29 jul 2018

Las bibliotecas no necesitan justificarse

Recuerdo aquellos años en los que casi todo eran nuevo para mí. El lugar me impresionaba. Silencio acogedor. Veía a otras personas que se desenvolvían en aquel ambiente con una soltura que yo envidiaba. Aquellos objetos inertes me atraían con más fuerza que un imán. Tantos y tan diversos me asustaban un poco. No, no era eso. Me daba miedo equivocarme, decepcionarme, no saber elegir.

Se me metieron en el cuerpo, y quien sabe sí en el alma en que no creo. Les hablo de las bibliotecas.

Tras muchos años y horas vividas en ellas me siguen emocionando. Pueden reírse o mirarme con desdén, no me importa. Hoy las veo, inicialmente, con otros ojos, luego me dejo llevar por la pasión de recorrer las estanterías en busca del libro concreto o esperando sentir el flechazo.

Esa emoción de vagar, de abrir un libro sin fijarme ni en título ni autor, leer por cualquier página, leer una línea o dos de aquí y de allí y notar un cosquilleo en el estómago. Ese, ese es el libro que quiero leer ahora y no otro. En muchas ocasiones descubrí lo ignorado y oculto para mí, en otras eran viejos conocidos.

Escudriñar, descubrir en una estantería lo que siempre estuvo allí y no supe ver me estremece. Con algunos libros la relación fue compleja, difícil. Me tentaban pero faltaba algo, hasta que un día, quien sabe si de tanto perseverar, se venía conmigo. De ahí surgieron relaciones pasionales y también sufrí desengaños. Algunos libros se convirtieron en amores eternos y otros me generaron antipatía.

Casi nunca forcé una relación. Si la magia no surge no tengo piedad y, sin arrepentimiento, provocó una ruptura. Pepe Carvalho no dudaba en condenar a la hoguera a cualquier libro, yo no soy tan atrevido y lo devuelvo con la esperanza de que encuentre su pareja lectora.

Las bibliotecas me han ofrecido emoción, magia, pasión, información. No he necesitado más. Albergan nuestra memoria colectiva, el mayor tesoro de la humanidad. Los parques de atracciones están en otros lugares.

En ese mundo de silencio, no espectral, pero sí respetuoso con los demás, entró Internet y bienvenido fue. Esa ventana espectacular al mundo no tiene por qué desterrar a ese objeto casi perfecto que es el libro en papel. Son compatibles, solo cambia el formato. Lo digital “engancha” y puede llevarnos a la dispersión. Un ordenador, una conexión y todo lo tenemos al alcance de unos clic. Me gusta. Lo utilizo mucho pero no me apasiona. El recorrido digital puede llegar a estresarme, el deambular entre las estanterías de una biblioteca me sosiega y reconforta. La biblioteca me da la libertad de elegir. No hay cookies. En ellas nadie me vende nada.

No es lo mismo el frío teclado que la calidez del papel. Lo digital conlleva casi siempre una lectura rápida, el libro en papel permite una lectura más sosegada, más reflexiva. La lectura digital, en mi caso, es un gran complemento al libro en papel. No hay conflicto.

Las bibliotecas no pueden obviar la realidad social pero tampoco podemos olvidarnos de su objetivo final que sigue siendo el mismo: acercar a los ciudadanos la lectura, el conocimiento, desde la libertad, la pluralidad, la democracia y la “gratuidad”. Las tecnologías, las redes sociales, etc. son un medio ¿Dónde queda la lectura? Me gustaría una sociedad de lectores que utilizasen herramientas digitales, no ciudadanos monitorizados lastrados por la incomprensión lectora y la falta de criterio.

Las bibliotecas no necesitan justificarse.

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