Recuerdo aquellos años en los que casi todo eran nuevo para mí. El lugar me impresionaba. Silencio acogedor. Veía
a otras personas que se desenvolvían en aquel ambiente con una soltura que yo
envidiaba. Aquellos objetos inertes me atraían con más fuerza que un imán.
Tantos y tan diversos me asustaban un poco. No, no era eso. Me daba miedo
equivocarme, decepcionarme, no saber elegir.
Se me metieron en el cuerpo, y
quien sabe sí en el alma en que no creo. Les hablo de las bibliotecas.
Tras muchos años y horas vividas
en ellas me siguen emocionando. Pueden reírse o mirarme con desdén, no me
importa. Hoy las veo, inicialmente, con otros ojos, luego me dejo llevar por la
pasión de recorrer las estanterías en busca del libro concreto o esperando
sentir el flechazo.
Esa emoción de vagar, de abrir un
libro sin fijarme ni en título ni autor, leer por cualquier página, leer una
línea o dos de aquí y de allí y notar un cosquilleo en el estómago. Ese, ese es
el libro que quiero leer ahora y no otro. En muchas ocasiones descubrí lo
ignorado y oculto para mí, en otras eran viejos conocidos.
Escudriñar, descubrir en una
estantería lo que siempre estuvo allí y no supe ver me estremece. Con algunos
libros la relación fue compleja, difícil. Me tentaban pero faltaba algo, hasta
que un día, quien sabe si de tanto perseverar, se venía conmigo. De ahí
surgieron relaciones pasionales y también sufrí desengaños. Algunos libros se
convirtieron en amores eternos y otros me generaron antipatía.
Casi nunca forcé una relación. Si
la magia no surge no tengo piedad y, sin arrepentimiento, provocó una ruptura.
Pepe Carvalho no dudaba en condenar a la hoguera a cualquier libro, yo no soy
tan atrevido y lo devuelvo con la esperanza de que encuentre su pareja lectora.
Las bibliotecas me han ofrecido
emoción, magia, pasión, información. No he necesitado más. Albergan nuestra
memoria colectiva, el mayor tesoro de la humanidad. Los parques de atracciones
están en otros lugares.
En ese mundo de silencio, no espectral,
pero sí respetuoso con los demás, entró Internet y bienvenido fue. Esa ventana
espectacular al mundo no tiene por qué desterrar a ese objeto casi perfecto que
es el libro en papel. Son compatibles, solo cambia el formato. Lo digital
“engancha” y puede llevarnos a la dispersión. Un ordenador, una conexión y todo
lo tenemos al alcance de unos clic. Me gusta. Lo utilizo mucho pero no me
apasiona. El recorrido digital puede llegar a estresarme, el deambular entre
las estanterías de una biblioteca me sosiega y reconforta. La biblioteca me da
la libertad de elegir. No hay cookies.
En ellas nadie me vende nada.
No es lo mismo el frío teclado
que la calidez del papel. Lo digital conlleva casi siempre una lectura rápida,
el libro en papel permite una lectura más sosegada, más reflexiva. La lectura
digital, en mi caso, es un gran complemento al libro en papel. No hay
conflicto.
Las bibliotecas no pueden obviar
la realidad social pero tampoco podemos olvidarnos de su objetivo final que
sigue siendo el mismo: acercar a los ciudadanos la lectura, el conocimiento,
desde la libertad, la pluralidad, la democracia y la “gratuidad”. Las
tecnologías, las redes sociales, etc. son un medio ¿Dónde queda la lectura? Me
gustaría una sociedad de lectores que utilizasen herramientas digitales, no
ciudadanos monitorizados lastrados por la incomprensión lectora y la falta de
criterio.
Las bibliotecas no necesitan
justificarse.
Las bibliotecas no necesitan justificarse by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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