.
Los ríos, pletóricos, arrastran
la inmundicia. Las rocas escupen el agua que no pueden contener. Paredes
cubiertas de moho.
Calles silenciosas. No hay voces,
no hay viejos, no hay niños. La tristeza es aún más triste.
El gris se oscurece. Los pájaros
huyen. Todo se vuelve negro. El verde se ensombrece. Una pequeña brisa mueve
las hojas. Una gota, otra. Cada vez son más y más orondas. Pierden el temor. Se
desploman con fuerza, rebotan. Una tupida cortina me deja a ciegas.
Restriego la nariz contra el
cristal y lo ensucio. Esbozo un rictus
que no llega a triste. ¿Resignado tal vez? Desesperado. Me absorbe como un
agujero negro.
La sonrisa se apaga. El cuerpo se
encamina a la rigidez cadavérica y el ánima hace tiempo que emigró a tierras
más cálidas.
A hurtadillas llega la noche.
Negro sobre gris. La cama acoge mi cuerpo inerte. Sudo por el peso de las
mantas. La luz inunda mis sueños. Azul marino. Amarillo anaranjado.
Ya nadie canta que llueva, que
llueva.
Ya nadie canta que llueva, que llueva by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
No hay comentarios:
Publicar un comentario